Han
transcurrido casi cuarenta años de aquella primera vez. José Carlos
Gracia se estrenaba en Tenerife. Y quien les habla, saltando desde la
información deportiva, leía su primera presentación de una obra
pictórica. Fue en La Orotava, en sede del Banco de Bilbao, entonces
sin la uve de Vizcaya, siendo Sosa su director y Francisco Sánchez,
también presente, el alcalde. El texto, mecanografiado, existe.
Hubiera sido formidable rescatarlo para esta ocasión pero no ha sido
posible. Aparecerá, seguro, entre las carpetas de documentos
apilados e igual le damos alguna utilidad.
El
caso es que en el curso de estos cuarenta años han sido varias las
ocasiones en que hemos repetido aquel cometido y hemos presentado
otras colecciones de este pintor madrileño que se inició en el
género del cómic y terminó convertido el retratista mayor de la
realeza, según puede comprobarse con diecinueve de los sesenta y
cinco cuadros que integran esta Antológica
(1960-2018), la
antología de Gracia, reflejo de la fecunda producción de diferentes
etapas.
Así,
hemos visto y contemplado, hemos admirado y glosado, en algunos
casos, series que reafirmaron la personalidad artística de un pintor
que conoció la calle, como ha recordado en su blog el historiador
del arte, natural de Tenerife y afincado en Barcelona, Zoilo López
Bonilla; se movió en los entresijos de los medios de comunicación;
recorrió pasillos palaciegos; recreó ambientes romeros para
actualizar el costumbrismo vernáculo y nos obsequió su particular
visión de goyescas no sin antes plasmar los paisajes rurales y
urbanos de la isla; registrar para una excepcional obra editorial
ejemplares de numerosas razas de perros (acaso todas); exaltar la
plasticidad aquietada o galopante de los caballos; y acercarnos a
parterres y zonas de vegetación frondosa o ajardinadas, sin olvidar
su querencia por el mar y las marinas.
Aunque
su gran obra son los retratos. José Carlos Gracia captó miradas y
gestos de personajes históricos, de reyes y reinas, de figuras de la
vida pública y política, de las ciencias, del arte, de la cultura,
del mundo empresarial y profesionales de toda condición. Pero
también de uno más de cualquier romería, del bodeguero, del
campesino, del mago, de los niños en su inocencia y de jóvenes en
la eclosión de su proceso vitalista.
Dicen
los cánones que el retrato es la representación de una persona en
su esencia, en donde se expresan características que le identifican
y que van desde el género a los rasgos fisonómicos o a su identidad
social. Es entonces cuando el artista lleva al lienzo su esencia, su
capacidad para componer, la fuerza de la pincelada, los trazos, los
tonos, configurando, en definitiva, su propio estilo.
El
retrato, según la leyenda contada por Gayo Plinio segundo, conocido
como Plinio el Viejo (escritor, científico naturalista y militar
romano), nace el día en que una joven fija con carboncillo la sombra
del perfil del rostro de su amado que la luz proyectaba sobre la
pared, antes de que este partiera a tierras lejanas. Ese deseo de
capturar la presencia anclando lo efímero fue lo que la ayudó a
vencer la ausencia de su amado, el origen legendario del retrato
unido así al mito del amor.
En
los retratos seleccionados para esta Antológica,
se
descubre una máxima de José Carlos Gracia: quiere representar la
esencia interior del sujeto, no solo la apariencia externa. De ahí
la fuerza de sus miradas, de ahí los valores que transmiten, como si
de una invitación se tratara para ser adivinados. El retratista, en
ese sentido, traduce los pensamientos de Aristóteles: “El objetivo
del arte -escribió- no es presentar la apariencia externa de las
cosas, sino su significado interno; pues esto, y no la apariencia y
el detalle externos, constituye la auténtica realidad”.
Si
en el retrato podemos encontrar el reflejo de una época, sus rasgos,
los arquetipos, la estilística, la situación de un momento
determinado, Gracia lo acredita en una memorable aportación, su
colección de alcaldes que, desde los años ochenta, cuelga en el
salón noble del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, la primera de
las vistas en Canarias, emulada a posteriori en otras instituciones.
En
esta Antológica,
acaso
la culminación del recorrido artístico de un creador nacido para
triunfar, se contrasta la capacidad para encuadrar de pies a cabeza
la figura del personaje (lo que se llama el Plano entero o figura);
el Plano medio, que recorta el cuerpo a la altura de la cintura; el
denominado Tres cuartos o Plano americano, que se suele emplear para
plasmar a varias personas interactuando; el Busto o Plano medio
corto, que retrata el cuerpo desde la cabeza hasta la mitad del
pecho, lo que permite concentrar la atención al aislar una sola
figura dentro de un recuadro, llegando a descontextualizarla de su
entorno; el Primer plano, que recoge el rostro y los hombros,
empleado para mostrar confidencia e intimidad respecto al personaje y
el Plano detalle que recoge una pequeña parte de un cuerpo u objeto,
donde se concentra la máxima capacidad expresiva y utilizado para
enfatizar algún elemento de esa realidad.
