El
Puerto de la Cruz sufrió una fuerte epidemia en 1811. Entonces, como
había ocurrido en casos similares, se estableció lo que hoy se
conoce como cordón sanitario por los pueblos de La Orotava y Los
Realejos.
El
memorialista Gaspar
de Franchi Mesa y Ponte había regresado a Tenerife en 1809 después
de una larga estancia en Francia. Tenía noticias de las calamidades
que padecían por no haber personas que se dedicasen a buscar medios
para remediarlas. Entonces, se dirigió a la Junta de Sanidad de la
Villa de la Orotava, considerando que era el cuerpo que con más
eficacia podía buscar los remedios necesarios, manifestándole que
el Puerto, en su encierro, carecía de agua pues ésta pasaba por Las
Dehesas, jurisdicción de Los Realejos, donde se consumía y era
robada porque los vigilantes del Puerto no podían pasar el cordón
para vigilarla. Era justo y era obligación de las autoridades y las
Juntas de Sanidad buscar medios que coadyuvasen a mitigar el hambre y
demás penalidades que sufrían los portuenses en su encierro.
Franchi había sido el autor en 1777 de un Proyecto
para la utilidad particular y pública de las Islas Canarias, acerca
de la decadencia en el Arhcipiélago por la falta de exportación de
frutos, debida a las leyes de comercio y la explotación colonial
inglesa.
Artículos
de primera necesidad, tales como la leña y el carbón, faltaban en
la cuantía que se necesitaban. Todo aquel que tenía medios para
acercarse al cordón se proveía de estos artículos pero el que no,
o carecía de ellos, los pagaba a precios tan exorbitantes que los
menos pudientes no podían obtenerlos. En cuanto al pan que se bajaba
de la Villa era de muy mala calidad y estaba falto de peso, a pesar
de que el remedio no era difícil. Los conductores del cordón del
Puerto estaban sin arreglo y faltos de fidelidad muchas veces; la
urgencia y confusión los estableció y así permanecieron a pesar de
las experiencias de Santa Cruz y del mismo Puerto en una epidemia
anterior.
La
Junta de Sanidad prácticamente no existía en el territorio
portuense porque algunos de sus miembros habían fallecido y otros
abandonaron el pueblo huyendo, abandonando sus funciones. Según el
cronista oficial del municipio, Nicolás Pestana Sánchez, de quien
tomamos estos datos, la Junta “debió de mirar el modo de evitar la
introducción de la peste y no lo hizo, así como tampoco
proporcionar alivio a los enfermos”. Es cierto que este cuidado
debía ser del alcalde, diputado y síndico personero. Pero algunos
de éstos faltaban del pueblo también. Y aún en el caso de que
hubiesen estado en él, nada hubiesen hecho por sí solos, sin la
ayuda de los vecinos
Relata
Pestana que “la fatiga y el decaimiento oprimían al Puerto hasta
el extremo de que cada habitante sólo trataba de cuidarse a sí
mismo, sometiéndose a las desgracias que su encierro no les permitía
remediar. Era una obligación de cristianos que los de fuera, más
libres, les ofreciesen los medios de alivio dándoles las facilidades
necesarias en las operaciones anteriores y les comunicasen los
cuerpos interiores que, para este fin, se nombrasen. Estos
comunicarían a los de la Villa y Los Realejos sus necesidades y
éstos, conociéndolas, procurarían remediarlas. El Ayuntamiento y
Junta de Sanidad de la Villa no deberían olvidar en exponer todos
sus deseos y operaciones a los de los Realejos para que contribuyeran
al mismo fin”.
Pero
no fue así. Solo se cuidó de poner el cordón para que la epidemia
que se sufría en el Puerto no pasase a aquellos pueblos, sin
acordarse de aplicar remedio a sus necesidades para que la epidemia
desapareciese. Así las cosas, el cordón no era una necesidad sino
una tiranía y como tal nada de particular tenía que fuese roto
tantas veces como se pudiese.
