Se alegró mucho el día que me vio entrar en Radio Club Tenerife, en los últimos años de la década de los noventa, cuando Juan Carlos González, Xuancar, me dio la oportunidad de conducir ‘Tajaraste’ durante los meses de verano.
“No debió hacer carrera política”, le dijo a otro compañero veterano sin reparar en que le escuchaba, “su vocación radiofónica y su estilo son inconfundibles pero no han podido con su vena política”.
La suya tampoco resistió, por cierto: ejerció como concejal durante dos mandatos en el ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, lo que le permitió vivir la política municipal desde dentro, donde se cocía, donde aprendió a sufrir rigores presupuestarios e incomprensiones ante decisiones complicadas que no acababa de entender pero que acataba disciplinadamente no sin antes soltar alguna de sus parrafadas inconformistas.
Gilberto, Gilberto Alemán, era un animal periodístico, un redactor de a pie que podía con todo, especie calificada luego de polivalente. Sabíamos de él desde su firma habitual en el periódico El Día: un estilo valiente y distinto en el periodismo de la época.
Escucharle fue siempre aprender de su sabiduría. Una omnisciencia peculiar la suya, basada en una memoria poderosa y fértil.
Suya era la frase: “¡Empezó esa ranilla a parir periodistas!”. La dijo en una de sus frecuentes visitas a Radio Popular de Tenerife, donde encontró un generoso apoyo en su director, José Siverio, para poner en marcha una agencia de noticias tras la aventura venezolana. El mismo las llevaba en mano redactadas en cuartillas. La exclamación fue a propósito de la coincidencia de varios oriundos del Puerto de la Cruz en tareas de comunicación, cuando todavía el periodismo se hacía con papel y bolígrafo o una conexión artesanal desde de una cabina telefónica. Desde Juan Cruz, la lista, en efecto, se hace larga. Un parto múltiple.
Su prolífica actividad periodística quedó contrastada en distintas responsabilidades: claro que hizo mesa de redacción -así se decía entonces- pero sabía que la noticia saltaba en la calle en el instante menos pensado. Por eso amaba la calle, se recreaba en conversaciones interminables en cualquier cafetería, en una barbería o en cualquier rincón de la capital tinerfeña. Redactor, entrevistador, comentarista y corrector, por supuesto. En cierta ocasión, guiado por un cierto afán transgresor o de originalidad, tituló: “Ayer, ‘crack’ de la circulación en Santa Cruz”. Y abrió un debate sobre el empleo del anglicismo.
Se movió también entre gabinetes de prensa y comunicación institucionales donde se notó su oficio, donde su veteranía hizo superar muchas carencias.
Y luego, claro, su producción bibliográfica: cuando acopiaba material, gráfico o documental, pensaba siempre en una publicación. Son numerosos los títulos con su nombre en portada. Algún editor siempre reconoció el gancho de Gilberto con historias o asuntos de los que nadie se ocupaba.
Su dilatada trayectoria profesional, como periodista y escritor, se vio reconocida con algunas distinciones: le acompañamos cuando fue nombrado Hijo Adoptivo de Santa Cruz de Tenerife (1998) y cuando recibió el premio Canarias de Comunicación (1995).
“Me han dicho que fue un ranillero el que inspiró este premio”, nos correspondió cuando nos fundimos en el abrazo de felicitación, refiriéndose a la moción que en su día hicimos para que cristalizara esa modalidad de los premios.
Y también estuvimos presentes en el acto de concesión de una distinción hecha por la Federación Española de Asociaciones de la Prensa (FAPE), hecha por su presidente, Fernando González Urbaneja, en el Ayuntamiento de Santa Cruz, con motivo de su medio siglo dedicado a menesteres periodísticos.
Gilberto Alemán, serio y ocurrente a la vez, fue un arquetipo del periodismo clásico, del que no conocía horas, del que bebía en las fuentes más impensables. Todo un profesional, todo un ciudadano.
