Profesionales
del sector hotelero coinciden en señalar la conveniencia de que las
unidades alojativas (hoteles, apartamentos y residenciales) cuenten
con una certificación sanitaria, denominada “COVID free”, que
facilite la identificación de aquellos establecimientos “libres de
coronavirus”.
Algunos
destinos ya preparan algo al respecto. Consideran que es básico
transmitir seguridad cuando se reanude la actividad. Se da por hecho
que los clientes, de todas partes, van a ser exigentes y querrán
alojarse en un lugar seguro. Salud, seguridad y empatía, en efecto,
serán factores consustanciales a la oferta y, lo que es más,
influirán poderosamente a la hora de escoger lugares vacacionales o
de descanso. De hecho, ya hay algunos estudios de mercado que
anticipan los países que, en mejores condiciones, van a afrontar las
etapas del desconfinamiento, según las determinaciones de cada
gobierno.
(Atentos
en este sentido: cuando redactamos la presente entrada, el periódico
El Día
publica una información en la que se señala que tanto el Reino
Unido como Alemania descartan Canarias como destino para el resto del
año).
Habrá
que habituarse a escenas tales como la toma de temperatura antes de
cruzar la puerta de acceso al hotel, la realización de un test
rápido para verificar si se es portador de coronavirus y la
inspección del teléfono móvil que habrá de llevar una aplicación
que revelará cuáles han sido los últimos desplazamientos. Una vez
verificados los resultados de estas pruebas, se podrá acceder a la
recepción con mascarilla y guantes. Las personas que atiendan
estarán protegidas con una mampara de metacrilato. Si hay más
clientes, tendrán que guardar una distancia mínima de dos metros,
tomando como referencia unas marcas de seguridad que habrá en el
suelo. El ascenso funcionará por voz, para no tener que apretar
botones. Y hasta es probable que el buffet sea sustituido por un
servicio de habitaciones que dejará las bandejas en el exterior de
las puertas, en el pasillo. Por supuesto, todo el hotel será
desinfectado a fondo periódicamente. Los clientes dispondrán de
geles con hidroalcohol higienizante por todas partes. A la espera de
vacunas y terapias, habrá que acostumbrarse a convivir con estas
medidas y con estos métodos. Un cambio sustancial, desde luego. A
ver cómo se adaptan la industria… y los visitantes.
Pero
habrá que tener en cuenta fundamentos uniformados de coordinación.
Se supone que la eficacia de las medidas dependerá mucho de ellos.
De ahí que la Confederación Española de Hoteles y Alojamientos
Turísticos (CEHAT) haya advertido de la necesidad de no dispersar, o
lo que es igual, si cada destino, cada territorio o cada asociación
empresarial actúan a su aire o de forma unilateral, los pretendidos
resultados no serán beneficiosos sino, probablemente, todo lo
contrario.
De
modo que orden y concierto. Bastantes dificultades hay ya como para
no cumplir con requisitos que son esenciales para la convivencia del
futuro.
Día
44 de la alarma
La
valoración de la jornada dominical sirve para arrancar la semana con
ganas de avanzar. La valoración es desigual: unos defienden la
medida, la dan por buena, positiva; otros muchos creen que se
contrastó la irresponsabilidad pues en pocos lugares se respetaron
las indicaciones de las autoridades. Algunas imágenes lo atestiguan.
Ni distancias ni nada. Y eso que no había cafeterías ni terrazas
abiertas.
Un
dron sobrevuela la plaza del Charco cuando andamos en busca de una
impresora para obtener un documento. Otros vecinos que habitualmente
aplauden cada tarde creen que nos están controlando demasiado.
A
las doce del mediodía, conexión puntual para una reunión
telemática con los componentes del grupo de conocimiento turístico,
Calínico, coordinado por Eduardo Solís. Participan diecisiete
profesionales, algunos de ellos en activo. Aportaciones valiosas a
partir de las experiencias vividas desde dentro, de las previsiones
sobre escenarios y de los anhelos comunes: que la pesadilla acabe
cuanto antes. Hay coincidencia en señalar que no están despejadas
algunas dudas para poner en marcha la maquinaria: el proceso de
recuperación será lento. Medidas sanitarias, por supuesto:
certificaciones y demás. Ayudas para las líneas aéreas: parecen
indispensables. Promociones intensas, escogiendo bien los mercados.
Por nuestra parte decimos que el conjunto de iniciativas e
impresiones sea incorporado a los procesos que están en marcha para
contar con un plan de choque específico para la industria turística,
sustentando en inversión pública y privada; con un proyecto
nacional de Especificaciones Técnicas y Sello de Garantía para la
prevención de la COVID-19 que está elaborando el Instituto de
Calidad Turística Española y el catálogo que se ha propuesto la
Asociación de Municipios Turísticos para llevar a cabo, de forma
racional y secuenciada, el desescalado de las actuales medidas de
confinamiento en el que habrá de ser incluida la reapertura de los
destinos turísticos.
Dura
tres horas la sesión. Aprendimos, como siempre. Como también de una
entrevista con el historiador estadounidense Timothy Snyder,
publicada en
El País,
con un extracto en primera página. Le confiesa a Juan Cruz Ruiz que
el autoritarismo está perdiendo atractivo. Habla de las
instituciones como guardianes de la decencia, una decencia que está
en peligro. Snyder denunció en un libro “la tiranía de la
mentira”. Por eso ahora, en plena pandemia, pondera el papel de los
medios de comunicación, especialmente a partir de la transparencia
en el tratamiento que concedan a las enfermedades.
Los
datos de empleo en Canarias para acabar la primera jornada de la
semana: la tasa de paro juvenil se acerca al 40 % (es muy oscuro del
panorama, desde luego); y el planteamiento de Comisiones Obreras para
prorrogar los Expedientes de Regulación Temporada de Empleo (ERTEs)
por fuerza mayor hasta seis meses en el sector turístico, una vez
sea levantado el estado de alarma.
En
las última veinticuatro horas, tres fallecidos más en Canarias por
COVID-19. El virus que no cesa.
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