El
10 de enero de 1811, el Comandante General de estas Islas y
Presidente de la Junta Superior de Sanidad convocó a las personas
que componían la citada Junta para dar conocimiento del oficio que
el Alcalde Real del Puerto, Rafael Pereyra, le había dirigido con
fecha 14 de diciembre del año anterior, acompañando certificación
de las actas de las reuniones celebradas por el Ayuntamiento y su
Junta de Sanidad en 3 y 14 del mismo mes.
La
investigación del cronista se centra en que vistas las razones
expuestas por el alcalde y por el síndico personero, Bernardo
Cólogan, denunciando la estrechez a que fueron sometidos los
habitantes del Puerto por el cordón puesto por los pueblos
colindantes, con motivo de la enfermedad que se había manifestado en
la casa de Don Vicente de Fuentes, Almojarife de la Aduana. Visto,
igualmente, el dictamen de los facultativos en medicina Juan Emeric,
Julián Delgado y Diego Arminstrong, se acordó que, siendo muy justa
y fundada la exposición hecha por el síndico personero, así como
el dictamen de los expresados facultativos en que, no separándose de
todo el derecho que tanto las leyes como la humanidad permiten y
exigen a favor de la caridad en casos semejantes, la consideración
que se merece y debe tenerse con los pueblos contagiados, pueden, sin
faltar en nada, ser acordonados los unos y precaverse y guardarse los
otros dejando todo el ensanche que la prudencia dicta cuando la
localidad lo permite y bajo estos mismos sentimientos “franquea
todo género de auxilio que proporcione el mayor alivio a la fatiga
de los pacientes, consuelo de los afligidos, satisfacción y
seguridad a los que tienen la feliz suerte de acordonar”.
De
modo que, según los documentos, procede
señalar “los límites en que debería ponerse el cordón en la
forma siguiente: Comenzaría desde la orilla del mar, por la parte
del este, donde llaman “Sancho”, siguiendo hacia arriba hasta “El
Durazno”, donde se dividen los caminos por la Villa de la Orotava y
este Puerto, siguiendo desde este punto al camino que llaman “de la
Vizcaína”, continuando a la Montaña de Los Realejos hacia arriba
y bajar y terminar en el lugar que llaman “El Burgado” hasta la
orilla del mar”.
Además,
el Comandante General hizo saber a los ayuntamientos de los pueblos
colindantes que el mejor modo de precaverse los pueblos sanos de los
que están infestados era cerrar las entradas de él, dejando una
sola abierta para que, con facilidad y seguridad, se supiese las
personas que salían o entraban en el mismo pueblo.
El
30 de diciembre de 1811 la Junta de Sanidad del Puerto mandó a hacer
un recuento de sus habitantes para averiguar el número de víctimas
y demás circunstancias, dividiendo al pueblo en distritos (Obsérvese
la similitud con los recuentos diarios de la pandemia actual de la
COVID-19)
Uno
de dichos distritos correspondió a Andrés Zamora y comprendía las
calles de San Francisco, Tiendas, callejón de Blanco, calle de Pedro
Briganti, calle de las Aramagas, calle del Estanco, callejón de las
Monjas, calle de Dionisio O’Daly, calle de Santo Domingo, El
Monturrio, callejón de Punto Fijo, Plaza de la Iglesia, calle de las
Rosadas, calle de Francisco Trujillo, calle de Zamora, calle de La
Hoya, calle de Cuaco, Montañete, La Montaña, calle que iba a Las
Cabezas, cuevas de Martiánez, Robado y San Antonio. Los resultados
de este distrito fueron:
- Número de habitantes: 1.368
- Número de muertos: 262
- Sufrieron la epidemia: 844
- No la sufrieron: 239
- Salieron del pueblo: 21
- Entraron después del cordón: 2
- Total: 1.368
- Casas vacías por ausencias: 23
Otro
distrito fue encargado al diputado Francisco Solano Real que
comprendía las calles de San Francisco, parte de la calle de Las
Cabezas, otra parte del pago de San Antonio, calle de Las Carretas,
calle del Chorro, calle Nueva, calle del Sol, calle del Norte,
callejón Angosto, calle del Peñón, calle de Mequinez, calle del
Lomo, calle del Castillo, calle del Tejar. Los resultados de este
distrito fueron :
- Número de habitantes: 2.476
- Número de muertos: 262
- Sufrieron la epidemia :296
- Salieron del pueblo: 21
- Entraron después del cordón: 3
- TOTAL: 2.476
- Casas vacías por ausencias: 39
Los
gastos ocasionados por esta epidemia ascendieron a la cantidad de mil
ciento setenta pesos corrientes.
