sábado, 5 de febrero de 2022

Serrano, en la memoria

 

Debía estar próximo a los noventa años Enrique Coscollar Serrano, a quien todos recordamos, desde una semblanza anterior, por su segundo apellido, pues así se movía en los círculos profesionales y así firmaba sus trabajos: Foto Serrano. Una lesión ocular no le impidió seguir caminando y recorriendo algunas avenidas del Puerto de la Cruz, donde residió y ejerció profesionalmente durante unos cuantos años.

Era madrileño y vivió en Nueva York y Buenos Aires, donde colaboró con aquella inolvidable y prestigiosa publicación deportiva, El Gráfico. Era de los habituales en las convocatorias de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) y extendió su reporterismo por varios estadios de aquel país y en la mismísima Casa Rosada. Sabía del peronismo un rato.

Hasta que llegó a la isla y se incorporó a Diario de Avisos, desde que estrenó la sede de Santa Rosalía, 85, en la capital tinerfeña. El fotógrafo tenía que estar disponible y Serrano trabajó en todos lados: cubrió varios frentes, aunque el futbolístico y el deportivo era el que más le atraía. Se hizo habitual del 'Rodríguez López' pero también de los campos regionales, cuando el fútbol de esta categoría aún atraía y generaba llamativas entradas de público, algunas apreciables con posterioridad, cuando se creó el grupo canario de Tercera División. El fotógrafo fue sujeto activo de la apertura de la delegación del citado periódico en el Puerto de la Cruz, a principios de los ochenta.

Pero no solo plasmó en sus objetivos estampas deportivas. Serrano vivió plenos de ayuntamientos, espectáculos artísticos, romerías, congresos, fiestas, incendios y sucesos. Cubrió las galas del deporte cuando se hacían en el desaparecido Casino Taoro. Y las Galas OTA, en la sala 'Andrómeda', del Lago Martiánez. Y la Muestra de la Canción del Atlántico en el parque San Francisco. Y varias ediciones de FITUR, en Madrid, a donde acudía bajo su propia organización.

Hay algunas fotos célebres: la que tomó en la cancha del Rodríguez López, con gesto distendido, a José Ángel Zalba, quien fuera presidente del Real Zaragoza, semanas antes de presentar su dimisión. Otra, al agresor del árbitro Carmelo González Vargas en un Toscal-San Andrés, final del Trofeo Teide en el municipal Los Cuartos. Otra, a Matías Prats Cañete (padre) en el hotel Maritim, horas antes de una gala del deporte tinerfeño. Otra, al cantante y compositor Gilbert O'Sullivan, cuando, algo enojado por haber cantado antes que José Luis Rodríguez ‘el Puma’, terminó su actuación en el parque San Francisco, arrancó unos geranios del escenario y se los regaló a la esposa del general Ravina, gobernador militar entonces. Otra, al trompetista y compositor Miles Davis en el hotel ‘Botánico’, un primer plano de su rostro que el músico le pidió para llevárselo. Algo similar ocurrió con Pablo Abraira, cuando en la antigua ‘Isla del Lago’, en Martiánez, le pilló llorando mientras desgranaba ‘Gavilán o paloma’.

Aunque un momento singular de su trayectoria ocurrió cuando el accidente de un avión de la Dan Air, en El Diablillo (La Esperanza). Durante un día trágico, de mucha niebla, pasaron varias horas hasta que fueron localizados los restos del avíón. Serrano, conduciendo su utilitario, se metió detrás de un furgón de la Guardia Civil, que ya había sido alertado. El fotógrafo fue de los primeros en llegar donde estaban esparcidos tales restos, humano y materiales. Con dos cámaras, subió una loma. Debió llegar tan cansado que no pudo evitar deslizarse cuesta abajo, con evidente deterioro de su atuendo. Aún así, hizo fotos y pudo revelarlas en los laboratorios del periódico.

Eran características sus prisas por cumplir en el lugar de los hechos y salir disparado para completar esas tareas de revelado. Le acompañamos a menudo y gracias a él -y a sus impacientes esperas- pudimos cubrir decenas de encargos y convocatorias informativas. Este artículo tiene mucho de reconocimiento personal en ese sentido.

Se encargó de la distribución y de las ventas del periódico en el Puerto de la Cruz. Tenía olfato: cuando la edición del día siguiente incluía contenidos relevantes, él mismo se encargaba de pedir cien ejemplares más, seguro de su venta. Enseñó -no sin discutir a menudo- a Moisés Pérez que seguiría sus pasos, cuando accedió a la jubilación y entregó negativos y fotos en el periódico.

No quiso reconocimientos mientras el aire atlántico le seguían reconfortando. Nosotros continuaremos recordando los pies de sus trabajos y la firma de las informaciones y los reportajes. Foto: Serrano




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