“El juego se ha
detenido. Juegan blancas, pero hay un compás de
espera. Parece que la partida no avanza, pero es en
estos tiempos
muertos en los que se ganan y se pierden las
batallas. Los caballos
blancos han salido, los peones centrales han
ocupado E4 y D5 ante
la parsimonia de las negras. El rey blanco ha
enrocado, tras su
poderosa torre. Sin embargo, las negras están
faltas de piezas, su
reina ha tenido que salir, y aunque su posición no
está nada aún
comprometida, sí que ha dejado demasiado expuesto
al rey negro.
Solamente un caballo se asoma oara apoyar
tímidamente la
partida”.
¿Estamos ante un fragmento de la crónica de una
partida de
ajedrez? Bueno, El sueño de la libélula (Editorial
Siete Islas), la
trigésima publicación de Miguel Aguerralde, es un
compendio de
sugerentes opciones y posibilismos para los
lectores que sean (o
estén) ávidos de misterios, hasta asemejar una
partida de ajedrez
en la que nada resulta ser lo que parece.
-¿Qué debo hacer? -chillo.
El tictac del reloj me apremia, no me deja pensar.
La mujer me
observa desde su cara vacía. Se acerca a mi y
siento un escalofrío.
Su mano en mi cuello es tan suave que me produce
grima. Arrima
su cuerpo al mío y se deja caer en mis brazos.
-Juega.
El tablero se vuelve a estremecer y pierdo el
equilibrio. La mujer ya
no está, oigo su risa enlazada con la cadencia del
reloj. El rey negro
sale desde detrás de un esbelto alfil que apenas le
protegía y da
un paso hacia donde le esperan los dos caballeros
blancos. La dama
negra no hace nada por evitarlo. Esta vez no hay
tiempo de espera.
Despacio, muy despacio, el alfil blanco de dama
entra en escena y
se introduce entre sus dos caballos. La defensa de
blancas no
puede ser más sólida”
Estamos, simplemente para acercarnos y meternos de
lleno en la
trama concebida por el autor, reproduciendo la
antesala de uno de
los capítulos de esta novela policíaca de corte
‘noir’ en la que
ustedes podrán pasear y dejarse envolver en los
ambientes de Las
Palmas de Gran Canaria, Arrecife de Lanzarote y
París.
Agradecemos, por cierto, a Miguel Aguerralde, a su
editorial y al
Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias, su
confianza y la
oportunidad que se nos concede para glosar esta
obra, enmarcada
en la tradición de la novela policial más urbana
que desmenuza las
complicaciones de un robo, aparentemente sencillo,
pero que
termina por acarrear consecuencias nefastas para
sus
protagonistas.
“-¡Esta partida es imposible! -grito al vacío. ¡Quiero
salir! (Nosotros
para retomar el hilo con el que iniciamos este
texto).
El suelo tiembla de nuevo, abro las piernas para no
caer pero
termino rebotando de un peón a otro en el centro
del tablero. Las
manos heladas de la mujer me detienen.
El movimiento para y percibo que el reloj también
lo ha hecho. El
tiempo se detiene, un descanso, por fin. Piensa,
maestro del
ajedrez, piensa. Pero el tictac comienza de nuevo.
Primero,
espaciado, tic, tac, progresivamente acelera. Las
enormes figuras
me rodean, dispuestas a entrar en batalla tras la
apertura. Tic. Tac.
Tictac.
Mueven negras”.
Aguerralde, residente en Lanzarote, maestro de
primaria, escribe
con soltura sobre suspense y terror. Es miembro de
Nocte y de
ESMATER, colaborador habitual de la revista
Ultratumba y de la web
Paraíso4, además de articulista en la publicación
local ‘Yaiza te
informa’. Ha participado en antologías de relatos.
‘En la oscuridad’ y
‘El fabricante de muñecas’ (Click Ediciones, Grupo
Planeta, 2014)
son las primeras novelas de su personaje
referencial, Matt el Rojo.
En este robo sobre un tablero de ajedrez, palpa el
autor que “el
tiempo va muy deprisa cuando estás inconsciente”.
Todavía -dice, a
modo de sinopsis- no comprendo cómo pudo
complicarse tanto.
Salir y entrar de la cárcel, salir y entrar del
hospital y, entre medias,
las piernas de Noelia Soto. Debí intuir el desastre
en cuanto asomó
por aquel bar. No debía ser complicado robar el
cuadro. Ni siquiera
tenía que ser difícil volver a encontrarlo. Pero
esta novela es el
testimonio de cuando todo sale mal, da igual cuánto
tiempo
dediques a planificarlo. A veces la partida se
tuerce y no queda otro
movimiento que tratar de evitar el jaque mate.
