El director de una publicación digital explicaba recientemente que los medios están agotados, desanimados y con un creciente pesimismo para justificar las razones del por qué los consumidores de información han dejado de seguir las noticias, al menos de forma tan regular como lo hacían antes. Precisamente el consumo de información es lo que ha ido alimentando esa deserción.
El
fenómeno se detecta después del verano, cuando habiéndose centrado en la
realidad más cercana –también con sus luces y sus sombras- pareciera que se
abrió un mundo casi nuevo y ello significó un notable alivio de manera que se
les apreciaba más contentos y relajados, tendencias difíciles de mantener pero
que igual se desarrollaban en la misma línea durante los meses siguientes.
La saturación
informativa, según el relato del periodista Javier Fumero, hace que los medios
de comunicación ya no les parezcan fiables, han perdido credibilidad. “A los periodistas se nos acusa de
habernos convertido en defensores de ideologías, de testigos de parte.
Estaríamos usando las noticias para captar adeptos para nuestra causa”,
escribe. Parece, por tanto, que hay ciudadanos desencantados con nuestro trabajo.
Ya no piensan que la prensa se esté esforzando por contar lo que pasa,
intentando mostrar los sucesos tal y como son, sin mezclarlos con opinión.
Otra causa: la
necesidad de captar a la audiencia (y robársela al periódico vecino) está
derivando en la elección de titulares cada vez más escandalosos, llamativos, y
que dramatizan en exceso. Por otro lado, se tiende a cargar las tintas sobre hechos
negativos, previsiones pesimistas o advertencias catastrofistas. Eso, dicen los
lectores, también desgasta, agota, cansa. Y convierte a los medios de
comunicación en instrumentos tóxicos, que terminan por arrebatar el sosiego a
las personas.
No es fácil la digestión de estos factores. Si entre los que
aún siguen ejerciendo el oficio, cada vez son más visibles los críticos, los
usuarios regulares de medios de comunicación afrontan el problema con un
escepticismo galopante. Quizá por eso mismo el diagnóstico resulta tan
interesante. Fumero, por ejemplo, se siente particularmente sensible con el
abuso del denominado ‘clickbait’, una suerte de anzuelo tramposo en titulares
para captar lectores. Se hurta la información del encabezamiento y se elige una
frase lo más seductora posible que, para colmo de males, en demasiadas
ocasiones defrauda respecto al contenido que esconde dentro.
Pero lo más grave de todo es, a su juicio, esa enmienda a la credibilidad
de los profesionales de la información y la irrupción del periodismo de trinchera.
Como el cliente siempre suele tener razón, es normal dar por buena la
acusación. “Y eso significa, Houston, que tenemos un problema”, tal como
explica Fumero. Y grave. Es muy fácil perder la confianza de las personas pero
se tarda años en recuperarla.
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