En la que se intuía iba a ser una campaña electoral dominada por la atonía, resulta que no. Que los partidos rivalizan en informar sobre el alcance cuantificado de su capacidad de movilización, esto es, número de personas -más o menos exagerado o inflado- que asisten a sus convocatorias, preferiblemente actos públicos. Se creía que la crisis y el desencanto eran tan grandes que el ciberespacio iba a ser un inmenso refugio donde atiborrar de mensajes y, sobre todo, de imágenes. Hasta los más profanos ya saben algo de redes sociales: algunos candidatos han aprendido sobre la marcha a desenvolverse con el teclado y las entradas mientras que los más experimentados se permiten el lujo de transmitir en directo actos, debates y sus propias intervenciones.
Los nuevos enfoques, el empleo de las nuevas tecnologías, la política 2.0… Antes se entregaban trípticos y alguna publicación, postales, chapas y otros adminículos. Ahora se reparten ‘cedés’ y bolígrafos por los buzones de las viviendas. Y eso que andamos en plena contracción económica. Algunos que echan la culpa de la recesión a otros y hasta hace pocas fechas insertaban en sus discursos la frase “hay gente que lo está pasando mal”, ahora alardean de poderío y no se recatan con tal de exhibir su potencial. Ni los riesgos de ser contraproducentes les asusta. Pero del derroche, o de cierto derroche, nos ocuparemos otro día.
Ahora, en hablando de desequilibrios, hay que hacerlo del mitin clásico, de ese modesto acto político que se convocaba en plazas de barrios, en polideportivos, en sedes de asociaciones y en espacios a veces insólitos que servía, sobre todo, para dar a conocer a los miembros de una candidatura y para escuchar a candidatos a otras instituciones. Dicen que la fórmula está agotada, que se molesta a la gente y que siempre van los mismos. Que, por consiguiente, no merece la pena organizar o convocar. Que no sirve para nada. O que con uno o dos, es suficiente.
Se olvidan los partidarios del no que ese contacto o esa cercanía es primordial para mucha gente que quiere ver de cerca al representante de su distrito, a la hija o al nieto de algún vecino, de algún familiar o de algún amigo que le han dicho que se presenta. Replican diciendo que con las visitas a los bloques de viviendas o a las casas, en un ‘puerta a puerta’, con la asistencia a algún acto, también es suficiente. Que ya la ciudadanía tiene bastante con las televisiones locales y como todo el mundo dispone de ordenador, pues al instante o en el sitio que prefiera se entera de lo que pasa y de lo que se ofrece.
Pero ‘todo el mundo dispone de ordenador’ no es un axioma. Hay casas donde no se conoce o no se tiene. Y por ahí se rompe la cuerda, claro. Porque, ¿qué hacer con quienes no acceden a esa tecnología por edad, por la razón que fuere? ¿Se les condena, se les arrincona, se les niega la información o la explicación de campaña? ¿No sería una forma de exclusión?
Pues sólo quedan los mítines, las pequeñas concentraciones humanas, con un atril doméstico, un par de focos, un fondo de pancarta manual y un rudimentario equipo de megafonía para seguir dando cobertura y paliar las carencias del modernismo. Como que se echa de menos el calor y el ambiente de esos actos políticos, anunciados con octavillas o con un coche equipado con altavoces recorriendo desde por la mañana las calles del barrio. Los aplausos, el abrazo, la primera intervención pública, las ocurrencias, el ataque y la defensa desde los planos más cortos, la curiosidad, la expectativa, el recuento… Las intervenciones cortas y simpáticas; las otras que eran un coñazo; las que alguien grababa a hurtadillas… El orador brillante, la bisoñez dialéctica, la verborrea demagógica…
Todo eso no lo dan las redes sociales, por mucha interactividad que desplieguen. Por esas inmensas autopistas como que se enfría la cosa. Se enfría y hasta se deshumaniza la campaña.
¡Ay, el mitin! No lo entierren del todo
Los nuevos enfoques, el empleo de las nuevas tecnologías, la política 2.0… Antes se entregaban trípticos y alguna publicación, postales, chapas y otros adminículos. Ahora se reparten ‘cedés’ y bolígrafos por los buzones de las viviendas. Y eso que andamos en plena contracción económica. Algunos que echan la culpa de la recesión a otros y hasta hace pocas fechas insertaban en sus discursos la frase “hay gente que lo está pasando mal”, ahora alardean de poderío y no se recatan con tal de exhibir su potencial. Ni los riesgos de ser contraproducentes les asusta. Pero del derroche, o de cierto derroche, nos ocuparemos otro día.
Ahora, en hablando de desequilibrios, hay que hacerlo del mitin clásico, de ese modesto acto político que se convocaba en plazas de barrios, en polideportivos, en sedes de asociaciones y en espacios a veces insólitos que servía, sobre todo, para dar a conocer a los miembros de una candidatura y para escuchar a candidatos a otras instituciones. Dicen que la fórmula está agotada, que se molesta a la gente y que siempre van los mismos. Que, por consiguiente, no merece la pena organizar o convocar. Que no sirve para nada. O que con uno o dos, es suficiente.
Se olvidan los partidarios del no que ese contacto o esa cercanía es primordial para mucha gente que quiere ver de cerca al representante de su distrito, a la hija o al nieto de algún vecino, de algún familiar o de algún amigo que le han dicho que se presenta. Replican diciendo que con las visitas a los bloques de viviendas o a las casas, en un ‘puerta a puerta’, con la asistencia a algún acto, también es suficiente. Que ya la ciudadanía tiene bastante con las televisiones locales y como todo el mundo dispone de ordenador, pues al instante o en el sitio que prefiera se entera de lo que pasa y de lo que se ofrece.
Pero ‘todo el mundo dispone de ordenador’ no es un axioma. Hay casas donde no se conoce o no se tiene. Y por ahí se rompe la cuerda, claro. Porque, ¿qué hacer con quienes no acceden a esa tecnología por edad, por la razón que fuere? ¿Se les condena, se les arrincona, se les niega la información o la explicación de campaña? ¿No sería una forma de exclusión?
Pues sólo quedan los mítines, las pequeñas concentraciones humanas, con un atril doméstico, un par de focos, un fondo de pancarta manual y un rudimentario equipo de megafonía para seguir dando cobertura y paliar las carencias del modernismo. Como que se echa de menos el calor y el ambiente de esos actos políticos, anunciados con octavillas o con un coche equipado con altavoces recorriendo desde por la mañana las calles del barrio. Los aplausos, el abrazo, la primera intervención pública, las ocurrencias, el ataque y la defensa desde los planos más cortos, la curiosidad, la expectativa, el recuento… Las intervenciones cortas y simpáticas; las otras que eran un coñazo; las que alguien grababa a hurtadillas… El orador brillante, la bisoñez dialéctica, la verborrea demagógica…
Todo eso no lo dan las redes sociales, por mucha interactividad que desplieguen. Por esas inmensas autopistas como que se enfría la cosa. Se enfría y hasta se deshumaniza la campaña.
¡Ay, el mitin! No lo entierren del todo
1 comentario:
Completamente de acuerdo. Incluso le ha trasladado idéntico parecer a algún candidato.
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