Los
alcaldes y responsables de la hacienda de los municipios turísticos
demandan habitualmente soluciones a problemas de financiación que
generan tensiones de tesorería o desfases en la presupuestación y
sus rendimientos, al tener que asumir y abonar prestaciones de
servicios (limpieza, mantenimiento, seguridad...) a una población
-hasta hace algún tiempo se denominaba 'asistida'- superior a la que
por derecho (empadronados, residentes o contribuyentes habituales)
les corresponde.
Es
un asunto recurrente para el que aún no existe una fórmula
satisfactoria que pasa, para bien o para mal, por la creación de un
nuevo tributo que, aplicado a todas las modalidades de alojamiento,
grave las estancias turísticas. Sobre el papel, su utilidad sería
esa: afrontar los costes derivados de la presencia de visitantes,
principalmente en aquellos destinos alejados de la estacionalidad.
Desde principios de siglo, desde los tiempos de nuestra pertenencia a
la comisión de Turismo de la Federación Española de Municipios y
Provincias (FEMP), ya se debatía -sin frutos hasta nuestros días-
la necesidad de encontrar una alternativa específica al modelo de
financiación.
El
Gobierno ha dado ahora un primer paso para fortalecer la capacidad
fiscal de los ayuntamientos, mediante dos nuevos impuestos de
carácter potestativo: uno estaría basado en un recargo sobre la
cuota líquida del IRPF estatal; y otro consistiría en un nuevo
impuesto sobre las estancias turísticas. Los expertos consultados,
integrados en la Fundación de Estudios de Economía Aplicada
(Fedea), ya han emitido un primer informe en el que no solo examinan
la equidad del sistema de financiación local sino que abogan por
nuevas figuras tributarias que permitan modular los ingresos de una
forma que sea perceptible por la ciudadanía.
Es
decir, se trata de no recaudar de forma voraz sino que el destino del
rendimiento, en el conjunto de las cuentas públicas del municipio,
sea reconocible, tenga reflejo en las prestaciones de los servicios.
Sobre el papel, más cualificación en el destino turístico, mejores
condiciones para su oferta, robustecimiento del producto que se desea
vender para captar segmentos de mercado de capacidad de gasto
media/alta y mayor calidad de vida para nativos y visitantes.
De
prosperar esta idea de un tributo que grave la estancias turísticas,
la reclamación de financiación adicional, casi siempre discutible
en el ámbito de las transferencias, prácticamente desaparecería de
las discusiones presupuestarias y de las discrepancias que suelen
caracterizar las relaciones entre administraciones después de largos
procesos de negociación. El gravamen se aplica en varios países de
la Unión Europea y en España (concretamente en Catalunya y
Baleares) existen algunos impuestos autonómicos de similar
naturaleza. La Fedea, no obstante, insiste en que el tributo debe
funcionar en el campo municipal “pues los ayuntamientos soportan la
mayoría de los costes relevantes”. Esto implica arbitrar
mecanismos de coordinación y compensación, sobre todo porque la
aplicación, aunque englobe todas las modalidades de estancia
turística, seria sobre realidades diferentes. Los expertos señalan
en ese sentido que la base imponible ha de tener en cuenta el número
de estancias y una cuota que, a la hora de ser fijada, debería
distinguir entre establecimientos de diversas categorías, con lo
cual se garantiza la discrecionalidad del ayuntamiento, ajustada a
los parámetros objetivos de la oferta de su destino.
Aunque
los munícipes anden ahora ocupados con sus candidaturas y sus
actividades de pre campaña, y aunque los partidos no lo consignen en
sus futuros programas electorales, tendrían que ir pensando en
alternativas como las comentadas. Como todos los debates
económico-financieros, tiene sus aristas antipáticas. Pero de algún
lado tienen que sacar financiación.
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