viernes, 26 de julio de 2024

Aquel perdón, esta rebelión

 

Siempre depararon las citas olímpicas momentos, episodios y declaraciones de participantes, técnicos o dirigentes que engrosaron la historia misma del deporte.  Un caso memorable es el de la jovencísima española (tenía entonces, últimos Juegos, Tokio (2020), diecisiete años), Adriana Cerezo, que obtuvo una medalla de plata en taekwondo (49 kilogramos)… y pidió perdón por haber perdido la final. Después, ganó una medalla de bronce en el Campeonato Mundial de la disciplina en 2023 y tres preseas en el Campeonato de Europa entre los años 2021 y el presente.  

No pareció, tirando de memoria, que aquella actitud en la capital nipona hubiera sido un alarde de ingenuidad o un lapso fruto de alguna precipitación en plena digestión de su conquista. Cerezo, por su modo de expresión, revelaba que una chica joven, predispuesta, apta para ir asimilando los éxitos que cosechaba, era capaz de enarbolar los valores del deporte que la van a distinguir a medida que avanzara en su trayectoria. No fue un pronto ni un arrebato ni un postureo, queremos decir, sino una manifestación sincera de sentimientos.  Antes, había llorado, claro que sí, emocionada y vivaracha, consciente de que el deporte, especialmente en el plano individual, es ganar y perder. La taekwondista española tenía el triunfo a su alcance pero su rival, la número uno del mundo, la tailandesa Wongpattanakit, acertó con el último impacto cuando no había tiempo para más.

Pero Adriana Cerezo exhibió entonces el mejor talante de deportista: felicitó a su oponente, levantó su brazo o su mano, la acompañó y compartió gestos de complicidad. Por eso produjo una doble sensación: llorar y sonreír a la vez. Nunca antes una plata olímpica había sabido al oro de las conquistas memorables, sobre todo al de la madurez impropia de una deportista de diecisiete años que se proyectaba a escala mundial para una década prometedora. Su serenidad, su gestualidad, su encaje, en definitiva, su madurez, impropias de una olímpica tan joven, la distinguieron. Y mucho más, con el discurso posterior a su combate y a la ceremonia de entrega de medallas: dio las gracias a todos los españoles que la apoyaron y la llevaron en volandas… y les pidió perdón por haber perdido la final.

Cerezo no sobreactuó. Hizo algo que está reservado a los grandes, a los fuera de serie y que, en épocas como la presente, hay que agradecer sin reservas, en fecha tan señalada como la apertura de unos nuevos Juegos, aquel gesto, algo más que una apelación, llena de franqueza y, ya dicho, con poco de postureo, sobre todo cuando Argentina y Marruecos, apenas empezare, se han enfangado sin miramientos en una suerte de rebelión poco edificante.  

Por eso, grande Adriana.

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