domingo, 21 de abril de 2024

Cuando sueña la libélula...

 

“El juego se ha detenido. Juegan blancas, pero hay un compás de

espera. Parece que la partida no avanza, pero es en estos tiempos

muertos en los que se ganan y se pierden las batallas. Los caballos

blancos han salido, los peones centrales han ocupado E4 y D5 ante

la parsimonia de las negras. El rey blanco ha enrocado, tras su

poderosa torre. Sin embargo, las negras están faltas de piezas, su

reina ha tenido que salir, y aunque su posición no está nada aún

comprometida, sí que ha dejado demasiado expuesto al rey negro.

Solamente un caballo se asoma oara apoyar tímidamente la

partida”.

 

¿Estamos ante un fragmento de la crónica de una partida de

ajedrez? Bueno, El sueño de la libélula (Editorial Siete Islas), la

trigésima publicación de Miguel Aguerralde, es un compendio de

sugerentes opciones y posibilismos para los lectores que sean (o

estén) ávidos de misterios, hasta asemejar una partida de ajedrez

en la que nada resulta ser lo que parece.

 

-¿Qué debo hacer? -chillo.

 

El tictac del reloj me apremia, no me deja pensar. La mujer me

observa desde su cara vacía. Se acerca a mi y siento un escalofrío.

Su mano en mi cuello es tan suave que me produce grima. Arrima

su cuerpo al mío y se deja caer en mis brazos.

 

-Juega.

 

El tablero se vuelve a estremecer y pierdo el equilibrio. La mujer ya

no está, oigo su risa enlazada con la cadencia del reloj. El rey negro

sale desde detrás de un esbelto alfil que apenas le protegía y da

un paso hacia donde le esperan los dos caballeros blancos. La dama

negra no hace nada por evitarlo. Esta vez no hay tiempo de espera.

Despacio, muy despacio, el alfil blanco de dama entra en escena y

se introduce entre sus dos caballos. La defensa de blancas no

puede ser más sólida”

 

 

Estamos, simplemente para acercarnos y meternos de lleno en la

trama concebida por el autor, reproduciendo la antesala de uno de

los capítulos de esta novela policíaca de corte ‘noir’ en la que

ustedes podrán pasear y dejarse envolver en los ambientes de Las

Palmas de Gran Canaria, Arrecife de Lanzarote y París.

 

Agradecemos, por cierto, a Miguel Aguerralde, a su editorial y al

Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias, su confianza y la

oportunidad que se nos concede para glosar esta obra, enmarcada

en la tradición de la novela policial más urbana que desmenuza las

complicaciones de un robo, aparentemente sencillo, pero que

termina por acarrear consecuencias nefastas para sus

protagonistas.

 

“-¡Esta partida es imposible! -grito al vacío. ¡Quiero salir! (Nosotros

para retomar el hilo con el que iniciamos este texto).

El suelo tiembla de nuevo, abro las piernas para no caer pero

termino rebotando de un peón a otro en el centro del tablero. Las

manos heladas de la mujer me detienen.

El movimiento para y percibo que el reloj también lo ha hecho. El

tiempo se detiene, un descanso, por fin. Piensa, maestro del

ajedrez, piensa. Pero el tictac comienza de nuevo. Primero,

espaciado, tic, tac, progresivamente acelera. Las enormes figuras

me rodean, dispuestas a entrar en batalla tras la apertura. Tic. Tac.

Tictac.

Mueven negras”.

 

Aguerralde, residente en Lanzarote, maestro de primaria, escribe

con soltura sobre suspense y terror. Es miembro de Nocte y de

ESMATER, colaborador habitual de la revista Ultratumba y de la web

Paraíso4, además de articulista en la publicación local ‘Yaiza te

informa’. Ha participado en antologías de relatos. ‘En la oscuridad’ y

‘El fabricante de muñecas’ (Click Ediciones, Grupo Planeta, 2014)

son las primeras novelas de su personaje referencial, Matt el Rojo.

 

En este robo sobre un tablero de ajedrez, palpa el autor que “el

tiempo va muy deprisa cuando estás inconsciente”. Todavía -dice, a

modo de sinopsis- no comprendo cómo pudo complicarse tanto.

Salir y entrar de la cárcel, salir y entrar del hospital y, entre medias,

las piernas de Noelia Soto. Debí intuir el desastre en cuanto asomó

por aquel bar. No debía ser complicado robar el cuadro. Ni siquiera

tenía que ser difícil volver a encontrarlo. Pero esta novela es el

testimonio de cuando todo sale mal, da igual cuánto tiempo

dediques a planificarlo. A veces la partida se tuerce y no queda otro

movimiento que tratar de evitar el jaque mate. Pero, ¿qué se puede

hacer, cuando toda la partida está amañada y nada llega a ser lo

que parece? El título del capítulo 3, es como una atinada síntesis

“De cómo llevar a cabo un atraco casi perfecto y, a continuación,

joderlo todo”.

