El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) afronta la papeleta más cruda desde la reinstauración de la democracia. El retroceso electoral experimentado el pasado domingo y la consiguiente pérdida de poder autonómico y local, sobre el que estaba asentado buena parte de su fortaleza, significan un revés de tal magnitud que acentúa todas las incertidumbres. Es una derrota de las que escuecen, se diría en términos deportivos. El secretario general compareció serio y tanto el gesto como sus palabras dejaron entrever la dificultad del trance: la noche más amarga.
El PSOE ha sido castigado, duramente castigado en las urnas, como antes lo fueron Sarkozy, Merkel y el mismísimo Berlusconi a quienes los ciudadanos pusieron en evidencia tras las medidas de reajuste que no pasaron la prueba de elecciones parciales, regionales o cantonales. Es un fenómeno curioso que revela hasta donde se elevaba el nivel de descontento hacia Rodríguez Zapatero, a quien han hecho responsable de este desaguisado electoral. Ha dado igual cualquier escándalo en el que estuviera envuelto el Partido Popular (PP), o que éste gestionara competencias de modo que no gustan a los ciudadanos: ha dado igual. Señalaron al presidente como responsable de todos los males -llegará el día en que alguien recogerá los frutos de un trabajo doliente, sufrido y antipático- y casi nadie ha hecho diferenciación: hasta la creencia de que en elecciones autonómicas y locales se vota a la persona ha saltado por los aires.
La solidez de los cimientos del socialismo es la que permitirá resistir las consecuencias de su derrota. Independientemente de las medidas que adopten los órganos y del buen funcionamiento de sus resortes internos para encarar las decisiones que estimen más procedentes, es en esos pilares -cuya historia se ve ahora enriquecida por tan estrepitosa derrota- donde descansan las bases de su superación. Pero eso sí: las circunstancias que concurren y la evolución más reciente de la sociedad española obligan a repensar muchas cosas, a realizar un ejercicio colectivo primero de autocrítica y luego de búsqueda de alternativas. Otrosí: mucho dependerá de la cohesión y unidad interior. Es en la adversidad donde se contrastan las virtudes de cualquier organización; luego, situada en un momento histórico, habrá de conducirse con mucha destreza para demostrar que hay vida más allá de una coyuntura electoral desfavorable.
Claro que esa vida no puede estar alimentada permanentemente por respiración asistida. Si en sus más de ciento treinta años de historia, el partido se rehizo cuando los más variados peligros amenazaban con su desaparición, ahora habrá de rearmarse ideológicamente, por ejemplo, para que todo no sea una cuestión de puro pragmatismo. El PSOE sabe que se enfrenta a elementos de variada naturaleza cuando menor cuota de poder político va a ostentar: una sociedad a la que la corrupción institucional le da lo mismo cuando no la protagonizan los progresistas, la misma sociedad decepcionada con la política y los políticos, una amplia parte de la cual se agita y explora pacíficamente las alternativas -no sólo en foros y redes digitales sino también en vías y plazas- porque los convencionalismos no corrigen los desmanes, mientras otra “millonaria” parte ansía salir del apremiante desempleo.
Esa es la realidad en la que ha de desenvolverse un partido sacudido por un castigo electoral como antes no había conocido. Si de la derrota siempre se aprende, ésta, que dejará huella, proporciona las enseñanzas de tener que moverse para retomar la iniciativa, recuperar terreno y procurar ponerse por delante, a sabiendas de que eso no cuaja con un solo congreso o en un breve lapso de tiempo y de que no cabe encomendarse al contraste que descubrirán los votantes cuando comprueben que tampoco han tocado el paraíso terrenal.
El PSOE ha sido castigado, duramente castigado en las urnas, como antes lo fueron Sarkozy, Merkel y el mismísimo Berlusconi a quienes los ciudadanos pusieron en evidencia tras las medidas de reajuste que no pasaron la prueba de elecciones parciales, regionales o cantonales. Es un fenómeno curioso que revela hasta donde se elevaba el nivel de descontento hacia Rodríguez Zapatero, a quien han hecho responsable de este desaguisado electoral. Ha dado igual cualquier escándalo en el que estuviera envuelto el Partido Popular (PP), o que éste gestionara competencias de modo que no gustan a los ciudadanos: ha dado igual. Señalaron al presidente como responsable de todos los males -llegará el día en que alguien recogerá los frutos de un trabajo doliente, sufrido y antipático- y casi nadie ha hecho diferenciación: hasta la creencia de que en elecciones autonómicas y locales se vota a la persona ha saltado por los aires.
La solidez de los cimientos del socialismo es la que permitirá resistir las consecuencias de su derrota. Independientemente de las medidas que adopten los órganos y del buen funcionamiento de sus resortes internos para encarar las decisiones que estimen más procedentes, es en esos pilares -cuya historia se ve ahora enriquecida por tan estrepitosa derrota- donde descansan las bases de su superación. Pero eso sí: las circunstancias que concurren y la evolución más reciente de la sociedad española obligan a repensar muchas cosas, a realizar un ejercicio colectivo primero de autocrítica y luego de búsqueda de alternativas. Otrosí: mucho dependerá de la cohesión y unidad interior. Es en la adversidad donde se contrastan las virtudes de cualquier organización; luego, situada en un momento histórico, habrá de conducirse con mucha destreza para demostrar que hay vida más allá de una coyuntura electoral desfavorable.
Claro que esa vida no puede estar alimentada permanentemente por respiración asistida. Si en sus más de ciento treinta años de historia, el partido se rehizo cuando los más variados peligros amenazaban con su desaparición, ahora habrá de rearmarse ideológicamente, por ejemplo, para que todo no sea una cuestión de puro pragmatismo. El PSOE sabe que se enfrenta a elementos de variada naturaleza cuando menor cuota de poder político va a ostentar: una sociedad a la que la corrupción institucional le da lo mismo cuando no la protagonizan los progresistas, la misma sociedad decepcionada con la política y los políticos, una amplia parte de la cual se agita y explora pacíficamente las alternativas -no sólo en foros y redes digitales sino también en vías y plazas- porque los convencionalismos no corrigen los desmanes, mientras otra “millonaria” parte ansía salir del apremiante desempleo.
Esa es la realidad en la que ha de desenvolverse un partido sacudido por un castigo electoral como antes no había conocido. Si de la derrota siempre se aprende, ésta, que dejará huella, proporciona las enseñanzas de tener que moverse para retomar la iniciativa, recuperar terreno y procurar ponerse por delante, a sabiendas de que eso no cuaja con un solo congreso o en un breve lapso de tiempo y de que no cabe encomendarse al contraste que descubrirán los votantes cuando comprueben que tampoco han tocado el paraíso terrenal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario