Los últimos incidentes ocurridos en la
segunda semana de la campaña electoral (votos comprados, intervenciones
policiales tanto preventivas como coercitivas, decisiones de órganos judiciales,
amenazas y presuntas agresiones de candidatos, denuncias varias, escandalera
mediática…) ponen de relieve que la democracia española aún es inmadura.
Parece mentira (y desde luego, cuesta aceptarlo) que a estas alturas se sigan empleando trampas en el juego democrático para desvirtuarlo y restar legitimidad. Algunos nacieron con ese afán y lo siguen exhibiendo, acaso porque probaron una vez, les salió bien y no pasó nada. Pero no es eso, no: algunos hemos luchado mucho por la democracia para que el uso de prácticas indebidas y de infracciones queden en la esfera de la impunidad, haciendo, de paso, un daño considerable al propio sistema. La democracia es para jugar o participar en igualdad de condiciones y no para idear o aprovecharse de fisuras que, a la larga, no favorecen a nadie. Algunos creen que es gratis y que no pasa nada; en consecuencia, hágase lo que proceda, que, en medio del maremágnum, igual cuela. Jauja.
Los responsables de los partidos políticos han de ser conscientes de que esto va con ellos. Que no se pueden inhibir ni adoptar el don Tancredo. Admitamos que la democracia tiene aún muchos enemigos, personas que no la quieren y que, en cuanto puedan, echan el resto para hacer daño, principalmente en orden a erosionar las costuras y mermar credibilidad. Cierto que algunos métodos parecen superados y han sido sustituidos por técnicas de comunicación --¿o incomunicación?- que, en el fondo, causan un daño atroz. Pero hay que ser inflexibles para luego exigir a quienes publican o difundan falacias y paparruchas.
Esta ha sido la campaña de la confusión y del desconcierto, de acuerdo. Una campaña, en Canarias, anodina y poco imaginativa. Un tiempo preelectoral en el que todo parecía estar dicho y en el que, en vez de hablar de propuestas municipales o de modificar un sistema de financiación para las entidades locales o de atajar de una vez el problema de los vertidos, hemos estado aguantando lo de ETA y sus herederos de Bildu, como si no se hubiera pasado página.
La campaña ha hecho que palidezca hasta el debate, fórmula que servía para medir la valía de los aspirantes pero que también parece quedarse anquilosada mientras los promotores y los intervinientes sigan pactando la introducción de bloques o temáticas que no acartonan los contenidos sino que restan frescura y hasta margen para lucir esas cualidades que ponen al desnudo un buen orador. El debate tenía su influencia; por eso, cuanto más cerca estuviera de la jornada de votación, tenía mayor peso memorístico. Pero si alguien esperaba debates rompedores, tendrá que aguardar. Los debates se libran en las salas de preparación con un ejercicio, todo lo más, de llevar la lección aprendida y de saberse desenvolver respetando los tiempos asignados.
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