viernes, 19 de enero de 2024

Lo que no debemos temer

 

Restos de un rosario es el título del último libro de la polifacética Graciliana Montelongo Amador (San Cristóbal de La Laguna, 1962), una compilación de relatos de misterio y terror que hoy tenemos la oportunidad y el placer de presentar. 

Una artista multidisciplinar, con un desempeño sobresaliente como lo ha acreditado, en la pintura o la escritura, Montelongo, promotora del Encuentro de Escritores Canarios, revela en este libro su pasión por la cultura que quizás no es suficientemente conocida. Restos de un rosario es, en el fondo, la historia de quien, a lo largo de su vida, se sintió atraída por el misterio, por la fascinación del posibilismo con la que no le importa hurgar no solo para descubrir orígenes sino para escrutar las razones y sinrazones de las cosas. 

Graciliana Montelongo incursiona en la geografía por donde discurre su vida. Y su descripción hace que se detenga en lugares que nos resultan familiares, sin perjuicio de las alusiones a personajes y amistades que, en algunos casos, son muy conocidos. Afina con precisión, acaso para impregnar de más realismo aún la sucesión que va desmenuzando. “La vida huía de él”, escribe en ‘Una carta para recordar’, una manera de expresar los estertores del protagonista de un suceso en los Llanos de Aridane (La Palma).

Una persona inquieta por naturaleza, como se autodefine Graciliana  Montelongo Amador, preocupada por los problemas ajenos y globales, siempre dispuesta a tender la mano al prójimo, hace ese ejercicio exprimiendo la imaginación, el otro gran factor, indispensable, para plasmar las situaciones que concibió fruto de una lectura, de la visión que acaso circule como un flash, de una lectura sosegada… o quién sabe si de una vivencia, más o menos fugaz, que va dotando de un desarrollo cabal y consecuente. 

Ahí es donde se aprecia el valor de la escritura de Graciliana, donde discierne con propiedad la realidad de lo que pudo ser o discurrió. Ahí aparece, con su proverbial discreción, en estos trece Relatos de misterio y terror, que atraen, en primer término, por su sencillez. Y luego, por su llamativa prosa descriptiva, denominador común –además de la atinada secuencia- desde la primera hasta el final de las páginas.

La autora va descubriendo los ambientes tétricos y tenebrosos que conforman una atmósfera envolvente que obliga a llegar al final de cada relato, para saber qué pasa. Su estilo propicia la continuidad de la obra, mejor dicho, del misterio que se desarrolla con mucha naturalidad, sin estridencias ni exageraciones ni imposibles físicos. Con oraciones cortas, breves, facilita la lectura y alimenta el espíritu de los enigmas que va concatenando para inyectar, con ritmos adecuados, las dosis que sustancian sus textos.  

Nos viene a la memoria cada vez que leemos un texto sobre literatura negra o sobre intriga, policíaca o de cualquier otra naturaleza, una frase del filósofo griego Platón: “La valentía es saber lo que no debemos temer”. Haciendo una interpretación sencilla: lo que nos empodera es discernir los poderes reales de los imaginarios.

Si ya en 36+1 El vuelo de la pardela apuntó que no tiene límites, estos Restos de un rosario confirman que sigue habiendo mucho por descubrir en sus textos, ya sea rememorando vivencias ya produciendo sensaciones oníricas que va esgrimiendo cada vez con más soltura. Sus episodios inspiran lo que muchos lectores buscan en los ambientes misteriosos, donde lo que sucede casi siempre sobrecoge.

Por eso se adentra en ellos, acaso porque como afirmó Nelson Mandela, premio Nobel de la Paz, ha aprendido que “el valor no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El hombre valiente no es el que no siente miedo, sino el que lo domina”.