La
situación política en Catalunya raya la anarquía. Se quedan cortos
los términos para definirla: desmadre, fractura social, no se sabe
quién manda, crispación, violencia manifiesta, incertidumbre, sin
concierto ni rumbo... Y no es cuestión de rebuscar o agravar. ¿Qué
fue de la otrora admirada Catalunya, aquella de las vanguardias
culturales, del seny, del
pensamiento europeísta, de su impronta internacional, de su avanzada
forma de ser...? Los sucesos de los últimos años llegan a inspirar
sentimientos de lástima, hacen que nos compadezcamos: la sociedad
catalana está irreconocible. Unos quieren el totalitarismo: o
conmigo o contra mi. Otros sufren las inconsecuencias y los
radicalismos, mientras va creciendo la violencia y las posturas,
lejos de acercarse, están cada vez más distantes. Mientras tanto,
por citar solo un ejemplo, la asistencia pública sanitaria catalana
está considerada una de las peores de España, junto a la valenciana
y a la canaria.
Catalunya
va pues a la deriva. Y ya puede pasar cualquier cosa pues lo de menos
es que no haya soluciones mágicas sino que no existe voluntad -al
menos por parte del Govern
y de los sectores independentistas- de esbozar soluciones. Ya hasta
suena a chiste lo del referéndum pactado: ¿pero qué quieren
pactar?
Y
en el desorden, en el estira y afloja, en el contexto hiperactivista
y de la pasividad cautelosa, el radicalismo verbal y dialéctico se
convierte en la antesala de la agresividad violenta. Están separados
por una delgada línea que ya no conoce del respeto ni a las
instituciones ni a los símbolos ni a los legítimos representantes
de la sociedad. ¡Qué tristeza Catalunya! ¿Cuál es tu sino?
¿Silbar el himno y abuchear al Rey en una confrontación deportiva?
De
momento, hasta el periodismo alcanza. Es a donde queríamos llegar:
al comportamiento inadmisible de los intolerantes que, en la supuesta
celebración del 1-O -un año en el que no se ha avanzado nada, por
cierto-, arremetieron sin miramientos contra reporteros y
trabajadores de Radiotelevisión Española, Antena 3 TV y TeleMadrid,
impidiéndoles llevar a cabo su trabajo libremente. La Federación de
Asociaciones de la Prensa de España (FAPE) condenó este boicot
intimidatorio al considerarlo, como es natural, un ataque al derecho
constitucional a la libertad de expresión, soporte esencial en la
convivencia de nuestros días y en los sistemas democráticos. La
Federación, en un comunicado, se ha visto obligada a reclamar el
respeto a los profesionales de los medios tanto por parte de los
poderes públicos como de los ciudadanos en general.
“El
ejercicio del periodismo en Catalunya -dice- tiene que dejar de ser
una misión arriesgada. Corresponde a los promotores de las
manifestaciones y a los poderes públicos garantizar que los
periodistas ejerzan su profesión en libertad y sin que su seguridad
se vea amenazada”.
Algunos,
puede que muchos, se sentirán muy cómodos en medio de la tensión,
los tumultos, la pendencia, la riña, la algarada y la jerigonza -que
todo eso se está viviendo en la tierra catalana-, pero cabe asegurar
que el periodismo, no. El periodismo prefiere comportamientos
cabales, racionales y constructivos. Y ahora mismo no se dan.
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