Circunstancias
un tanto negativas que concurren recientemente en establecimientos
hoteleros del Puerto de la Cruz contrastan con las informaciones
publicadas, también no hace mucho, sobre actuaciones de reforma o
remozamiento. Si estas segundas son bienvenidas y proclives a una
interpretación favorable del antiguo y recurrente propósito de la
renovación de la planta alojativa portuense, la noticia de los
cierres, aún por diferentes motivos, tiñen de preocupación el
panorama presente y futuro del sector turístico local.
Por
varios motivos: se reduce la oferta (el número de camas hoteleras
sigue una tendencia descendente), decrecen los puestos de trabajo, se
resiente el producto en su conjunto y aumenta la incertidumbre sobre
el porvenir de un destino que necesita innovaciones e incentivos -se
diría que hasta revulsivos- para seguir siendo competitivo y captar
cuotas de mercado.
Aún
se aguarda alguna manifestación de responsables públicos o
privados, muy dados a fotos e imágenes cuando se trata de primeras
piedras o de aperturas. Pero estos hechos, menos gratificantes,
demandantes en sí mismos de alguna explicación o de un mensaje
tranquilizador, están engrosando un panorama preocupante que no
conviene tratar con alarmismo, de acuerdo, pero tampoco pasando de
puntillas o permaneciendo impasibles.
Que
se cierre un hotel, que los trabajadores se vean en la calle sin
otros derechos que los del pataleo y que la propiedad no aclare o no
diga si sus intenciones son las de reabrir, previa reforma, o volver
a arrendar o reconvertir, es para inquietarse. Máxime si, como se ha
comentado, hay otros establecimientos que pueden correr la misma
suerte. Ni siquiera aquel socorrido comentario de otras épocas,
condenatorio de la insensibilidad y de lo inadecuado de las prácticas
de las cadenas o compañías hoteleras, ha sido rescatado siquiera a
título de justificación.
Que
otro cierre tenga que ver con el estado de la edificación y el
mantenimiento solo revela la obsolescencia y la falta de previsiones
e iniciativa para impedir esa siempre desagradable medida.
Que
las obras que se ejecutaban en otro complejo turístico hayan sido
interrumpidas sin que nadie haya ofrecido una información o una
explicación consecuente, después de los correspondientes alardes
mediáticos cuando fueron adjudicadas o se iniciaron, revela, cuando
menos, indolencia. Y en sentido contrario de lo anterior, hasta
cierta opacidad.
El
caso es que estas circunstancias eclipsan los planes de modernización
y los esfuerzos que despliega el Consorcio de Rehabilitación
Urbanística para intentar revitalizar y relanzar el destino.
Convenimos en que el Puerto de la Cruz, como marca y a partir de su
experiencia, tiene valores turísticos muy potentes y apreciados.
Pero también en que han ido menguando algunos activos de modo que
los atractivos de la oferta se van constriñendo progresivamente.
Los
hoteles y en menor medida los complejos de apartamentos son
fundamentales en una ciudad que vive del turismo, que tiene en esta
actividad un elemento primordial de su sostén productivo. Lo que
ocurra, tanto en el lado positivo como en el negativo, importa. De
ahí que las circunstancias tan poco favorables que nos ocupan sean
acreedoras de análisis, reflexión y alternativas.
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