Pero,
¿esto qué es?
Miren,
la democracia es otra cosa. Y no se merece espectáculos como el
vivido ayer en el Congreso de los Diputados. Y no, no se trata de
exagerar ni de ponerse trascendentes. Al revés, duele tanto. Que en
el 'templo de la palabra' -Ana Pastor dixit-
el
debate se confunda con el circo, lo tabernario sustituya al
intercambio de criterios e ideas, que los insultos reemplacen a la
elegancia oratoria, que algunas formas, en definitiva, sean las
propias de un patio de vecindad, entristece. Sobre todo, a quienes
tanto han trabajado para cualificar el parlamentarismo. Y a quienes
creíamos que a estas alturas de la democracia -próxima a cumplir
cuarenta años constitucionales, pese a todas las imperfecciones, la
cosa iba a madurar. Duele mucho, de verdad. Porque los antidemócratas
, que haberlos haylos,
se
están frotando las manos, dicen que este sistema no sirve para nada
y consideran a todos los sujetos activos por igual, en una de las
generalizaciones más injustas que se puede hacer, pero que parece
inevitable. Los más resignados solo habrán aumentado su
desafección. El nivel de encono y crispación es de tal magnitud que
no ha sido difícil repetir la palabra vergüenza.
Así
no se construye democracia, ni se hace país, ni se da ejemplo
edificante. El desprestigio de las instituciones -y aquí estamos
ante una de las primeras del país- está bajo mínimos. Conductas,
comportamientos -escupitajo incluido-, descalificaciones verbales,
irrespeto y hasta expulsiones del hemiciclo, revelan que la
democracia se resquebraja y que, próxima a cuatro décadas de
convivencia, corre peligro. Gobierno, oposición y los grupos
parlamentarios, los responsables políticos, los partidos que están
allí representados, deben hacer todo un esfuerzo, una reflexión a
fondo, sincera, productiva y ejemplarizante, para ganar sosiego y
para hacer un firme propósito de la enmienda. Y es que, de verdad,
no cuesta mucho. A estas alturas, se supone que habíamos madurado,
que el nivel de comprensión y contraste ideológico iba a ser otro,
que el proceder y la puesta en escena iban a estar caracterizados por
comportamientos mucho más dignos.
Fue
un día triste para la Cámara baja y para la democracia. Para la
representación de la voluntad popular. Sí, de acuerdo, en otros
parlamentos se han visto cosas peores, se han visto agresiones y tal;
pero es que las Cortes españolas no están para eso, para algaradas
tabernarias, para inspirar más desazón o más rechazo del que ya
existe.
El
Parlamento, sencillamente, no es lugar para broncas.
P.S.-
Y salvando las distancias, el gesto de un párroco tinerfeño en el
exterior del templo, dirigido a unos discrepantes, tampoco es muy
edificante que digamos.
¡Vaya
otoño caliente! A todos, un poquito de por favor.
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