Agradecemos
a los autores la oportunidad de participar en esta conmemoración.
Diez años de una publicación, de un libro que se antoja fundamental
para conocer los orígenes, la evolución y la realidad de un sector
económico productivo que ha caracterizado el desarrollo de un
municipio y de una ciudad: Puerto de la Cruz.
Al
cabo de diez años, Historia
del turismo del Puerto de la Cruz, a través de sus protagonistas, ha
servido para esclarecer muchos porqués, las razones de algunas
decisiones y la dimensión de personajes que intervinieron, en mayor
o menor medida, en la conformación, en los avances sociales y en los
momentos de zozobra.
En
definitiva, una estupenda obra de consulta, analítica y reflexiva,
profusamente documentada -más de quinientas páginas y ciento
diecisiete ilustraciones- con indudables valores de investigación
los cuales proporcionan una visión muy rigurosa de nuestra historia
-vinculada al hecho turístico desde antes de ser industria- y de ese
mismo hecho. Si hace diez años, felicitamos a Nicolás González
Lemus y Melecio Hernández Pérez, así como al prologuista, Isidoro
Sánchez García, como también a la editora, Escuela Universitaria Iriarte,
con sede en nuestra localidad, hoy debemos congratularnos de haber
gozado con las aportaciones y la lectura de esta obra, convertida en
fuente primordial de nuestro principal sostén productivo y de una
parte sustancial del municipio que ha luchado para abrirse paso,
sortear las dificultades y ocupar un sitio destacado en el concierto
de las ciudades que disponen de una oferta turística y son, en sí
mismas, un destino.
Toda
historia tiene su principio. Hay nombres que, por derecho propio,
ganaron su puesto y hasta hundieron sus raíces en la tierra
agraciada por su clima y por su geografía. El súbdito alemán
Osbard Ward, el británico míster Harris, el doctor inglés Ernest
Harts, el coronel Wethered, el científico Edward Beanes son, entre
otros, nombres vinculados a la historia turística del Puerto de la
Cruz, de la que tanto saben González Lemus y Hernández Pérez que,
naturalmente, se habrán familiarizado con ellos. Nosotros hemos
indagado en la documentación que acopió el que fuera cronista
oficial del municipio, Nicolás Pestana Sánchez, a quien el hecho
turístico, cuando no había Internet y apenas se manejaban algunas
publicaciones, fotos y grabados, el hecho turístico -decíamos- no
le fue ajeno.
Así,
Ward publicó en 1903 el libro The
Val of Orotava, en
el que habla de los intentos de escalar el Teide con fines
científicos o geológicos y de los beneficiosos efectos climáticos.
En esa obra se fija 1866 como principio de la arribada de extranjeros
a las islas.
El
tal míster Harris se da cuenta del “sitio ideal para la
explotación de un buen hotel”. Logra fundar una compañía,
arrienda la casa y jardines anexos, propiedad de doña Antonia
Dehesa, viuda de García, ubicada en el que hoy estaría el antiguo y
cerrado hotel 'Martiánez', víctima de la dañina fórmula del
'time-sharing' ya en los ochenta del pasado siglo. Allí se abren las
puertas del denominado 'Gran Hotel', del que Harris sería el
director. El Puerto empieza a ser conocido en el extranjero.
Un
médico, Ernest Harts, disfrutó de un período de siete semanas
entre nosotros. Se fue encantado y al regresar a Londres publicó
varios artículos en Pall
Mall Gazette y
British
Medical Journal, elogiando
las bondades del valle y “los lugares como el mejor sitio para
extranjeros veletudinarios” para pasar el invierno por curiosidad o
placer. El efecto fue inmediato: subió el número de ingleses en la
temporada invernal del año siguiente, 1887.
Coronel
Wethered, promotor de la mansión denominada “El Robado”
(destruida hace unos pocos años en un pavoroso incendio), en una
zona de malpaís, fruto de las erupciones volcánicas de 1430 de las
que surgieron los tres conos conocidos por Montaña de Las Arenas,
Montaña de Los Frailes y Montaña de La Gañanía, estas dos últimas
en el término municipal de Los Realejos. Según el testimonio de
Pestana, para sortear los problemas de movilidad, se dispuso la
utilización de hamacas y carritos para transportar a los inválidos
de hotel a hotel y hasta para algunas salidas nocturnas.
Otra
de las adiciones al Grand
Hotel Company fue
la del Marquesa
cuyo
edificio fue acondicionado para recibir un mayor número de turistas.