Un animal periodístico.
(Y él hubiera añadido: con perdón).
“No debió hacer carrera política”, le dijo a otro compañero veterano sin reparar en que le escuchaba, “su vocación radiofónica y su estilo son inconfundibles pero no han podido con su vena política”.
La suya tampoco resistió, por cierto: ejerció como concejal durante dos mandatos en el ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, lo que le permitió vivir la política municipal desde dentro, donde se cocía, donde aprendió a sufrir rigores presupuestarios e incomprensiones ante decisiones complicadas que no acababa de entender pero que acataba disciplinadamente no sin antes soltar alguna de sus parrafadas inconformistas.
Gilberto, Gilberto Alemán, era un animal periodístico, un redactor de a pie que podía con todo, especie calificada luego de polivalente. Sabíamos de él desde su firma habitual en el periódico El Día: un estilo valiente y distinto en el periodismo de la época.
Escucharle fue siempre aprender de su sabiduría. Una omnisciencia peculiar la suya, basada en una memoria poderosa y fértil.
Suya era la frase: “¡Empezó esa ranilla a parir periodistas!”. La dijo en una de sus frecuentes visitas a Radio Popular de Tenerife, donde encontró un generoso apoyo en su director, José Siverio, para poner en marcha una agencia de noticias tras la aventura venezolana. El mismo las llevaba en mano redactadas en cuartillas. La exclamación fue a propósito de la coincidencia de varios oriundos del Puerto de la Cruz en tareas de comunicación, cuando todavía el periodismo se hacía con papel y bolígrafo o una conexión artesanal desde de una cabina telefónica. Desde Juan Cruz, la lista, en efecto, se hace larga. Un parto múltiple.
Su prolífica actividad periodística quedó contrastada en distintas responsabilidades: claro que hizo mesa de redacción -así se decía entonces- pero sabía que la noticia saltaba en la calle en el instante menos pensado. Por eso amaba la calle, se recreaba en conversaciones interminables en cualquier cafetería, en una barbería o en cualquier rincón de la capital tinerfeña. Redactor, entrevistador, comentarista y corrector, por supuesto. En cierta ocasión, guiado por un cierto afán transgresor o de originalidad, tituló: “Ayer, ‘crack’ de la circulación en Santa Cruz”. Y abrió un debate sobre el empleo del anglicismo.
Se movió también entre gabinetes de prensa y comunicación institucionales donde se notó su oficio, donde su veteranía hizo superar muchas carencias.
Y luego, claro, su producción bibliográfica: cuando acopiaba material, gráfico o documental, pensaba siempre en una publicación. Son numerosos los títulos con su nombre en portada. Algún editor siempre reconoció el gancho de Gilberto con historias o asuntos de los que nadie se ocupaba.
Su dilatada trayectoria profesional, como periodista y escritor, se vio reconocida con algunas distinciones: le acompañamos cuando fue nombrado Hijo Adoptivo de Santa Cruz de Tenerife (1998) y cuando recibió el premio Canarias de Comunicación (1995).
“Me han dicho que fue un ranillero el que inspiró este premio”, nos correspondió cuando nos fundimos en el abrazo de felicitación, refiriéndose a la moción que en su día hicimos para que cristalizara esa modalidad de los premios.
Y también estuvimos presentes en el acto de concesión de una distinción hecha por la Federación Española de Asociaciones de la Prensa (FAPE), hecha por su presidente, Fernando González Urbaneja, en el Ayuntamiento de Santa Cruz, con motivo de su medio siglo dedicado a menesteres periodísticos.
Gilberto Alemán, serio y ocurrente a la vez, fue un arquetipo del periodismo clásico, del que no conocía horas, del que bebía en las fuentes más impensables. Todo un profesional, todo un ciudadano.
Un animal periodístico.
(Y él hubiera añadido: con perdón).
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