jueves, 20 de junio de 2024

LLANTO POR MELECIO

 

Al final lloraremos por la pérdida de valores patrimoniales”, titulaba uno de sus trabajos de hace diez años Melecio Hernández Pérez, investigador y estudioso del Puerto de la Cruz, fallecido ayer, quien siempre estuvo atento a sus antecedentes históricos, algunos de los cuales hemos conocido precisamente gracias a su labor. Por lo tanto, no es sobrevenida esa querencia de Melecio por hechos tan controvertidos como es el derribo del muro de san Telmo, un ejemplo de la destrucción del patrimonio social, histórico y arquitectónico de la ciudad. Melecio escribió desde su sensibilidad comprometida y del conocimiento que le reporta haber vivido en las inmediaciones de ese rincón de la geografía urbana, de haber indagado en los testimonios que le han dado vida y de haber participado activamente en la defensa de aquellos valores que constituyen la personalidad urbanística misma de una ciudad.

            A fin de cuentas, Melecio Hernández Pérez hizo lo que cualquier portuense debería cuando aquellos lugares de la infancia o juventud, de las andanzas y del disfrute común, de la confortabilidad modesta y accesible a todas las clases sociales, se ven amenazados por la mano destructiva o especuladora, capaz de aniquilar todos esos valores que los portuenses han ido haciendo suyos. No solo es haber convivido con ellos sino haberse identificado, incluso ‘transgeneracionalmente’. Y como tampoco se puede poner en cuestión su progresismo, su respaldo a los avances sociales, su respeto y tolerancia con las concepciones modernistas del urbanismo y de las infraestructuras, resulta que sus opiniones, sencillamente, siempre fueron bien consideradas.

            Las expresaba en sus colaboraciones habituales en el diario El Día y en algunos libros que publicó siempre con gran entusiasmo y con probado cariño a su pueblo, en los que recogió un rico anecdotario de hechos y personajes. Con Melecio practicamos ‘autostop’ por primera vez, cuando nos trasladábamos al colegio San Agustín, de Los Realejos, y él acudía puntualmente a su trabajo en aquella localidad. Luego, muchos años después, fuimos sus clientes en una pequeña librería que instaló en la avenida Marqués Villanueva del Prado, popular carretera del Botánico. Lector empedernido, fiel en todo momento a su espíritu crítico, estuvo siempre atento a las inquietudes y manifestaciones culturales y artísticas que tenían por marco algún escenario de la ciudad, generalmente para congratularse de los exitosos resultados.

            Junto a Nicolás González Lemus escribió ‘El turismo en la historia del Puerto de la Cruz a través de sus protagonistas”, libro que, prologado por Isidoro Sánchez García, publicó en 2010, un excelente compendio para entender los orígenes y el alcance del hecho turístico que fortaleció la indeclinable vocación cosmopolita de la ciudad.

            En noviembre de 2015 le acompañamos en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC), cuando la Junta de Cronistas Oficiales de Canarias le distinguió con el título de ‘Memorialista’ que viene a ser, según el diccionario, aquella persona que por oficio escribe memoriales o cualesquiera otros documentos que se le pidan. Se trataba aquella decisión de un justo reconocimiento a un quehacer sensible y constante, indisolublemente ligado a la preocupación por los valores autóctonos que Hernández Pérez había sabido defender, sin estridencias y con certeza, en su infatigable dedicación a la lectura, en sus observaciones minuciosas y en sus investigaciones al servicio de la comunidad, plasmadas en artículos y libros que plasman, como hemos dicho, ya el rico y sin igual anecdotario portuense ya los orígenes, las etapas y los episodios sobresalientes de la historia del turismo en la ciudad natal, Puerto de la Cruz. Su ejercicio memorístico bien valía aquel reconocimiento de los cronistas oficiales canarios que saben de su compromiso y desempeño hasta encontrar en él una fuente fiable y autorizada, sobre todo, para mantener viva la memoria colectiva. Si todos somos depositarios de lo que ha pasado, alguno, como Melecio, tiene el privilegio de saber testimoniar.

          Él lo había advertido en aquel trabajo que lamentaba la desaparición de la configuración urbana de San Telmo, uno de los rincones portuenses más apreciados por gentes de toda condición y de varias generaciones: “Al final lloraremos por la pérdida de valores patrimoniales”. Cuanta verdad.

            Y hoy lloramos su pérdida porque, en cierto modo, él era integrante del patrimonio social portuense.

 

 



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