Así como impactó Adrián Álvarez con Flema, título de su primera exposición individual en Canarias, en el Castillo San Felipe del Puerto de la Cruz, su localidad natal; y acreditó su solvencia artística con Abulia, en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias; hasta Aporía, en el Liceo Taoro, con sus provocaciones irónicas y sugestivas, intrépidas y descaradas; ahora asistimos, en escenario italiano, a la plasmación de su madurez con Sizigia, empeñado en hacer bueno el pensamiento de Carl Sagan: “La imaginación nos llevará a mundos que jamás fueron. Pero sin ella, no iremos a ningún lado”.
En esta nueva entrega del artista, en efecto, interpreta al pie de la letra la afirmación del escritor y periodista español Javier Sanz para quien ”madurar es ir asumiendo imposibles”. En estos cuadros, Álvarez aparece menos atado, como si hubiera atravesado un Rubicón y acabara sus óleos y lienzos muy motivado para seguir experimentando tras aquel mensaje atrevido de sus primeras acuarelas y los ochenta dibujos en grafito y acuarela, en color y en blanco y negro, dotados de un estilo atractivo que no renunciaba ni al erotismo ni a las bravatas.
Y entre los infinitos posibilismos, se descubre que a la hora de expresar sentimientos, pasiones y hasta emociones, la madurez se alcanza con audacia pictórica, reflejada en alardes oníricos que obligan al espectador a imaginar qué es lo que se ha querido plasmar. Alardes coloristas sobre peculiares formas que desafían al universo ignoto.
Eso es Sizigia, la alineación del
Sol y la Luna con respecto a la Tierra o una situación en la que tres objetos
celestes o más están alineados. Los cuadros de Adrián Álvarez inducen a
verificar la conjunción dinámica de espacio, luz y color. En Sizigia –también
en la obra del autor- se suceden las ocultaciones, los tránsitos y los
eclipses. En las primeras, los cuerpos, aparentemente más grandes, pasan frente
a otros que en los cuadros son más pequeños. Los tránsitos se dan cuando los
cuerpos reducidos discurren frente a los más grandes. Y los eclipses se
reflejan cuando un cuerpo desaparece total o
parcialmente de la vista, ya sea por una ocultación, como en el caso de un
eclipse solar o al pasar a la sombra de otro cuerpo, como con un eclipse lunar.
Adrián Álvarez Pérez, que estudió su grado en Valencia e hizo el máster en Madrid, ya sabe que las expectativas abiertas en las anteriores exposiciones colectivas de San Francisco, París, Copenhague y Valencia, causaron, desde la primera entrega individual en la isla natal, al lado de los suyos, el impacto que significa desvelar los ricos valores artísticos que atesora. Lo está puliendo, sin necesidad de especializarse en algún género. Acaso lo esté barruntando, pero sin apremios.
El brillo viene dado por la madurez en el momento justo. “Los cuarenta son la edad madura de la juventud; los cincuenta, la juventud de la madura”, aseguró el escritor estadounidense William Arthur Ward, uno de los más citados a la hora de modelar o moldear la inspiración.
La que no falta a Álvarez cuando se ha
empeñado en plasmar en sus óleos y lienzos las apariciones de Sizigia, donde
nacen, creces y circulan las ensoñaciones de la madurez. Su imaginación nos
transporta a la consecución de otros ojos, o de otras miradas, para brindarnos
signos sobresalientes, instantes –algunos de gran tamaño- que son como un
tributo a la eternidad y en los que la figuración adquiere originalidad y
brillo.
(Texto de la entrada que habría de ilustrar la exposición del artista portuense Adrián Álvarez en Italia, titulada Sizigia. No pudo llevarse a cabo)
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