¿Han
reparado ustedes en ello? Veremos qué determinaciones toman las
aerolíneas si, cuando reanuden sus operaciones, se mantiene la
distancia social como medida preventiva para contener contagios de la
COVID-19. La traducción sería que en filas de dos asientos, solo se
podrá ocupar uno. Y que en las de tres, habría que dejar uno libre,
como mínimo (el del centro). Ello comportaría la reducción del
aforo en cabina. Las compañías estarán haciendo sus cálculos,
tarifas incluidas, para ver si es económicamente viable mover los
aparatos y estudiar alternativas que se correspondan con la
rentabilidad.
No
es de extrañar que, ante un panorama tan sombrío, algunas compañías
ya hayan solicitado su nacionalización, en tanto otras (como se ha
hecho por muy distintos sectores) hayan pedido inyecciones de fondos
para sobrevolar, si se nos permite el término. Con la visión de
negocio que les caracteriza,
business is business,
los americanos ya han anticipado su posición: a cambio de
subvenciones o ayudas en efectivo, el Estado podrá obtener una
participación en el accionariado de las compañías aéreas.
Bueno,
todo se andará. Lo que parece evidente es que la pandemia tendrá
también consecuencias en el transporte aéreo. Puede que algunas se
estén palpando ya en las escasas operaciones que las aerolíneas
estén llevando a cabo. Se nos ocurre que, además de proceder a
desinfecciones periódicas o diarias, suprimirán la distribución de
revistas o publicaciones, que no habrá comidas (calientes, sobre
todo) para evitar manipulaciones de alimentos e intensificarán el
control médico sobre el pasaje y los tripulantes.
Pero,
¿cómo se resuelve lo de la estancia en cabina? Esa es una
incógnita. Es fácil predecir que las restricciones afectarán a la
movilidad en pasillos pero no tanto la colocación en los asientos,
supeditada también a la configuración y distribución interior de
los mismos.
Pongamos el ejemplo de un A-320: si
van dos pasajeros por fila, el máximo sería sesenta. En los aviones
de fuselaje ancho, igual o peor. ¿Se imaginan los precios? ¿Y las
dificultades para acceder a un billete?
El
problema está en tierra. Pero, igualmente, en el aire.
Día
35 de la alarma
El
chaparrón, el ruido del chaparrón, nos despertó de madrugada. Nos
levantamos antes de las cuatro, cuando arreciaba. En el horizonte se
adivinaba en el cielo una tonalidad rojiza. Cortinas de agua
iluminadas por el alumbrado público. Acertamos a comprobar cómo se
volvía a inundar el costado norte de la plaza desde el que se accede
a la calle San Felipe. No operarían, por supuesto, en la parada de
taxis. Ya de día, habrán levantado tapas de alcantarillado
colocaron señales previsoras. Otro episodio del estado de alarma que
se prolongó por la mañana, con un nuevo aguacero de cierta
intensidad que empapó, desde luego.
En
la nueva estación de guaguas se notaron los efectos de esta lluvia
intensa. Algunos grabaron las filtraciones de agua que, en algunos
espacios, caía de forma similar a la que se ha visto en algunas
ocasiones en el aeropuerto Tenerife Norte-Los Rodeos. Las grabaciones
circularon en redes desatando un torrente de quejas: no hace mucho
tiempo que las obras fueron recepcionadas y tuvo lugar un acto de
inauguración. Independientemente de las responsabilidades a que
hubiera lugar, ¡qué mala suerte tiene siempre el Puerto con la obra
pública? Bueno, siempre no: ahí está la última reforma del
refugio pesquero, al que popular y jocosamente llamaron ‘muelle de
los pitufos’, que resiste y resiste los embates del Atlántico. Y
aprovechando: ¿para cuándo los revestimientos del dique de
contención desprendidos? La manchas son cada vez más extensas.
Pero
el día se queda radiante. Se nota la mejora, la limpieza del medio
ambiente. Gusta el calor del mediodía. Aún así, hay personas que
pasean a sus perros con un paraguas en la otra mano. Por si acaso.
Pero no vuelve a llover, el cielo está azulísimo (si es válido el
término), tal es así que una mujer y dos hombres hacen metros y
metros dando vueltas en la despejada azotea de un edificio cercano en
el aludido costado norte. Si se quiere, hay tiempo y espacio para
todo.
Esta
Naturaleza, a la que tantas veces hemos calificada de caprichosa,
parece estar disfrutando. En una red social ponen imágenes de orcas
navegando en las inmediaciones del refugio o la playa de El Médano,
en el sur de la islas. El otro día, dos delfines penetraron en el la
rada del muelle portuense. Los naturalistas, los medioambientalistas
están gozando, seguro. Vuelven a correr algunos barrancos. Si todo
es efecto de la pandemia, otra lección a estudiar y tener en cuenta.
No
es de extrañar, por consiguiente, que se acumulen centenares de
firmas en plataformas sociales que piden que no desaparezca la
Organización Mundial de la Salud (OMS), afectada por un absurdo,
otro más, del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump,
empeñado en reducir los fondos presupuestarios para su financiación.
Mientras tanto, manifestantes armados con rifles se manifiestan
pidiendo el punto final del confinamiento. ¡Qué país!
El
presidente Sánchez, en una nueva comparecencia, anuncia que la
desescalada se llevará a cabo por territorios, gradualmente pues. Y
que los niños podrán salir (pendiente la concreción de las
condiciones) a partir del lunes 27 de abril. Habrá que ir con mucha
cautela: nunca antes las recaídas son tan temidas.
De
noche, Venus aparece con cierto esplendor. El cielo está límpido.
Ha bajado la temperatura pero no parece que vaya a llover. Un título
radiofónico de hace años vuelve a la memoria: mañana será otro
día.
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