Es frecuente leer o escuchar el lamento de los portuenses a
propósito de su pasado esplendoroso (que no se va a volver a repetir y menos
mientras no inviertan más en creatividad) y de la deficiente conservación de su
patrimonio. Las estampas actuales de algunos monumentos y de algunos inmuebles,
reflejo del abandono y de la desidia, ponen de manifiesto la escasa
sensibilidad de los ciudadanos de la localidad con su historia y con su
patrimonio. Valgan como ejemplos el torreón de la Casa Ventoso (antiguo colegio
de los padres agustinos) y el templete de Lomo Nieves, localizado en la parte
superior del polígono El Tejar, cerca de Las Cabezas, e incluido, si no ha
habido variaciones, en el conjunto histórico del término municipal.
Y eso que el
pleno del Ayuntamiento aprobó en el presente mandato, por unanimidad, la
creación de un consejo municipal para la defensa y promoción del patrimonio
histórico. Se pretendía poner en marcha un órgano asesor que “coordine y
priorice actuaciones y al mismo tiempo articule actividades para el fomento,
promoción y difusión del patrimonio histórico del Puerto de la Cruz y su
aprovechamiento para ciudadanos y turistas”. Parece que no se haya avanzado mucho en la
materialización de este acuerdo por lo que todo da a entender, pese a los
entusiastas intentos del colectivo Maresía
y de algunos profesionales casi a título individual así como las decisiones que
en este ámbito haya tomado el Consorcio de Rehabilitación Turística, que
seguimos como estábamos antes del referido acuerdo.
Argumentamos
en su momento tanto la oportunidad como la necesidad de ese consejo. Se trata
-y se trata- de frenar el deterioro de una parte considerable del acervo
patrimonial portuense y de una sensibilidad contrastada para evitar la pérdida
de valores que, en el fondo, son representativos de la identidad urbanística
del municipio. Si, además, no se es capaz, en medio de un clima de progresiva
indolencia, de atajar las huellas de un paisaje urbano revelador de un abandono
que parece incontenible y de una inacción que solo conduce al desastre, la
realidad es muy poco favorable. Ni señas de identidad ni atractivos. Hay que
ser conscientes de que como crecer o innovar es muy difícil, hay que invertir
en el conservacionismo y mantenimiento de lo poco que queda. Otro ejemplo:
ahora que están remozando las calles peatonales Iriarte y San Juan, resultará
penoso encontrarse con el inmueble del antiguo museo naval que llevaba el
apellido de los fabulistas no solo cerrado sino en el mismo estado de abandono.
Pensemos en
que esto es el bien común, esto es de todos. Luego, la respuesta debe ser
transversal. Admitiendo que la cuestión no es fácil, aquí hay mucho de civismo,
de pedagogía y de sensibilidad. Pero los poderes públicos deben exponer
abiertamente una voluntad nítida si es que pretenden motivar y estimular a los
actores sociales. Tienen que mostrarla en busca de respuestas eficaces,
ejemplarizantes y sostenibles.
El torreón
de la Casa Ventoso, cuya construcción data del siglo XVIII, y el templete o
mirador de recreo de Lomo Nieves, antiguo Sitio Luna, edificado por la familia
Renshaw a finales del XIX, bien merecen algo más que gestos de desaprobación
por su evidente desidia.
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