Empezaron a pensar entonces en empresas de más altas aspiraciones,
aunque se dividiera la iniciativa empresarial: por un lado, el
capitaneado por míster Harris; y por otro, una nueva sociedad
denominada “The English Grand Hotel Company”. Harris, siempre
según Pestana, rompe con el Gran
Hotel Company, del
cual había sido manager. Él había defendido la posibilidad de
edificar un nuevo hotel en terrenos de La Paz, sobre el promontorio
situado al este del antiguo hotel Taoro y el Jardín Botánico. La
idea no prosperó y míster Harris desaparece de la escena.
Estamos en
la primavera de 1888. Llega al Puerto de la Cruz míster Edward
Beanes, un científico dotado de un alto talento comercial. Era
íntimo amigo del doctor Víctor Pérez, quien le pone en
antecedentes del proyecto de construir un nuevo establecimiento
hotelero. La iniciativa entusiasmó tanto al señor Beanes que prestó
toda clase de ayuda, incluso la económica, con el fin de que los
proyectos se materializaran a la mayor brevedad posible. Establecidos
los ideales de la nueva sociedad, varias aportaciones de casas y
firmas con residencia en Santa Cruz de Tenerife hicieron viable la
actuación de un nuevo hotel que se empieza a construir en donde fue
levantado el Gran Hotel Taoro, un lugar elegido por Víctor Pérez
con arreglo a los planos de un arquitecto francés, de Lyon, Adolph
Coquet.
En 1890 se
inaugura la primera perte construida. El relato del cronista Pestana
merece ser reproducido: “Abriéronse carreteras -señala- a través
de los enormes terrenos destinados a jardines y lugares de
esparcimiento, a través de una verdadera montaña de escorias y
cenagal volcánicos, por cuyo motivo estos terrenos eran conocidos
por Malpaís, ocupando estos jardines una extensión superior a las
once hectáreas, en las cuales se plantaron unos doce mil árboles de
todas clases”.
Pues este va
a ser el enlace entre esos orígenes de la ciudad turística que
habría de forjarse en las futuras décadas, especialmente en las
posteriores a la Segunda Guerra Mundial, y la que aún hoy tiene
pendientes actuaciones para que cristalice otra gran obra de
trasformación y se consolide, con nuevos fundamentos, el destino
turístico diferenciado que todos anhelamos, principalmente los
visitantes.
Es
la historia que está por escribir para seguir en la vanguardia
competitiva, caracterizada por la sostenibilidad. Porque hay que
encauzar e impulsar el plan director del futuro parque marítimo, así
como abrir el debate sobre el destino de la antigua estación de
guaguas. Y pensar en la habilitación de nuevas dotaciones para
aparcamientos. Lograr de una vez un mantenimiento eficaz de los
servicios que se prestan, implicando a la población y al sector
privado. Y promocionar de forma adecuada las ideas y los valores
atesorados durante años, secuenciando convenientemente los
acontecimientos y las convocatorias que tienen a la ciudad como sede.
Que innovar y cualificar no es incompatible con el conservacionismo y
el buen cuidado. Completar los dotaciones que, como el parque San
Francisco, han de contribuir a su desarrollo. Y pulir la joya, el
complejo turístico “Costa Martiánez”, con un giro a su modelo
de gestión. Volvemos a abogar por el desarrollo armónico de los
barrios y distritos para que luzca la calidad de vida. Y regular de
una vez la ocupación de la vía publica, dar coherencia al pionero
modelo de adaptación peatonal de vías y plazas para que en el
Puerto sea posible pasear y moverse con seguridad y confortabilidad.
Y desenvolverse en un destino inteligente, en una smart
city, tampoco
riñe con los activos patrimoniales. En efecto, además de fortalecer
el principio de sostenibilidad, conservar las esencias monumentales,
proteger el patrimonio histórico artístico y urbano, huir de
mobiliario moderno supuestamente vanguardista y común en casi todos
los destinos turísticos, así como restaurar inmuebles que, como la
Casa Iriarte, la Casa Sol y el Torreón de Ventoso y hasta El Robado,
anteriormente mencionado, han de servir para utilizar como recursos
accesibles y aptos para una explotación racional. Y acometer de una
vez la ampliación del Jardin de Aclimatación de La Orotava que así
se denomina nuestro Jardín Botánico.
Se ha
enunciado todo ello a mero título orientativo. Seguro que hay más
objetivos. Simplemente, se trata de conectar el pasado remoto con el
porvenir a medio y largo plazo. Hoy conmemoramos el décimo
aniversario de la publicación de un libro. Dentro de diez años,
hemos de celebrar otros logros y otras realizaciones que condensamos
en los avances transformadores de un destino vivo, dinámico y en
constante efervescencia. En fin, otros capítulos de su historia.
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