Cada vez más el turismo gana peso en el
contexto de las ciencias sociales. Ha dejado de ser, sobre todo, un factor
económico poco importante para convertirse en una aportación significativa en
el conjunto del Producto Interior Bruto (PIB) de una comunidad. Las
circunstancias sociohistóricas determinaron una atención casi superficial a lo
que representaba no solo en el ámbito local, también en una comarca o región, y
a fin de cuentas, en un país que se ha ido identificando como un destino que se
acomoda muchas veces a las características climáticas.
En los estudios y análisis de la postguerra,
prácticamente hasta la pasada pandemia, cuando se constató que el fenómeno iba
en serio y que su crecimiento incidía no solo en la productividad sino hasta en
el mismo comportamiento sociológico, de modo que eran necesarias políticas
específicas, en esos estudios -decíamos- se comprobaba que las lecturas
preeminentes derivaban de investigaciones y análisis de sectores muy
consolidados en los que eran más visibles y palpables cambios técnicos y
transformaciones relevantes.
Pero desde hace unas décadas, muchas
voces han reclamado una atención que es cada vez más necesaria, a tenor de los
grandes cambios que se han operado en las estructuras económicas de los países más
o menos avanzados. Algunos autores han advertido advirtieron sobre la
importancia del turismo como sector determinante. Han destacado, además, las
dificultades metodológicas para abordar el análisis del hecho turístico, toda
vez que su estudio acaba por ser transversal, con la integración de diferentes
campos de especialización que, muchas veces, complica los trabajos de equipo.
El turismo de masas, como actividad
importante en la economía y en la sociedad, se genera pues desde la postguerra.
La expansión de políticas públicas y la configuración del Estado del Bienestar
en Europa, suponen aspectos cruciales que explican la existencia de una demanda
potencial de servicios de ocio. El turismo se vislumbra entonces como positivo
para los países que empiezan a explotarlo: la entrada de divisas infería una
inyección poderosa de dinero hacia sociedades que lo necesitaban y, a su vez,
esto promovía la creación de empleos y paz social, lo que podía ser muy
beneficioso para sociedades periféricas (como apuntó el geógrafo Christaller en
1963).
Para el historiador y economista
mallorquín, Carles Manera, consejero del Banco de España, el turismo ha sido observado desde
perspectivas distintas. “Por un lado -escribe-, como un conjunto de actividades
que han provocado cambios radicales en los territorios afectados, y nuevos
escenarios sociales con la aparición de otros actores y relaciones de poder;
economistas, politólogos y geógrafos son sus primordiales estudiosos”.
Por otro -según añade-, “como una
fuente importante de externalidades ambientales, lo cual ha motivado la
preocupación por establecer nuevas formas de medición –de carácter biofísico–
al margen de las crematísticas; aquí destacan los economistas, los geógrafos y
los biólogos. En este marco analítico, los estudios sobre los mercados de
trabajo son relevantes”.
En tal sentido, un conjunto de
investigaciones en diferentes años han puesto un énfasis preciso sobre un
factor clave en el desarrollo de la actividad económica general, y turística en
particular: la urgente necesidad de subir los salarios de los trabajadores, en
un contexto de incrementos notorios en los excedentes de explotación –según el
INE: al crecimiento de la renta nacional que va a las empresas– frente a las
limitadas subidas de las mejoras salariales –la menor participación de la masa
salarial en la composición de dicha renta nacional–. La cuestión sintoniza con
revisiones que se están haciendo en Europa y que van en la misma dirección: la
urgencia en estimular la demanda. Y aquí la actividad turística es clave.
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