Enrique Martel Castro era un emprendedor nato. Eso explica que brillara en campos tan dispares como el transporte, el comercio o el turismo. Su iniciativa siempre estuvo acompañada de una gran capacidad de trabajo, plasmada en esos principios que no deben pasar inadvertidos en cualquier empresa, sea cual sea su dimensión: ser un trabajador más y llegar el primero a la sede, con vocación de ser también el último en marcharse.
Martel, como popularmente era conocido, falleció en el Puerto de la Cruz, ya nonagenario. Dejó en funcionamiento Marcha S.A., después de una larga trayectoria en la que consolidó plenamente su actividad, extendida también a Gran Canaria y Lanzarote y basada en la distribución para los sectores de alimentación, hostelería y restauración.
La empresa, con sede principal en Santa Úrsula,sobresale por la calidad del servicio, basado en una gestión logística inteligente que permite hablar de un perfecto sistema de funcionamiento diario.
En el germen y desarrollo de esa infraestructura estuvo Enrique Martel, antes de ceder el testigo a su hijo Carlos Enrique Martel Chaves que ya atesora una solida experiencia.
Enrique vivió con entusiasmo y aprovechamiento el bum del turismo en Tenerife, concretamente en el Puerto de la Cruz. Trabajó a fondo el sector de los coches de alquiler, popularmente identificado como ‘rent a car’. Una firma, Altour, fue creciendo bajo el paraguas de otro sello histórico y potente, Hertz.
Martel despegó y se acercó al turismo para participar, junto con otros promotores portuenses, en la construcción y explotación de hoteles. Trovador y Dania Park son nombres de establecimientos que conoció bien.
Cuando eso, ya en los años sesenta y principios de la década siguiente, su centro de operaciones había quedado establecido en una oficina-almacén de la calle Agustin de Bethencourt, cerca del parque San Francisco. Allí atendía a proveedores y organizaba la incipiente logística, casi buscando hueco para albergar las mercancías y los palets. Allí, enfrente, estaba el control materno, de vez en cuando alterado si los amigos se empeñaban en alguna juerga que se prolongaba. Y desde allí salió en alguna ocasión, presto y raudo hacia la Cruz Roja –la célebre ambulancia Nº 1- cuando Gumersindo Chano González González llegaba al borde del desespero demandando un voluntario conductor para prestar un servicio urgente.
Era generoso, desprendido. Ayudó a financiar festivales, actos culturales y eventos de distinta naturaleza. Fue sensible y no despachaba esos asuntos con un talón o una transferencia sino que se interesaba preguntando a los promotores por participantes, duración y otras características.
Enrique Martel estuvo siempre activo y predispuesto. Fue un empresario portuense que arriesgó y supo moverse con solvencia cuando incursionó en campos donde sabía que había que moverse con cautela pero también con decisión.
Su vida empresarial fue modélica: seriedad y constancia le distinguieron. Claro que será recordado.
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