Pero, ¿qué se puede
hacer, cuando toda la partida está amañada y nada
llega a ser lo
que parece? El título del capítulo 3, es como una
atinada síntesis
“De cómo llevar a cabo un atraco casi perfecto y, a
continuación,
joderlo todo”.
La libélula -permitan esta breve digresión- es un
insecto paleóptero,
es decir, perteneciente a la familia de los que no
pueden plegar las
alas sobre el abdomen. Se caracterizan por
sus grandes ojos
multifacetados, sus dos pares de fuertes alas
transparentes y por su
abdomen alargado. Se alimentan de mosquitos y otros
pequeños
insectos como moscas, abejas, mariposas y polillas.
Las libélulas no pican a los humanos y son valiosos
depredadores,
ya que controlan las poblaciones de moscas y
mosquitos, algunos
de los cuales transmiten enfermedades como el
dengue. Algunas
especies son migratorias.
Miguel Aguerralde, por cierto, vive en la misma
isla, Lanzarote,
donde residió y enseñó Lengua y Literatura, un
insigne portuense,
Agustín Espinosa, tantas veces ponderado aquí por
ilustres y
prestigiosos estudiosos de su obra, incluso por una
directiva de la
casa, su sobrina la profesora Margarita Rodríguez
Espinosa.
“Aquí en el Puerto de la Cruz, nací yo, en una casa
cuyo mirador
estoy viendo mientras te escribo (hay que situarse
en la antigua
calle Iriarte), tan alto casi como la torre de la
iglesia. Aquí, por
estas calles, callejones y callejas, he correteado
y he palanquineado
hasta los doce años, como lo hace ahora mi hijo. Es
un pueblo que
tuvo, como yo, su historia. Que vive, como yo,
también de
recuerdos. El mar le canta y arrulla diariamente
como una madre a
un niño inválido, y de noche le cuenta, con voz de
trueno, cuentos
de brujas, trasgos y cosas de Tócame Roque que
hacen más
silencioso y duro el sueño”.
Espinosa es el autor de ‘Crimen’, una novela
surrealista, como él
mismo la denominó. Quizá por eso, el escritor
Alexis Ravelo siga
imaginando que los últimos y contados ejemplares
estén
escondidos o sepultados en los cimientos de algún
hotel de la
localidad. ‘Crimen’ pudo haber desaparecido así, en
un secreto auto
de fe, o bajo un montón de tierra y cemento, como
se ha dicho que
pasó con la mencionada copia de La edad de oro y
como podría
haber ocurrido con la figura del propio Espinosa,
“el surrealista que
rompió la baraja”, en majestuosa definición del
maestro Juan Cruz
Ruiz.
Si no fue así, se debió únicamente al esfuerzo de
una serie de
personas que amaban su obra. Justo por los mismos
motivos,
porque una serie de personas aman la obra de
Espinosa (entre ellas
está, seguro, Miguel Aguerralde), más de ochenta
años después de
su aparición, fue posible volver a leer aquella sin
igual novela que,
en cualquier momento, se evoca de forma
gratificante.
Volviendo a la obra de Aguerralde, solo separada en
el título por el
artículo determinado de inicio del libro del
novelista japonés
Natsumo Soseki, destaca por su estilo visual y su
facilidad para
envolver al lector en enigmas llenos de misterio y
situaciones límite,
tras una sucesión de giros imprevistos.
Con El sueño de la libélula, el autor continúa
ampliando su
catálogo como uno de los autores de novela negra
más leídos de
Canarias. Habitual de festivales de género como la
Semana Negra
de Gijón, Tenerife Noir, Las Palmas Confidencial,
el Festival Agatha
Christie con sede en el Puerto de la Cruz o
Pamplona Negra, entre
otros, y reconocido a nivel nacional gracias a
trabajos como Claro
de Luna, Última parada, Despiértame para verte
morir o
Alicia;, además de las novelas románticas La
chica que oía
canciones de Kurt Cobain y Todo aquello que nunca
te dije; y de la
saga de novelas juveniles de Allister Z.
Lo que nació como un relato breve allá por 2015, en
la cama de un
hospital, cuando el el ajedrez, en aquellos
momentos, tenía poco
que ver, se convirtió en una novela, la novela de
una partida
retorcida que obliga a buscar el jaque mate. Pero
hay una
sensación continuada de amaños. Entonces, ya lo
comprobarán los
lectores, nada llega a ser lo que parece. El sueño
de la libélula es
un retorcido juego del engaño, el último viaje de
un ladrón de
guante blanco que, en el ajedrez como en la vida,
jamás aprendió
cómo se gana.
En Playa Blanca, donde escribió las últimas líneas,
Aguerralde
dispuso las piezas y adelantó el peón blanco de rey
-escribe- “para
comenzar una nueva partida. En la última, jugada
con fuego real,
habían ganado negras”
1 comentario:
Genial estimado Salvador
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