Pero
el retratista mayor de la realeza, título ganado a pulso, ha
inmortalizado también en sus lienzos a John Fitzgerald Keneddy, al
venezolano Carlos Andrés Pérez, a Charles de Gaulle, al mejicano
Miguel de la Madrid y al costarricense Figueres Ferrer, Juan Pablo II
o Benedicto XVI, estadistas y líderes políticos y religiosos que
los óleos de José Carlos Gracia resaltan con las características
que hemos ido desgranando.
Un
consumado acuarelista, además. Un artista galardonado, con el premio
nacional del Ministerio de Cultura de 1988; el primer premio de la
Asociación de Acuarelistas de Madrid; el de la Fundación Solana; la
distinción especial Berlitz,
a
la mejor ilustración; el premio Notre
Dame de
París y el de grabado instituido por las imprentas Mougins, de los
hermanos Piero y Aldo Grommelynck.
Un
autor constante, en fin, que huyó del encasillamiento e incursionó
en campos muy diferentes porque su inagotable capacidad para la
búsqueda de los motivos le acercó, con un lenguaje pictórico muy
personal, a las realidades que descubrió con fruición y la
meticulosidad de los grandes. Aquí está la antología de Gracia
para corroborarlo, en un marco que se corresponde, desde luego, con
el valor de la exposición.
Innatas
dotes pictóricas para cuadros extraordinarios de todos los tamaños
que llenan los ojos. Fue historietista -si se nos permite el término-
y sigue siendo un formidable dibujante, como se acredita en buena
parte de la colección aquí expuesta. El Gracia antológico condensa
su arte y su afán por la excelencia: “Sus pinceles y espátulas
-como escribimos cuando dio a conocer la colección Color
y Forma- siempre
descubrieron motivos y plasmaron sobre los lienzos el talento de
quien se empleó con sutileza y gallardía pictóricas”. Nunca
faltó inspiración al artista, luego es natural su incesante
producción. De aquel tributo al dúo de elementos primordiales en la
pintura, y dado que ha rescatado para la ocasión algunas de las
obras de entonces, originales de óleos y acuarelas que sobresalen
por su viveza, reproducimos estas apreciaciones:
“Permiten
meternos en la anatomía de una romería, por ejemplo. O descubrir
miradas profundas de ancianos entre envolventes flores de mundo que
desnudan la gama cromática. O contrastar las transparencias rocosas
-vistas con ojos de gaviota, como atinadamente las definió alguien-
en plena faena de varado. Aquí hay algunos retratos en acuarela y
sus retoques de acrílicos con los que logra efectos modernistas”.
La
antología de Gracia reafirma su propósito de haber querido ir más
allá del artificio compositivo. Su última aportación al género
del retrato, los 'chefs' que hacen gala de sus habilidades en
espacios televisivos y ferias o salones gastronómicos, pone de
relieve su percepción del color como un hecho estético muy
llamativo. Pero en sus marinas, en su melonar, en sus niños y en sus
ancianos, en las inigualables miradas de canes o caballos, en los
gestos, en la gracilidad, en los envolventes ambientes bucólicos, en
la severidad monumental, en la realidad palpable de sus personajes,
el lenguaje expresivo del dibujo y del color de José Carlos Gracia,
siempre tan pulcro, se hace arte con mayúsculas.
Permitan
entonces que esta Antológica
merezca
los honores de un reconocimiento señero a una trayectoria que
engloba la producción desde 1960 a 2018. Déjennos agradecer a José
Carlos Gracia su amistad, claro, sus reiteradas invitaciones para que
nos interesáramos por cualquier actividad y por cualquier género
pictórico; pero, sobre todo, agradezcamos su arte, su esmero, su
creatividad, su identificación con los motivos que la inspiraron, su
prestancia con quienes aceptaron posar y su amor al arte, aquí, en
este Museo, tan espléndidamente manifestado.
Es toda una vida haciendo lo que la vocación le dictaba. Con sus
etapas diferenciadas, su aspecto de bon
vivant o
de maduro intelectual, sus apariciones televisivas en plena faena,
sus retratos en los periódicos tinerfeños, con su voluntad de
perfeccionamiento, con sus caballetes, sus lienzos, sus pinceles, sus
mezclas, sus probaturas...
Lo
suyo fue una apuesta por la excelencia. Y a fe que la ganó con
creces.
Salud
y suerte.
1 comentario:
Guardo de José Carlos Gracia un gratísimo recuerdo y, sobre todo, algunas anécdotas ocurridas entre nosotros difíciles de creer. Sin perder nunca su elegante compostura, su finísimo humor de artista inteligente me sorprendía a menudo, haciéndome reir cuando la situación parecía ser de lo más seria de lo que preveía.
Salvador: te felicito por la extraordinaria semblanza que has escrito sobre un amigo común con una extraordinaria capacidad de trabajo de gran calidad artística y del que siempre me he sentido orgulloso de ser su amigo.
Un fuerte abrazo para ambos.
Zoilo
Publicar un comentario