El novelista británico John Le Carré, autor de
varias obras de suspense y espionaje, ambientadas durante la Guerra Fría, el
hombre que rechazaba títulos y distinciones, es citado por la periodista y
directora de Proa Comunicación, Lucía Casanova, en un primoroso artículo
dedicado a la desinformación, ese fenómeno que cada vez preocupa más y para el
que no parece existir una solución estable.
Casanueva tiene presente a Le Carré cuando éste
advirtió que “hasta que no tengamos una mejor relación entre el comportamiento privado y la verdad pública,
como se demostró con el caso Watergate, nosotros, al igual que el público,
tenemos derecho a continuar sospechando, incluso despectivamente, del secreto y
la desinformación, que son un resumen de nuestras noticias”.
Y esto predomina en una época en la que hay una plétora de
información, incluso considerada por muchos como excesiva. Es completamente
cierto que cada vez se dispone de más medios para saber y más dificultades para
conocer la verdad. Pero no es menos cierto, tal como describe Lucía Casanueva,
que la información excesiva nos marea y las mentiras navegan gratuitamente, de
modo que “las posverdades se
diseñan en los gabinetes de estrategias, los gobiernos prevarican sin coste,
los periodistas traicionan sus principios, los ciudadanos prefieren el
metaverso de su desconfianza individualista y las
democracias naufragan lentamente después de todos los logros de la
humanidad que las pusieron en marcha”.
Por eso llega a escribir que “la desinformación es arma letal que
polariza y envilece. Es un espray
crónicamente pulsado que nos atonta, nos cierra las preguntas en falso, nos
clausura en la boca y nos atrinchera en el sofá”.
Serio problema pues porque si aceptamos que tenemos más recursos,
por ejemplo, para almacenar titulares, recoger declaraciones, registrar datos y
elaborar gráficas y cuadros estadísticos –y hasta almacenar información luego
inútil-, no se entiende que haya más dificultades para creer que saber la
verdad nos hará libres, “porque nos hemos hecho esclavos -dice Villanueva- de
un sistema en el que se multiplican las mentiras y el relativismo ha paralizado
nuestra libertad de expresión y nuestro
espíritu crítico”.
Un simple vistazo de lo que ofrecen algunos youtubers en la
red pone al descubierto una auténtica colección de mentiras, falacias o
tergiversaciones. Se trata de algo más que una moda, en todo caso impulsada por
la impunidad. Villanueva denuncia que “estamos ante una pantalla gigante de
incertidumbre, frente a un tsunami de intereses ajenos que encubren la
realidad, experimentando un empuje hacia el cinismo directamente proporcional a
la fuerza del volumen de honestidad desalojada”.
Es triste reconocerlo pero, en efecto, ya no importa la
verdad sino la impresión, el postureo en la jerga política. La
periodista Lucía Villanueva es escéptica con respecto al futuro: “En una sociedad de la eficacia y el rédito
que vistió de carcas los valores, nos conformamamos con calmantes de veracidad y ni siquiera somos capaces de saber si aquello
es un oasis o una opinión, porque el prejuicio de la desconfianza ha saturado
el oído del receptor”.
Y termina preguntándose : ¿Dónde está el periodismo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario