“Al final lloraremos por la pérdida de valores patrimoniales”,
titulaba uno de sus trabajos de hace diez años Melecio Hernández Pérez,
investigador y estudioso del Puerto de la Cruz, fallecido ayer, quien siempre
estuvo atento a sus antecedentes históricos, algunos de los cuales hemos
conocido precisamente gracias a su labor. Por lo tanto, no es sobrevenida esa
querencia de Melecio por hechos tan controvertidos como es el derribo del muro
de san Telmo, un ejemplo de la destrucción del patrimonio social, histórico y
arquitectónico de la ciudad. Melecio escribió desde su sensibilidad
comprometida y del conocimiento que le reporta haber vivido en las
inmediaciones de ese rincón de la geografía urbana, de haber indagado en los
testimonios que le han dado vida y de haber participado activamente en la
defensa de aquellos valores que constituyen la personalidad urbanística misma
de una ciudad.
A fin de cuentas, Melecio Hernández
Pérez hizo lo que cualquier portuense debería cuando aquellos lugares de la
infancia o juventud, de las andanzas y del disfrute común, de la
confortabilidad modesta y accesible a todas las clases sociales, se ven amenazados
por la mano destructiva o especuladora, capaz de aniquilar todos esos valores
que los portuenses han ido haciendo suyos. No solo es haber convivido con ellos
sino haberse identificado, incluso ‘transgeneracionalmente’. Y como tampoco se
puede poner en cuestión su progresismo, su respaldo a los avances sociales, su
respeto y tolerancia con las concepciones modernistas del urbanismo y de las
infraestructuras, resulta que sus opiniones, sencillamente, siempre fueron bien
consideradas.
Las expresaba en sus colaboraciones
habituales en el diario El Día y en algunos libros que publicó siempre
con gran entusiasmo y con probado cariño a su pueblo, en los que recogió un
rico anecdotario de hechos y personajes. Con Melecio practicamos ‘autostop’ por
primera vez, cuando nos trasladábamos al colegio San Agustín, de Los Realejos,
y él acudía puntualmente a su trabajo en aquella localidad. Luego, muchos años
después, fuimos sus clientes en una pequeña librería que instaló en la avenida
Marqués Villanueva del Prado, popular carretera del Botánico. Lector empedernido,
fiel en todo momento a su espíritu crítico, estuvo siempre atento a las
inquietudes y manifestaciones culturales y artísticas que tenían por marco
algún escenario de la ciudad, generalmente para congratularse de los exitosos
resultados.
Junto a Nicolás González Lemus
escribió ‘El turismo en la historia del Puerto de la Cruz a través de sus
protagonistas”, libro que, prologado por Isidoro Sánchez García, publicó en
2010, un excelente compendio para entender los orígenes y el alcance del hecho
turístico que fortaleció la indeclinable vocación cosmopolita de la ciudad.
En noviembre de 2015 le acompañamos
en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC), cuando la Junta de
Cronistas Oficiales de Canarias le distinguió con el título de ‘Memorialista’ que viene a
ser, según el diccionario, aquella persona que por oficio escribe memoriales o
cualesquiera otros documentos que se le pidan. Se trataba aquella decisión de
un justo reconocimiento a un quehacer sensible y constante, indisolublemente
ligado a la preocupación por los valores autóctonos que Hernández Pérez había
sabido defender, sin estridencias y con certeza, en su infatigable dedicación a
la lectura, en sus observaciones minuciosas y en sus investigaciones al
servicio de la comunidad, plasmadas en artículos y libros que plasman, como
hemos dicho, ya el rico y sin igual anecdotario portuense ya los orígenes, las
etapas y los episodios sobresalientes de la historia del turismo en la ciudad
natal, Puerto de la Cruz.
Su ejercicio memorístico bien valía aquel
reconocimiento de los cronistas oficiales canarios que saben de su compromiso y
desempeño hasta encontrar en él una fuente fiable y autorizada, sobre todo,
para mantener viva la memoria colectiva. Si todos somos depositarios de lo que
ha pasado, alguno, como Melecio, tiene el privilegio de saber testimoniar.
Él lo había advertido
en aquel trabajo que lamentaba la desaparición de la configuración urbana de
San Telmo, uno de los rincones portuenses más apreciados por gentes de toda
condición y de varias generaciones: “Al final lloraremos por la pérdida de
valores patrimoniales”. Cuanta verdad.
Y hoy lloramos su pérdida porque, en
cierto modo, él era integrante del patrimonio social portuense.
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