En el curso de uno de aquellos memorables espectáculos que nos tocó presentar en el antiguo parque San Francisco, se nos ocurrió comentar una vez desde el escenario:
–Si les
preguntáramos quién es José Pérez Martín, seguro que muchos de ustedes no
sabrían contestar. En cambio, si pidiéramos que levanten la mano los que sepan
quién es Pepe el de Arcón…
Y en ese momento,
casi sin terminar la frase, muchas manos de espectadores, en sillas o en el
graderío, respondieron a la petición y el recinto se convirtió en una
entusiasta expresión de júbilo culminada con una sonora ovación cuando
requerimos la presencia de Pepe que, apresuradamente, salió a saludar, con
vergüenza y casi sin querer, haciendo esos ademanes propios de cuando te coja,
te voy a arreglar.
Así era él, de
modesto, de querer pasar inadvertido, porque era consciente de que su sitio y
su función eran otros. Después de su etapa en aquel establecimiento de
antigüedades de la calle Blanco, José Pérez Martín se incorporó a los servicios
municipales, donde haría de casi todo, atención al protocolo incluida. Se
dedicó a la ornamentación, a la confección de cuadros y paneles, hacía juegos y
combinaciones florales, pintaba y maquillaba… Y dada su vena artística, pintaba
cuadros y frescos que incorporaba a escenarios o fondos donde era fácil
descubrir su sello de clasicismo, sus inconfundibles retoques en paisajes
urbanos o de rincones portuenses, algunos de los cuales recobraban vida para
gozo y deleite de aquellos que los reconocían.
Pepe dibujaba y
trazaba con esmero, casi desoyendo las fotografías antiguas que alguien le
traía para que asimilara o reprodujera ambientes, estampas y filigranas. Flores
y motivos marítimos. Siempre aportaba su sello personal, siquiera para envolver
aquellos marcos pintados con pan de oro o sucedáneos que propiciaban la
distinción.
Era un observador
minucioso de espectáculos y festivales, televisados o de los que pudo haber
sido testigo, tras los cuales siempre expresaba una opinión ecuánime y
sosegada. Le gustaban las expresiones vanguardistas… pero hasta cierto punto.
Lo suyo era la vieja escuela, las artes que conoció y asimiló a su aire, tras
precisa observación y adaptación.
De ello también
supieron en Renania-Westfalia (Alemania) cuando formó parte de las delegaciones
que visitaban varias ciudades para dar vida a un provechoso intercambio
carnavalero. Aprendió el idioma y contribuyó decisivamente al entendimiento y
desarrollo de los actos, los germánicos siempre tan ceremoniosos y exactos. Los
espectadores que seguían el “Lunes de rosas” en el extraordinario coso de
Düsselforf le llamaban y aplaudían a su paso con la correspondiente reina del
carnaval portuense. Terminó convirtiéndose en un personaje apreciado y
respetable que brillaba con discreción en las recepciones y actos oficiales.
En fin, José Pérez
Martín, un artista portuense de los de antes, modesto, eficaz y cumplidor que
supo granjearse la admiración de multitud de portuenses.
1 comentario:
Excelente disertación sobre un personaje educado, simpático y creativo. De él conservo un par de fotos obtenidas en unos carnavales
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