Hubo un día en
la NBA un tal Earvin Magic Johnson, considerado uno de los mejores
baloncestistas de la historia. Entre nosotros, en la ACB, jugó varias
temporadas un trotamundos genial, coleccionando títulos, otro Mago, al
que apellidan Rodríguez, y al que todos llamábamos Chacho, natural de
Tenerife, tierra de la que se acordó mientras decía sus palabras de gratitud y
reconocimiento cuando el Real Madrid, su club, le despedía ayer con todos los
honores.
En aquellas confrontaciones de la gran competición americana que nos ofrecían en la madrugada, robábamos horas al sueño, para deleitarnos con la elasticidad de Johnson y con los comentarios de un morenito genial llamado Andrés Montes, fallecido en octubre de 2009 y a quien conocimos en la Cadena de Ondas Populares Españolas (COPE), en uno de los mejores momentos del basket tinerfeño. Montes, cuando realizó el mismo cometido profesional años después, introdujo un dicho memorable refiriéndose a una canasta o a una genialidad del Chacho:
-La rica salsa canaria se llama mojo picón.
Y entonaba sobre la marcha la estrofa de la canción de Caco Senante. Faltaría más. Aunque en la cancha no pidieran salsa. No estaban Montes ni Caco pero los videos reproducían las jugadas de un profesional irrepetible y la emoción, inevitablemente, seguía <in crescendo>. El baloncesto se hacía arte cuando, bajo su dirección, lo orquestaba Chacho Rodríguez. Desde que fue elegido en el número 27 del draft Phoenix Suns (el noveno español de la historia), su rumbo era el de un ganador, el de un deportista/espectáculo, capaz de todo, de alumbrar juego, de anotar en los momentos de máxima tensión y de inspirar lances inverosímiles.
En Portland Trail Blazers, Sacramento Kings, Knicks y Philadelphia 76ers robusteció las cualidades que ya había atesorado en Estudiantes y su primera etapa en el Real Madrid. Se iba forjando el trotamundos que también se exhibió en Rusia e Italia hasta que desembocó en el club madridista para coleccionar títulos que enriquecían su palmarés internacional, defendiendo el entorchado español, con el que fue, entre otras cosas, campeón del mundo, plata y bronce en dos Juegos Olímpicos. Veintisiete títulos, menuda carrera.
Tirador de élite, pasador, constructor, reboteador, fabricante, distribuidor, asistente, visionario… Todo eso era Chacho, del que podía esperarse cualquier lance, cualquier amago, una genialidad, un desmarque, un remolino, un pase de espaldas, otro entre las piernas de un adversario… Por eso, los locutores de Real Madrid Televisión le apodaban ‘el Mago’, una manera de exaltar el singular desempeño del jugador, casi siempre ligado a la excelencia, sobre todo cuando pasaba el balón mirando para otro lado, incluso al aro contrario. Sí, cierto, un genio de la lámpara de la canasta. Lucía talento; no, lo siguiente.
Un genio que, con su estilo –no era nada goloso, por cierto- fraguó el chachismo, la peculiar manera de entender y practicar el basket. Por si no bastara la identificación, por si fuera insuficiente cuando en las escuelas, en las pistas y en las redacciones se hable de ello, a alguien se le ocurrió calificarlo: ilustrado. Y entonces, se concluye que el chachismo ilustrado es una forma de enseñar, de desenvolverse cuando de baloncesto se trate, de jugar con tendencia a un aprovechamiento estético y didáctico.
Hasta en la despedida se consagró:
-Gracias a Pablo Lasso y Chus Mateo (sus entrenadores en el Madrid) por haberme dejado ser yo mismo.
Era la postrera gran canasta del chachismo. Ilustrado, sin duda.
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