¿Por qué molestará a algunos el
aplauso de las siete, una hora más en la península, desde ventanas
y balcones? No se entiende bien, la verdad. Ni siquiera confiriéndole
el sesgo ideológico para expresar la contrariedad. ¿Por qué esa
manía persecutoria de lo que no es más que un gesto espontáneo,
una expresión de desahogo de las circunstancias que concurren y que
afectan a la práctica totalidad de la población?
Y lo que es más: aplaudir es un
ejercicio libre, voluntario, no impuesto. Aplaude quien quiere y
puede, quien solo quiere premiar o corresponder a quienes se esmeran
en la pandemia para atender a los demás, a quienes trabajan sin
desmayo (a veces con escasos medios y recursos) para salvar vidas,
para trasladar a personas, para llevar enseres y comida, para
propiciar seguridad y hacer cumplir las disposiciones indispensables
con tal de contener la pandemia.
Aplaudir es un acto de
desprendimiento y generosidad. A esa hora se sale para manifestar
ánimo y solidaridad con profesionales y colectivos que impulsan, a
su manera, las ganas de que esto acabe. No son palmeros contratados.
Ni mucho menos los que están respondiendo a una convocatoria de algo
o alguien en concreto. No hay otro móvil que el muy noble de de
seguir estimulando el quehacer y la entrega de quienes trabajan de
forma abnegada, fortaleciendo el sistema público sanitario y
poniendo a prueba la prestación de los servidores públicos en sus
respectivos ámbitos y cometidos.
¿Qué hay de malo en aplaudir? ¿Por
qué ese incomprensible reproche a quienes lo hacen? Sobre todo, si
ello va acompañado, como se ha visto, de alguna recomendación
torticera o con tintes de antipatía, por decirlo de forma
benevolente. Esa sí que es una instrumentalización. Se aplaude para
expresar gratitud.
Se ha hecho casi desde el primer día
de la alarma. Como ha sucedido en el exterior de hospitales, donde se
concentra el personal sanitario, que se emociona cuando despide, por
ejemplo, a quien ha causado alta médica. Y cuando se junta con
soldados, policías o bomberos, unos frente a otros. Si por ellos
fuera, se fundirían en un abrazo para animarse, para recordar que
hay que estar así de unidos con el fin de atender el denso trabajo
que aún queda hasta que acabe la pesadilla. Particularmente
emocionantes han sido los aplausos proferidos para decir adiós a
algún compañero caído en acto de servicio, nunca mejor empleado el
tópico. Porque los sentimientos existen y cuando llega la hora de
desahogarlos, se hace con motivación y sin otras estridencias que
las dictadas por el corazón y por la razón. Sin esperar nada, sin
aguardar otra cosa que la suma de más personas, de más vecinos y de
más compañeros.
Aplaudir porque sí, bastaría decir.
O quizá moleste porque es sano y noble. Se suma quien quiere, quien
se adhiere para ser uno más, para saludar a los de enfrente y a los
de al lado. A quienes también siguen el ‘aplausómetro’ desde
las calles o desde las plazas cercanas que ni siquiera así son los
patios de vecindad de los que tanto se ha hablado en episodios y
relatos. El horno está para chismografía, para contar, al modo de
cada quien, lo que han dicho en la radio o lo que se ha visto en la
tele, para contar el fallecimiento reciente de alguien o para saludar
simplemente después de merendar o antes de cenar.
¿A quién se molesta con el aplauso
sencillo? Pero si es un flash, un sonido, un momento de alegría y
catarsis en medio de tanta penuria.
Día 25 de la alarma
Hoy
no saldrá el Gran Poder de Dios. Para muchos portuenses, era el
Viejito el que marcaba el comienzo de la Semana Santa. Su procesión
fue siempre muy concurrida, incluso en los años que menguó
considerablemente la asistencia a estos cultos. Vienen a la memoria
tantos cofrades, tantos componentes de la hermandad, impecablemente
trajeados, y tantos fieles acompañando a la imagen que hoy, por mor
de las circunstancias, no procesionará. El redoble seco del tambor
tendrá que esperar.
Han
vaciado la pila de la ñamera de la plaza y las palomas se quedan en
el bordillo sin poder beber. Algunas, las muy atrevidas, apuran la
humedad de los hoyuelos y de los pequeños charcos que restan. Los
pájaros, desde las copas de los árboles, amenizan el amanecer. Pero
no hay problema: ya han adaptado el nuevo refranero: “No por mucho
madrugar vas a salir a desayunar”.
Pendientes
seguimos de la confirmación del Cabildo. A partir del lunes se podrá
pasear por zonas abiertas y avenidas marítimas, siempre provistos de
de DNI o tarjeta de residente. Se supone que tendrán que
coordinarse, si es que al final se decide la autorización. Cuidado,
no sea que la ansiedad por salir eche a perder todo el esfuerzo de
confinamiento realizado hasta ahora. Así lo expresamos en la
tertulia de COPE Tenerife, reducida unos minutos porque comparecía
el obispo.
Las
escenas de los mayores abandonando su internamiento hospitalario
emocionan. Qué ejemplo de entereza y de voluntad, mentes preclaras
que ya han vivido tantos reveses, tantas tribulaciones, que este
trance lo resisten y lo superan. Unos salen de pie y otros en silla
de ruedas. Despiden a su enfermero o a su médico y hablan a través
de la mascarilla mientras sus familiares y vecinos les aclaman al
llegar a los exteriores de su domicilio.
Planetacanario.com,
de
Vicente Pérez, publica un trabajo del fotoperiodista Moisés Pérez
en el que plasma cómo los vecinos del bloque de viviendas ‘Isla
Lanzarote’, en La Vera, agradecen, con pancartas y carteles que
cuelgan de balcones y ventanas, las aportaciones de los sectores y
colectivos que se esmeran para que nade falte. Es una expresión de
gratitud y solidaridad que refleja la idiosincrasia de los
portuenses. Por la tarde, circulan mensajes e imágenes de ese barrio
que preocupan. Algún incidente, alguna conflictividad en la
convivencia que ojalá no pase a mayores.
La
consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias registra en esta
fecha mil setecientos veinticinco casos acumulados de coronavirus
(hasta el término es desagradable de escribir). Por municipios, el
Puerto de la Cruz tiene treinta positivos y un fallecido.
En
algún lado leemos que la poco sospechosa OCDE pone de ejemplo a
España en la lucha contra COVID 19 y Aday Ruiz, ex concejal del
Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, hace una pregunta muy
seria en su muro de facebook:
“Los
medios de comunicación, habiendo sido declarados servicios esencial,
¿se puede acoger a los ERTEs?”.
Hay
mensajes, en las redes y en la mensajería móvil, difíciles de
digerir. No solo por injustos y por deformaciones de la realidad sino
por absolutamente inapropiados. Resolvemos no atenderlos ni
contestarlos, aunque no se diluyan del todo en ese tráfago incesante
de la política mal entendida.
“Soñar
la recuperación”, llamativo título del texto que publica el
eurodiputado canario Juan Fernando López Aguilar en el
Huffington Post.
Síntesis: la Unión Europea se juega su crédito ante el COVID 19.
Cualquier alternativa a la solidaridad tendría un coste inasumible.
Se
aplazan las Jornadas Cervantinas de La Orotava. Quedan para otoño.
Tan buen trabajo bien merece una celebración que las consolide.
La
luna llena que ilumina la noche silenciosa (parece que está ahí
mismo) augura el éxito.
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