Discutible,
muy discutible el apoyo y la participación de las centrales
sindicales Unión General de Trabajadores (UGT) y Comisiones Obreras
(CC.OO.) en la manifestación llevada a cabo en Barcelona en defensa
de los líderes independentistas que están en prisión. Hasta el
eterno debate del número de manifestantes ha quedado en segundo
plano o importó menos: aquí lo que se discute es si el explícito
respaldo de los sindicatos, en medio de las singulares circunstancias
sociopolíticas que caracterizan desde hace meses la convivencia
catalana -decimos bien: convivencia aún- debió de materializarse
así.
Por
varias razones. La primera de todas es si la convocatoria responde al
sentimiento y al pluralismo de la sociedad catalana. La segunda, en
buena lógica, es si las mencionadas organizaciones se identifican
ahora con el nacionalismo que todo lo quiere y con la propia
aspiración independentista. La tercera, como puede deducirse, es
hasta dónde esa presencia activa y esa protesta por los políticos
presos pone en solfa y cuestiona las decisiones de los tribunales de
justicia.
Cierto
que la letra y el espíritu de las centrales sindicales y de lo que
representan han cambiado sustancialmente a lo largo de las últimas
décadas. Nada que ver con el modelo de lucha, con la acción y la
estrategia sindical que conocemos. Baste remitirse a las
convocatorias del 1º de mayo de años pasados para contrastarlo.
Menos
se entiende cuando los dirigentes sindicales han procurado su plena
autonomía, no ser lo que se decía correa de transmisión de
partidos a los que estuvieron históricamente vinculados. Su
dimensión internacionalista -algo deben conservar aún- otorgaba
todavía una mayor capacidad de desmarque en las causas políticas.
Es cierto que las peculiaridades de la pretensión soberanista
catalana, fruto de una dilatada labor de penetración en segmentos
sociales y de captación de profesionales y cuadros, principalmente
en el ámbito funcionarial, han incentivado la identificación con
las demandas, sobre todo desde el punto de vista de las emociones y
de soluciones ideales o idealistas. Pero la realidad, a pie de obra o
de centro de trabajo, es bien distinta: es probable que los
dirigentes sindicalistas no hayan reparado en que hay catalanes que
quieren la independencia y otros no. Y no perciban el malestar y
hasta las deserciones de quienes prefieren mantenerse neutrales o,
simplemente, respetar las decisiones del poder judicial. Es probable
que muchos que acudieron a la manifestación del pasado domingo hayan
estado también en otras convocatorias de fechas anteriores en las
que se se reivindicaba la unidad de España o la convivencia sin
rupturas.
En
todo caso, la fractura social es evidente. Y los sindicatos no deben
olvidar el gran telón de fondo que obscurece el escenario: si en los
últimos tiempos han venido denunciando -también en Catalunya- los
abusos y hasta los saqueos del poder político, ahora deberían medir
los riesgos que significa convertirse en apéndices del mismo. No se
pide que se mantengan indolentes en procesos como el catalán, cada
vez más incierto, pero que midan bien los pasos que dan al
involucrarse, desde luego.
2 comentarios:
Muy buen artículo, coincido plenamente.
Me temo que el apoyo de cierta izquierda al ideal nacionalista es más profundo de lo que se cree.
Espero ver a UGT y Comisiones acudiendo también a manifestaciones no independentistas. Hasta ahora esa presencia ha brillado por su ausencia.
Saludos
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