miércoles, 17 de enero de 2024

El turismo, como sistema de producción

 

Cada vez más el turismo gana peso en el contexto de las ciencias sociales. Ha dejado de ser, sobre todo, un factor económico poco importante para convertirse en una aportación significativa en el conjunto del Producto Interior Bruto (PIB) de una comunidad. Las circunstancias sociohistóricas determinaron una atención casi superficial a lo que representaba no solo en el ámbito local, también en una comarca o región, y a fin de cuentas, en un país que se ha ido identificando como un destino que se acomoda muchas veces a las características climáticas.

En los estudios y análisis de la postguerra, prácticamente hasta la pasada pandemia, cuando se constató que el fenómeno iba en serio y que su crecimiento incidía no solo en la productividad sino hasta en el mismo comportamiento sociológico, de modo que eran necesarias políticas específicas, en esos estudios -decíamos- se comprobaba que las lecturas preeminentes derivaban de investigaciones y análisis de sectores muy consolidados en los que eran más visibles y palpables cambios técnicos y transformaciones relevantes.

Pero desde hace unas décadas, muchas voces han reclamado una atención que es cada vez más necesaria, a tenor de los grandes cambios que se han operado en las estructuras económicas de los países más o menos avanzados. Algunos autores han advertido advirtieron sobre la importancia del turismo como sector determinante. Han destacado, además, las dificultades metodológicas para abordar el análisis del hecho turístico, toda vez que su estudio acaba por ser transversal, con la integración de diferentes campos de especialización que, muchas veces, complica los trabajos de equipo.

El turismo de masas, como actividad importante en la economía y en la sociedad, se genera pues desde la postguerra. La expansión de políticas públicas y la configuración del Estado del Bienestar en Europa, suponen aspectos cruciales que explican la existencia de una demanda potencial de servicios de ocio. El turismo se vislumbra entonces como positivo para los países que empiezan a explotarlo: la entrada de divisas infería una inyección poderosa de dinero hacia sociedades que lo necesitaban y, a su vez, esto promovía la creación de empleos y paz social, lo que podía ser muy beneficioso para sociedades periféricas (como apuntó el geógrafo Christaller en 1963).

Para el historiador y economista mallorquín, Carles Manera, consejero del Banco de España,  el turismo ha sido observado desde perspectivas distintas. “Por un lado -escribe-, como un conjunto de actividades que han provocado cambios radicales en los territorios afectados, y nuevos escenarios sociales con la aparición de otros actores y relaciones de poder; economistas, politólogos y geógrafos son sus primordiales estudiosos”.

Por otro -según añade-, “como una fuente importante de externalidades ambientales, lo cual ha motivado la preocupación por establecer nuevas formas de medición –de carácter biofísico– al margen de las crematísticas; aquí destacan los economistas, los geógrafos y los biólogos. En este marco analítico, los estudios sobre los mercados de trabajo son relevantes”.

En tal sentido, un conjunto de investigaciones en diferentes años han puesto un énfasis preciso sobre un factor clave en el desarrollo de la actividad económica general, y turística en particular: la urgente necesidad de subir los salarios de los trabajadores, en un contexto de incrementos notorios en los excedentes de explotación –según el INE: al crecimiento de la renta nacional que va a las empresas– frente a las limitadas subidas de las mejoras salariales –la menor participación de la masa salarial en la composición de dicha renta nacional–. La cuestión sintoniza con revisiones que se están haciendo en Europa y que van en la misma dirección: la urgencia en estimular la demanda. Y aquí la actividad turística es clave.

 

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