Llegan los meses malos de mayo y junio para el turismo, el tradicional bajón, principalmente para algunos destinos. En los países emisores se siguen dando las mismas circunstancias: final del curso escolar, declaraciones fiscales, la primera fase de las vacaciones se hace en territorio propio... Lo de ritual.
Por lo tanto, no son de extrañar los vaticinios de que será un período difícil que otros años se timoneaba con obras y arreglos en establecimientos y en algún momento, hasta con cierre, a la espera de que llegara la temporada veraniega y venga a aprovecharla.
Pero adversidades estacionales aparte, se trata de contrastar la recuperación del sector, consecuencia de las revueltas populares en países del Magreb y Oriente medio y ahora, probablemente, de la inestabilidad surgida en el corazón turístico de la nación vecina tras un atentado que se ha cobrado vidas humanas.
La recuperación ha sido un hecho durante el primer trimestre del presente año, según se congratulan políticos responsables que, sin embargo, poco o nada dicen del pobre reflejo en el mercado laboral del primer sector productivo. Pobre porque no parecen crecer las contrataciones de trabajo, siquiera temporales. Hasta el mismísimo presidente del Gobierno de Canarias -con plenas competencias en la materia, hay que volver a recordarlo- pidió públicamente un tirón a los empresarios. Estos, en rápida respuesta, dijeron que aún era muy pronto e insuficiente para que se notara la repercusión favorable. Algunas centrales sindicales han reaparecido con acento reivindicativo.
Sobre el papel, es fácil deducir: a mayor afluencia, mayor ocupación. A más clientes, más servicios. A más prestaciones, más mano de obra. Sin embargo, la cadena se quiebra por alguna parte, justo la que no dinamiza el empleo al menos en cantidades apreciables que certificaran esa recuperación.
Y entonces, el triunfalismo -aún apremiado por la proximidad electoral, tiempo que exige la transmisión de buenas noticias- debería modularse. El triunfalismo y las expectativas porque las coyunturas pueden volver a ser desfavorables a poco que las zonas en conflicto recuperen la normalidad (Egipto, por ejemplo, está ofreciendo como reclamo, casi gratuitamente, las estancias). Atención también, en este mismo sentido, al retroceso que se registra en el mercado peninsular, con una bajada del 14 por ciento (algo más de 223 mil visitantes) en los tres primeros meses del año.
Hay que congratularse, en cualquier caso, de los efectos positivos de la conectividad aérea, además de la calidad del destino y de la satisfacción que embarga a los clientes para motivarles a una repetición en otra época del año.
De modo que hay que perseverar y seguir corrigiendo, ahora que es tiempo de bonanza. Porque algunos problemas no han desaparecido y porque la evolución de mercados y tendencias obliga a estar muy alerta, antes de que la baja competitividad y otros factores vuelvan a causar estragos y los nubarrones de la incertidumbre tiñan el horizonte de pesimismo.
Por lo tanto, no son de extrañar los vaticinios de que será un período difícil que otros años se timoneaba con obras y arreglos en establecimientos y en algún momento, hasta con cierre, a la espera de que llegara la temporada veraniega y venga a aprovecharla.
Pero adversidades estacionales aparte, se trata de contrastar la recuperación del sector, consecuencia de las revueltas populares en países del Magreb y Oriente medio y ahora, probablemente, de la inestabilidad surgida en el corazón turístico de la nación vecina tras un atentado que se ha cobrado vidas humanas.
La recuperación ha sido un hecho durante el primer trimestre del presente año, según se congratulan políticos responsables que, sin embargo, poco o nada dicen del pobre reflejo en el mercado laboral del primer sector productivo. Pobre porque no parecen crecer las contrataciones de trabajo, siquiera temporales. Hasta el mismísimo presidente del Gobierno de Canarias -con plenas competencias en la materia, hay que volver a recordarlo- pidió públicamente un tirón a los empresarios. Estos, en rápida respuesta, dijeron que aún era muy pronto e insuficiente para que se notara la repercusión favorable. Algunas centrales sindicales han reaparecido con acento reivindicativo.
Sobre el papel, es fácil deducir: a mayor afluencia, mayor ocupación. A más clientes, más servicios. A más prestaciones, más mano de obra. Sin embargo, la cadena se quiebra por alguna parte, justo la que no dinamiza el empleo al menos en cantidades apreciables que certificaran esa recuperación.
Y entonces, el triunfalismo -aún apremiado por la proximidad electoral, tiempo que exige la transmisión de buenas noticias- debería modularse. El triunfalismo y las expectativas porque las coyunturas pueden volver a ser desfavorables a poco que las zonas en conflicto recuperen la normalidad (Egipto, por ejemplo, está ofreciendo como reclamo, casi gratuitamente, las estancias). Atención también, en este mismo sentido, al retroceso que se registra en el mercado peninsular, con una bajada del 14 por ciento (algo más de 223 mil visitantes) en los tres primeros meses del año.
Hay que congratularse, en cualquier caso, de los efectos positivos de la conectividad aérea, además de la calidad del destino y de la satisfacción que embarga a los clientes para motivarles a una repetición en otra época del año.
De modo que hay que perseverar y seguir corrigiendo, ahora que es tiempo de bonanza. Porque algunos problemas no han desaparecido y porque la evolución de mercados y tendencias obliga a estar muy alerta, antes de que la baja competitividad y otros factores vuelvan a causar estragos y los nubarrones de la incertidumbre tiñan el horizonte de pesimismo.
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