lunes, 18 de julio de 2022

Importa la impresión, más que la verdad

 

El novelista británico John Le Carré, autor de varias obras de suspense y espionaje, ambientadas durante la Guerra Fría, el hombre que rechazaba títulos y distinciones, es citado por la periodista y directora de Proa Comunicación, Lucía Casanova, en un primoroso artículo dedicado a la desinformación, ese fenómeno que cada vez preocupa más y para el que no parece existir una solución estable.

Casanueva tiene presente a Le Carré cuando éste advirtió que “hasta que no tengamos una mejor relación entre el comportamiento privado y la verdad pública, como se demostró con el caso Watergate, nosotros, al igual que el público, tenemos derecho a continuar sospechando, incluso despectivamente, del secreto y la desinformación, que son un resumen de nuestras noticias”.

Y esto predomina en una época en la que hay una plétora de información, incluso considerada por muchos como excesiva. Es completamente cierto que cada vez se dispone de más medios para saber y más dificultades para conocer la verdad. Pero no es menos cierto, tal como describe Lucía Casanueva, que la información excesiva nos marea y las mentiras navegan gratuitamente, de modo que “las posverdades se diseñan en los gabinetes de estrategias, los gobiernos prevarican sin coste, los periodistas traicionan sus principios, los ciudadanos prefieren el metaverso de su desconfianza individualista y las democracias naufragan lentamente después de todos los logros de la humanidad que las pusieron en marcha”.

Por eso llega a escribir que “la desinformación es arma letal que polariza y envilece. Es  un espray crónicamente pulsado que nos atonta, nos cierra las preguntas en falso, nos clausura en la boca y nos atrinchera en el sofá”.

Serio problema pues porque si aceptamos que tenemos más recursos, por ejemplo, para almacenar titulares, recoger declaraciones, registrar datos y elaborar gráficas y cuadros estadísticos –y hasta almacenar información luego inútil-, no se entiende que haya más dificultades para creer que saber la verdad nos hará libres, “porque nos hemos hecho esclavos -dice Villanueva- de un sistema en el que se multiplican las mentiras y el relativismo ha paralizado nuestra libertad de expresión y  nuestro espíritu crítico”.

Un simple vistazo de lo que ofrecen algunos youtubers en la red pone al descubierto una auténtica colección de mentiras, falacias o tergiversaciones. Se trata de algo más que una moda, en todo caso impulsada por la impunidad. Villanueva denuncia que “estamos ante una pantalla gigante de incertidumbre, frente a un tsunami de intereses ajenos que encubren la realidad, experimentando un empuje hacia el cinismo directamente proporcional a la fuerza del volumen de honestidad desalojada”.  

Es triste reconocerlo pero, en efecto, ya no importa  la  verdad sino la impresión, el postureo en la jerga política. La periodista Lucía Villanueva es escéptica con respecto al futuro:  “En una sociedad de la eficacia y el rédito que vistió de carcas los valores, nos conformamamos con calmantes de veracidad  y ni siquiera somos capaces de saber si aquello es un oasis o una opinión, porque el prejuicio de la desconfianza ha saturado el oído del receptor”.

Y termina preguntándose : ¿Dónde está el periodismo?

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