Siempre
depararon las citas olímpicas momentos, episodios y declaraciones de
participantes, técnicos o dirigentes que engrosaron la historia misma del
deporte. Un caso memorable es el de la
jovencísima española (tenía entonces, últimos Juegos, Tokio (2020), diecisiete
años), Adriana Cerezo, que obtuvo una medalla de plata en taekwondo (49
kilogramos)… y pidió perdón por haber perdido la final. Después, ganó una medalla de bronce en el Campeonato Mundial de la
disciplina en 2023 y tres preseas en el Campeonato de Europa entre los años
2021 y el presente.
No
pareció, tirando de memoria, que aquella actitud en la capital nipona hubiera sido
un alarde de ingenuidad o un lapso fruto de alguna precipitación en plena
digestión de su conquista. Cerezo, por su modo de expresión, revelaba que una
chica joven, predispuesta, apta para ir asimilando los éxitos que cosechaba, era
capaz de enarbolar los valores del deporte que la van a distinguir a medida que
avanzara en su trayectoria. No fue un pronto ni un arrebato ni un postureo,
queremos decir, sino una manifestación sincera de sentimientos. Antes, había llorado, claro que sí,
emocionada y vivaracha, consciente de que el deporte, especialmente en el plano
individual, es ganar y perder. La taekwondista española tenía el triunfo a su
alcance pero su rival, la número uno del mundo, la tailandesa Wongpattanakit,
acertó con el último impacto cuando no había tiempo para más.
Pero
Adriana Cerezo exhibió entonces el mejor talante de deportista: felicitó a su
oponente, levantó su brazo o su mano, la acompañó y compartió gestos de
complicidad. Por eso produjo una doble sensación: llorar y sonreír a la vez.
Nunca antes una plata olímpica había sabido al oro de las conquistas
memorables, sobre todo al de la madurez impropia de una deportista de
diecisiete años que se proyectaba a escala mundial para una década prometedora.
Su serenidad, su gestualidad, su encaje, en definitiva, su madurez, impropias
de una olímpica tan joven, la distinguieron. Y mucho más, con el discurso
posterior a su combate y a la ceremonia de entrega de medallas: dio las gracias
a todos los españoles que la apoyaron y la llevaron en volandas… y les pidió
perdón por haber perdido la final.
Cerezo
no sobreactuó. Hizo algo que está reservado a los grandes, a los fuera de serie
y que, en épocas como la presente, hay que agradecer sin reservas, en fecha tan
señalada como la apertura de unos nuevos Juegos, aquel gesto, algo más que una
apelación, llena de franqueza y, ya dicho, con poco de postureo, sobre todo
cuando Argentina y Marruecos, apenas empezare, se han enfangado sin miramientos
en una suerte de rebelión poco edificante.
Por
eso, grande Adriana.
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