Terminábamos las tareas o las ocupaciones, las que fuese, con tal de llegar puntualmente a la emisión semanal. A principios los ochenta, una serie televisiva que desmenuzaba episodios de la profesión en la que ya nos habíamos volcado. Vivencias en la redacción. Influencias de poderes fácticos y políticos para sesgar el tratamiento informativo. Aprendimos mucho de aquella serie, lo confesamos abiertamente. Edward Asner interpretaba a Lou Grant, el editor o redactor-jefe de un diario de Los Angeles (LA) que daba nombre a la serie. Tan solo recordar la sintonía inicial y la secuencia de la aparición sucesiva de los personajes es un ejercicio gratificante que entonces se prolongaba cuando el capítulo era objeto de comentarios y se le buscaban similitudes de lo que convivíamos en nuestros medios, sobre todo en el impreso.
Lou Grant se jubiló en aquellos años ilusionantes de la llegada de la democracia y de la apertura mediática. Pero Edward Asner, quien le encarnaba, dejó de existir el pasado domingo. Tenía noventa y un años de edad. Asner era un actor emblemático que participó en decenas de películas –intervino en varios episodios de Raíces- y en interpretaciones de doblaje. Un acto premiado, además, con siete galardones Emmy y cinco Globos de Oro, además de haber obtenido una estrella en el Paseo de la Fama, en Hollywood.
Lou Grant era periodismo puro con tratamiento cinematográfico o televisivo. En la memoria conservamos aquellos capítulos en los que fue preciso sortear los afanes del concejal de un distrito empeñado en minimizar los impactos de las deficientes prestaciones del servicio domiciliario de recogida de basuras, cuya empresa tenía en nómina al edil. Y otro en el que recriminó la conducta del jefe de deportes del propio periódico al ignorar, en actitud acomodaticia, el bajísimo rendimiento de los baloncestistas del equipo representativo. Y otro en el que hubo de lidiar con sus reporteros más jóvenes para encomendarles una tarea de investigación que se tradujo en la publicación de un reportaje en exclusiva cuyas repercusiones en el ámbito institucional fueron evidentes.
Y así seguiríamos (urbanismo, drogas conflictos raciales, activismo social) con todas esas tramas ambientadas en la redacción de un periódico, en las copas reparadoras al terminar la jornada y en la convivencia familiar o social. Lou Grant, además del olfato que le permitía detectar hasta las negligencias de los redactores, a veces con aspecto gruñón, destilaba la personalidad de un hombre bonachón, diestro y ecuánime en su ejercicio profesional, como lo reconocían su director o su editora. Sería un maestro de periodistas, un celoso enamorado de su cometido, empeñado en que el producto a la calle tenía que salir bien. El jefe que sabía aconsejar. Y el que era consciente del valor efímero de la edición: aquella imagen, poniendo unas hojas del periódico del día, en el piso de la jaula del pájaro o del loro, era muy ilustrativa.
Asner intepretó a la perfección al veterano y experimentado redactor-jefe. Grant era el alma del periódico y de la serie, naturalmente. Un periodista adusto pero que dejaba entrever un alto sentido del cumplimiento del deber y de la ética periodística. Brilló, claro que sí, tal como escribe Jaime Olmo, como “auténtico protagonista de una serie sin héroes, coral, y basada en la realidad que se vivía en aquella época”.
Lou Grant, memorable.
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