A
estas alturas, cualquier tinerfeño es consciente de lo que significa
el gran atasco de sus autopistas. Cualquier tinerfeño ha padecido
sus consecuencias que ya se reflejan, por cierto, en los trayectos de
regreso, especialmente en los del norte, aunque no deben diferir
mucho los del sur, al menos a ciertas horas.
Contamos
lo sucedido hace un par de días. Fuimos testigos. En una guagua de
TITSA que cubre la línea Puerto Cruz-Santa Cruz, a las ocho de la
mañana se sube una mujer que pregunta cuánto tardará pues ha de
empezar su jornada laboral a las nueve. “Lo que la cola permita,
pero no menos de una hora”, es respondida. En su asiento, la mujer
mira su reloj constantemente.
En
efecto, la cola es la habitual de lunes a viernes. En esa fecha,
llegó a las nueve y cinco. La mujer se baja apresuradamente en el
intercambiador y se dirige sin dilación hacia el tranvía.
Antes
de subirse, hace una llamada desde su teléfono móvil y casi
implorando, dice:
-¡Pero,
jefe, es que acabo de llegar! Es que salió a las ocho. Yo no tengo
culpa. Usted me dejó claro cuál era el horario pero compréndame...
si la guagua se retrasa, es un problema.
Apagó
el teléfono, accedió al vagón, cerró el bolso y se hundió en uno
de sus asientos. Miró a su alrededor buscando algún tipo de
compadecimiento. Empezó a llorar, moviendo la cabeza, con síntomas
de rabia e impotencia:
-Me
han despedido, coño, no es justo, no es justo... Y ahora ¿qué
hago?
Real,
como el atasco mismo.
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