Y no llueve. Que sigue sin llover. Hasta uno
de los nietos gemelos se da cuenta y expresa su inocencia:
-¿Por qué no llueve abuelo?
Invierno sin lluvia. Y de nevar, ni digamos.
Llegamos al final de la cuesta y ni rastro. Los noticiarios relatan las temperaturas
desajustadas, almanaque en la pared o en la mesilla o en la mano… pero todo
está seco y hay imágenes de almendros en flor antes de tiempo. El invierno ya
no es invierno.
Esto sucede a nuestro alrededor, esto nos
envuelve. Mejor dicho, nos envuelve la calima, por si fueran pocos los males,
por si no bastara la sequía y el aire que respiramos quisiera sumarse a esta
época desconcertante. Ni las rebajas cumplen su papel y las tiendas y los
almacenes se están planteando que es la última vez que traen ropa de temporada.
Aún así, hay quien se abriga, porque la brisa
y el frío –un frío soportable, hasta acariciador- son los últimos delatores de
la estación que siempre fue pero se resiste a seguir entre nosotros. Porque no
llueve.
Pero hay Carnaval y algunos medios
audiovisuales en los que predomina el acriticismo no dicen nada de la sequía ni
las autoridades hacen recomendaciones y previenen sobre el consumo del líquido
elemento. El sol se abre camino entre la calima dejando campo abierto para los
objetivos imposibles, para las fotos que, sin filtros, que no parecen
ellas, plasman estampas inverosímiles.
¿Sáhara? ¿Parajes tropicales? No, no… las islas en un invierno inusual.
--Pero, ¿por qué no llueve, abuelo-, retumbó
la pregunta que no resulta tan inocente.claro.
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