martes, 15 de febrero de 2022

Cuando se altera la convivencia

 

Dos hechos con escasa diferencia horaria, ocurridos un día de la pasada semana y que tuvieron reflejo mediático, ponen de relieve la fragilidad de la sociedad en la que nos desenvolvemos en la isla y lo fácil que resulta alterar la convivencia aprovechándose de aquélla. La gamberrada o el vandalismo hacen su aparición porque el marco resulta propicio.

Así, un colegio de Granadilla tuvo que ser desalojado en plena jornada lectiva tras haberse recibido un aviso de bomba con el que se pretendía boicotear un dispositivo de vacunación contra la Covid. Algunas fechas antes, unas cuantas personas, supuestamente vinculadas a colectivos antivacunas, en el exterior colocaron carteles y lanzaron proclamas en los que se oponían a la administración y hasta amenazaron a docentes y sanitarios.

Conclusión: cuatrocientos treinta alumnos desalojados, más profesores y personal. Una jornada prácticamente perdida. Sanidad hubo de aplazar la programación prevista en el centro. Y la sensación de inquietud e incertidumbre que se va extendiendo mientras los autores de la dudosa hazaña disfrutaban los efectos. “Hemos puesto una bomba para que no vacunen a nuestros hijos”, dijo la voz de quien transmitió telefónicamente el aviso.

Independientemente de los derechos que asisten a quienes no quieren vacunarse, los discrepantes, que en esta país se manifiestan (seguramente serán los mismos que luego dicen no haber libertad de expresión) sin ningún impedimento, deben ser conscientes de las repercusiones de la actitud cuando esta genera situaciones como la ocurrida en el sur.

Unas horas después, en la otra vertiente insular, alguien o algunos, incendiaron el drago de San Antonio en Icod de los Vinos. Tuvieron que intervenir los bomberos. ¿Qué daño estaría causando el árbol? El susto alteró la proverbial quietud de la localidad norteña. Ocurrió en pleno mediodía. ¿Vandalismo? ¿Qué intereses guiaban a los autores de esta otra hazaña? A la espera de conocer una evaluación de los daños y si tienen reparación, estamos ante un suceso incalificable que deja a los autores en muy mal lugar.

El caso es que estamos ante comportamientos inquietantes. Se dirá que los avisos de bomba no son nuevos y que quemar el tronco de una especie arbórea resulta un hecho aislado, pero son fruto de conductas torcidas en un contexto social convulso, fácilmente alterable, y en el que los inadaptados se aprovechan de las circunstancias. En el primeros de los casos, se persigue una determinada finalidad. Y en el segundo, otra de intrincada auscultación. En ambas, llamar la atención. Pero a costa de trastornos, sustos y daños, que influyen negativamente, claro que sí, entre quienes padecen las consecuencias.

Serán más o menos conscientes los autores de estas acciones. Que hay que reprobar. Por los daños causados, más o menos materiales. No estamos para juegos en fechas que requieren aún no solo acciones de los poderes públicos sino respuestas cívicas que, enmarcadas en el contexto de nuestras características sociológicas, sigan distinguiendo unas cualidades que la gente quiere seguir admirando. Y disfrutando.

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