 

La libélula -permitan esta breve digresión- es un insecto paleóptero,

es decir, perteneciente a la familia de los que no pueden plegar las

alas sobre el abdomen.  Se caracterizan por sus grandes ojos

multifacetados, sus dos pares de fuertes alas transparentes y por su

abdomen alargado. Se alimentan de mosquitos y otros pequeños

insectos como moscas, abejas, mariposas y polillas.

 

Las libélulas no pican a los humanos y son valiosos depredadores,

ya que controlan las poblaciones de moscas y mosquitos, algunos

de los cuales transmiten enfermedades como el dengue. Algunas

especies son migratorias.

 

Miguel Aguerralde, por cierto, vive en la misma isla, Lanzarote,

donde residió y enseñó Lengua y Literatura, un insigne portuense,

Agustín Espinosa, tantas veces ponderado aquí por ilustres y

prestigiosos estudiosos de su obra, incluso por una directiva de la

casa, su sobrina la profesora Margarita Rodríguez Espinosa.

 

“Aquí en el Puerto de la Cruz, nací yo, en una casa cuyo mirador

estoy viendo mientras te escribo (hay que situarse en la antigua

calle Iriarte), tan alto casi como la torre de la iglesia. Aquí, por

estas calles, callejones y callejas, he correteado y he palanquineado

hasta los doce años, como lo hace ahora mi hijo. Es un pueblo que

tuvo, como yo, su historia. Que vive, como yo, también de

recuerdos. El mar le canta y arrulla diariamente como una madre a

un niño inválido, y de noche le cuenta, con voz de trueno, cuentos

de brujas, trasgos y cosas de Tócame Roque que hacen más

silencioso y duro el sueño”.

 

Espinosa es el autor de ‘Crimen’, una novela surrealista, como él

mismo la denominó. Quizá por eso, el escritor Alexis Ravelo siga

imaginando que los últimos y contados ejemplares estén

escondidos o sepultados en los cimientos de algún hotel de la

localidad. ‘Crimen’ pudo haber desaparecido así, en un secreto auto

de fe, o bajo un montón de tierra y cemento, como se ha dicho que

pasó con la mencionada copia de La edad de oro y como podría

haber ocurrido con la figura del propio Espinosa, “el surrealista que

rompió la baraja”, en majestuosa definición del maestro Juan Cruz

Ruiz.

 

Si no fue así, se debió únicamente al esfuerzo de una serie de

personas que amaban su obra. Justo por los mismos motivos,

porque una serie de personas aman la obra de Espinosa (entre ellas

está, seguro, Miguel Aguerralde), más de ochenta años después de

su aparición, fue posible volver a leer aquella sin igual novela que,

en cualquier momento, se evoca de forma gratificante.

 

Volviendo a la obra de Aguerralde, solo separada en el título por el

artículo determinado de inicio del libro del novelista japonés

Natsumo Soseki, destaca por su estilo visual y su facilidad para

envolver al lector en enigmas llenos de misterio y situaciones límite,

tras una sucesión de giros imprevistos.

 

Con El sueño de la libélula, el autor continúa ampliando su

catálogo como uno de los autores de novela negra más leídos de

Canarias. Habitual de festivales de género como la Semana Negra

de Gijón, Tenerife Noir, Las Palmas Confidencial, el Festival Agatha

Christie con sede en el Puerto de la Cruz o Pamplona Negra, entre

otros, y reconocido a nivel nacional gracias a trabajos como Claro

de Luna, Última parada, Despiértame para verte morir o

Alicia;, además de las novelas románticas La chica que oía

canciones de Kurt Cobain y Todo aquello que nunca te dije; y de la

saga de novelas juveniles de Allister Z.

 

Lo que nació como un relato breve allá por 2015, en la cama de un

hospital, cuando el el ajedrez, en aquellos momentos, tenía poco

que ver, se convirtió en una novela, la novela de una partida

retorcida que obliga a buscar el jaque mate. Pero hay una

sensación continuada de amaños. Entonces, ya lo comprobarán los

lectores, nada llega a ser lo que parece. El sueño de la libélula es

un retorcido juego del engaño, el último viaje de un ladrón de

guante blanco que, en el ajedrez como en la vida, jamás aprendió

cómo se gana.

 

En Playa Blanca, donde escribió las últimas líneas, Aguerralde

dispuso las piezas y adelantó el peón blanco de rey -escribe- “para

comenzar una nueva partida. En la última, jugada con fuego real,

habían ganado negras”