Día
38 de la alarma
Trabajan
desde muy temprano en la planta alta de un restaurante cercano. Debe
ser de las escasas actividades que se registran en el municipio. Los
efectivos del servicio municipal de limpieza y recogida domiciliaria
de residuos se afanan puntualmente. La jornada parece discurrir por
los cauces habituales. Nos acordamos de tantos amigos echando el
enésimo vistazo a las calles desiertas y percibiendo el sonido del
silencio.
Los
datos del Gobierno de Canarias, por municipios, señalan que son
sesenta los contagios en Tacoronte y siete los fallecidos. El Puerto
de la Cruz aparece tercero, con cuarenta y siete contagios, tres
fallecidos y nueve altas médicas.
En
el camino a la panadería, alguien nos llama por el apellido desde el
interior de una vivienda. No le reconocemos. Saludamos y seguimos.
El azar quiso que la noche anterior empezáramos a releer Castro: mentira barbuda, de José María Calleja. A la mitad lo dejamos, cuando a mediodía conocimos la noticia de su fallecimiento. Le conocimos durante nuestra estancia en Madrid. Doctor en periodismo y profesor de la Universidad Carlos III. Fue director y presentador del programa "El Debate", en aquella memorable CNN+. Un periodista de raza y un escritor sobresaliente. Un tertuliano de saber lo que se dice con propiedad. Contribuyó decisivamente a la normalización de la convivencia en Euzkadi, aún señalado por aquella infausta organización criminal. A Eligio Hernández Gutiérrez, ex fiscal general del Estado, le recomendamos la lectura de Lo bueno de España, su última obra. La comunicación pierde a un grande.
El azar quiso que la noche anterior empezáramos a releer Castro: mentira barbuda, de José María Calleja. A la mitad lo dejamos, cuando a mediodía conocimos la noticia de su fallecimiento. Le conocimos durante nuestra estancia en Madrid. Doctor en periodismo y profesor de la Universidad Carlos III. Fue director y presentador del programa "El Debate", en aquella memorable CNN+. Un periodista de raza y un escritor sobresaliente. Un tertuliano de saber lo que se dice con propiedad. Contribuyó decisivamente a la normalización de la convivencia en Euzkadi, aún señalado por aquella infausta organización criminal. A Eligio Hernández Gutiérrez, ex fiscal general del Estado, le recomendamos la lectura de Lo bueno de España, su última obra. La comunicación pierde a un grande.
Por
la tarde, circula la denuncia de la situación del edificio ‘Iders’
en la avenida Familia Bethencourt y Molina, abandonado a su suerte
desde hace muchos años, desde que fue diagnosticada la aluminosis.
La denuncia viene con un añadido: potencial foco de contagio. Cuando
estas situaciones se prolongan, acarrean más problemas. No es que
haya novedades en torno a los existentes, que ya se conocen, sino
que, en circunstancias como las que concurren, tales problemas
generan mayor preocupación.
La
primera versión de la portavoz del Gobierno, María Jesús Montero,
relativa a las condiciones y a los lugares donde saldrían los
menores de catorce años a partir del próximo lunes, es rectificada.
Las reacciones contrarias fueron notables, de modo que el propio
ejecutivo reconsideró los términos de la medida que habrán de
concretarse en estas fechas. Mañana, por cierto, comparecerá el
presidente Sánchez en las Cortes para informar de los acuerdos del
Consejo de Europa y para solicitar la prórroga del estado de alarma.
Veremos.
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