El recuerdo del portero Juan Carlos Unzúe, que
militó en el Tenerife a finales de los años noventa, y el conmovedor testimonio
que ayer tarde dejaba el alcalde de La Roda y senador por Albacete, Juan Ramón
Amores, en un programa televisivo, agitó la procelosa evolución sociopolítica
de la esclerosis lateral amiotrófica, popular ELA, una enfermedad
neurológica degenerativa que afecta a la vía piramidal a lo largo de su primera y
segunda neuronas motoras. La supervivencia al diagnóstico ronda el 20% a los
3-5 años. No existe en la actualidad tratamiento curativo
para ella, si bien se encuentran en investigación y desarrollo nuevas opciones
terapéuticas. Como contrapartida, han sido muchos los fármacos investigados y
muchas veces puestos en práctica que no han demostrado eficacia terapéutica.
Esto determina que el diagnóstico de la enfermedad implique un abordaje multidisciplinar que apunta principalmente a proporcionar un bienestar adecuado a cada una de las complicaciones de su evolución.
Un
equipo de científicos e investigadores de la universidad de Buenos Aires
(Argentina) ha publicado un interesantísimo trabajo en el que describe la
sintomatología más frecuentemente desarrollada por el paciente y sus opciones
de tratamiento, considerando la bibliografía nacional e internacional manejada
así como la experiencia acumulada en investigaciones en sus respectivos
departamentos como determinantes. Se concluye que
debilidad muscular, sialorrea, secreciones bronquiales, afección seudobulbar,
calambres, espasticidad, insuficiencia respiratoria, edema de miembros
inferiores, depresión y disfagia son factores que caracterizan la evolución de
la enfermedad. Amenaza
la autonomía motora, la comunicación oral, la deglución y la respiración,
aunque se mantienen intactos los sentidos, el intelecto y los músculos de los
ojos. El paciente necesita cada vez más ayuda para realizar las actividades de
la vida diaria, volviéndose más dependiente. El término esclerosis lateral
amiotrófica lo utiliza Charcot por primera vez en 1874 y desde esas fechas la
ELA se conoce universalmente con el epónimo de enfermedad de Charcot. El
diagnóstico de la enfermedad es principalmente clínico y también
electrofisiológico.
No ha habido suerte
hasta ahora en España en las alternativas y tratamientos que deben
prescribirse. Desgraciadamente, la controversia política se ha adueñado también
de aquellos representantes públicos que quieren legislar para marcar un camino
respetuoso con la ciencia y hasta ayer mismo, en el Congreso de los Diputados,
podían palparse las diferencias, los distintos enfoques con que los grupos
pàrlamentarios pretenden avanzar al
encuentro de esas alternativas. En nuestro país padecen la enfermedad entre
cuatro mil y cuatro mil quinientas personas. El proyecto de Ley –“esta
enfermedad no tiene ideología, la norma es imparable”, ha declarado el senador
socialista albaceteño, Juan Ramón Amores- sobre el que se trabaja, está basado
en cuatro pilares concebidos para mejorar la calidad de vida de las personas
afectadas. En resumen, el reconocimiento del 33 % de grado
de discapacidad desde el diagnóstico, lo cual permite a los pacientes acceder a beneficios y recursos
específicos desde el momento en que se les diagnostica la enfermedad; la atención
preferente con recursos técnicos y humanos especializados, lo cual
garantiza que los pacientes cuenten con el apoyo necesario para enfrentar los
desafíos de la ELA; la posibilidad de acogerse al bono social eléctrico,
aplicable en casos avanzados en los que se requiere el uso de
ventilación mecánica; y, finalmente, el establecimiento de un servicio
domiciliario de atención fisioterapéutica y especializada durante las
veinticuatro horas del día, orientado a asegurar el acceso contínuo a la
atención necesaria.
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