Atrás queda la campaña electoral pero todavía con algunos elementos de análisis, especialmente en el ámbito de los órganos de dirección de los partidos políticos que deberían replantearse, pensando en el futuro, eso de organizar mítines o actos públicos ofreciendo paella, chuletas u otra comida cualquiera con vino, cerveza, refrescos, sangría o lo que sea para acompañar.
Si sirve para garantizar asistencia de público y así inflar las cifras al objeto de que el número de personas sea la noticia, malo. No parece que tenga otra utilidad: movilizar a base de reclamos así hasta termina denigrando la propia dignidad humana. Buscar estómagos agradecidos o captar voluntades con una cuchipanda gratuita en la que, además, se puede escuchar descalificaciones de adversarios políticos, resulta un método reprobable. Algunos ni siquiera perciben que hay gente que acude a todas estas citas, da igual quien convoque, y que por tanto no pueden tener como referencia para hacer cábalas y cálculos, ni siquiera para rearmarse moralmente.
Todas las cosas maduran y la democracia también, de modo que las prácticas introducidas en las primeras campañas, donde se palpaba el entusiasmo y el interés, donde hasta se suministraba información, verbal o artesanalmente impresa, se han ido viendo superadas y si en los más recientes períodos electorales han evolucionado alargando o dando nueva forma al pan y circo romano, ahora deben pensar en la conveniencia de otras fórmulas, diferenciando en todo momento la naturaleza de la convocatoria.
Es decir, cada quien organiza las cosas a su manera, con arreglo a los factores propios, a las mismas sensibilidades, costumbres o tradiciones que hayan podido ir labrando con el paso del tiempo. Si se hace una excursión, pues una excursión. Si se quiere una comida campestre, pues venga. Pero no otorgar a estas iniciativas carta de naturaleza política convocatorias políticas. Un acto político lo es por su contenido, por su simbolismo, por sus intervinientes; no porque al final del mismo haya la cuchipanda.
Menos en tiempos de crisis, como dicen que son los que corren.
A la vista de lo que gastaron los partidos políticos, sin contar con las comidas multitudinarias, no. Desde luego.
Si sirve para garantizar asistencia de público y así inflar las cifras al objeto de que el número de personas sea la noticia, malo. No parece que tenga otra utilidad: movilizar a base de reclamos así hasta termina denigrando la propia dignidad humana. Buscar estómagos agradecidos o captar voluntades con una cuchipanda gratuita en la que, además, se puede escuchar descalificaciones de adversarios políticos, resulta un método reprobable. Algunos ni siquiera perciben que hay gente que acude a todas estas citas, da igual quien convoque, y que por tanto no pueden tener como referencia para hacer cábalas y cálculos, ni siquiera para rearmarse moralmente.
Todas las cosas maduran y la democracia también, de modo que las prácticas introducidas en las primeras campañas, donde se palpaba el entusiasmo y el interés, donde hasta se suministraba información, verbal o artesanalmente impresa, se han ido viendo superadas y si en los más recientes períodos electorales han evolucionado alargando o dando nueva forma al pan y circo romano, ahora deben pensar en la conveniencia de otras fórmulas, diferenciando en todo momento la naturaleza de la convocatoria.
Es decir, cada quien organiza las cosas a su manera, con arreglo a los factores propios, a las mismas sensibilidades, costumbres o tradiciones que hayan podido ir labrando con el paso del tiempo. Si se hace una excursión, pues una excursión. Si se quiere una comida campestre, pues venga. Pero no otorgar a estas iniciativas carta de naturaleza política convocatorias políticas. Un acto político lo es por su contenido, por su simbolismo, por sus intervinientes; no porque al final del mismo haya la cuchipanda.
Menos en tiempos de crisis, como dicen que son los que corren.
A la vista de lo que gastaron los partidos políticos, sin contar con las comidas multitudinarias, no. Desde luego.
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