jueves, 18 de julio de 2024

Repercusión de las protestas

 

Ocurrió en Barcelona hace unas fechas y jau que tenerlo presente. Los principales medios de comunicación de potencias turísticas emisoras se han hecho eco de los lamentables ataques contra turistas que se registraron  durante la protesta contra la masificación convocada en la ciudad condal. La protesta, que no congregó a más de tres mil personas, ha adquirido una dimensión especialmente relevante en el panorama internacional por la agresividad mostrada por algunas personas contra los turistas que disfrutaban de su estancia en el destino. Varios medios publicaron que algunos de ellos fueron rociados con pistolas de agua y recibieron insultos de parte de los protestantes, que también “precintaron” hoteles y restaurantes. Una suerte de odio al turista parece haberse desatado.

Y estos es lo peligroso si se proyecta a Canarias donde han quedado para septiembre, coincidiendo con el final de la temporada estival, las intenciones de llevar a cabo nuevas protestas… esta vez en el corazón de los núcleos o de los destinos turísticos. O sea, en el escenario más apropiado, para que la repercusión sea  mayor, en pocas palabras.

He aquí los riesgos. Está claro que la bonanza, que repercute en la calidad de vida, en el fomento del empleo, en el desenvolvimiento social, en la actividad empresarial y en el desarrollo de programas e iniciativas de distinta naturaleza puede morir de éxito. Ese es lo preocupante. Lo que son las cosas: hace nada o hace poco, no se sabía si era posible remontar las consecuencias de una pandemia devastadora que afectó tanto a los países emisores como a un destino receptor uno de cuyos sostenes fundamentales  era y es la industria turística. Como es fácil prender la mecha –y ya veremos luego cómo circula y se controla- todas las cautelas son pocas. No se trata de interponer impedimentos sino de discrepar públicamente de manera consecuente. En el fondo, la protesta es entendible, incluso por una parte del empresariado, porque hay conciencia de que vivimos del turismo, pero la incertidumbres derivan de las formas con que se produzcan las protestas.

Por ejemplo, el presidente de la asociación catalana de agencias (ACAVE), Jordí Martí, lamentó, en declaraciones periodísticas, haber dado “una imagen deplorable incluso como sociedad”. “Hay que afrontar los problemas con más seriedad y menos populismo, y nunca dar una imagen así ya que no beneficia a nadie”, sostenía el líder de la patronal, que se muestra comprensivo con cualquier manifestación o protesta pacífica.

En términos similares se pronunció el Gremio de Hoteles de Barcelona, que considera “inaceptables” los ataques contra turistas. Según expone, dichas acciones fueron perpetradas por “un grupo limitado que ciudadanos que visualiza una corriente de opinión particular de ciertos movimientos sociales”, los cuales rechazan directamente la presencia de visitantes en la ciudad.

Seguimos mirando el espejo de ese episodio en Barcelona. Su alcalde, Jaume Collboni, que accedió al cargo después de ocho años de mandato de Ada Colau en los que se incentivó la turismofobia, reaccionó rápidamente tras la protesta, mostrando su “voluntad y compromiso de limitar la masificación turística y sus consecuencias en la ciudad”.

Cabe recordar que Collboni se ha comprometido a suprimir “más de diez mil pisos turísticos para que vuelvan a ser de uso residencial”. Asimismo, ha prometido “aumentar el recargo del impuesto turístico a cuatro euros por noche, reforzando así los recursos para gestionar el impacto del turismo”, así como a “limitar el número de cruceristas que no pasan noche en la ciudad”.

Desconocemos si a estas alturas las partes negocian los preparativos y los posibles escenarios de las protestas para dentro de mes y medio, más o menos. No está de más apelar a la sensatez. Con buena voluntad, hasta las discrepancias pueden ser modélicas.

 

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