La
justicia devolvió a la cadena CNN la acreditación de su
corresponsal en la Casa Blanca, Jim Acosta, después de que la
Administración norteamericana la retirase a raíz de un incidente
durante una rueda de prensa en la Casa Blanca, durante la que el
periodista cuestionaba al presidente Donald Trump, quien le acusó de
“persona grosera y terrible” a medida que aquél preguntaba una y
otra vez por la demonización de los migrantes de las caravanas que
intentan cruzar la frontera y a los que el inefable presidente llegó
a calificar de criminales. Trump, después de espetarle a Acosta que
no debería estar trabajando para la CNN, en un clima de máxima
tensión, ordenó a una becaria retirar el micrófono.
Es
un episodio que no debe pasar inadvertido. De Trump está demostrado
que se puede esperar cualquier cosa y que, independientemente de las
bravatas, no le importa hacerla, aunque las cámaras recojan los
hechos. Su conocida aversión a los medios, con progresivas
descalificaciones, especialmente hacia la CNN, refleja no solo la
personalidad del gobernante del país más poderoso sino la comodidad
que disfruta moviéndose en ese clima de enfrentamiento.
Claro
que hay caprichos que no salen gratis. La cadena reclamó cuando fue
retirada la acreditación a su corresponsal. Un juez -nombrado por
Trump, precisamente- resolvió que la devolvieran, al menos por dos
semanas. La administración replicó señalando que, cumplidos esos
catorce días, volverían a revocar. Tras esa respuesta, nueva
denuncia de la CNN y del propio periodista: cuidado, el presidente y
su equipo están violando la Constitución. Fue entonces cuando la
Casa Blanca se rindió y restauró la credencial, eso sí,
estableciendo nueva pautas de trabajo para los periodistas durante
las comparecencias presidenciales: harán solo una pregunta y luego
cederán la palabra a otro de los presentes acreditados. Solo se
permitirá una nueva cuestión si el presidente u otro funcionario lo
autoriza. Terminado su turno, los periodistas deberán entregar el
micrófono al personal de presidencia. La comunicación de la
administración era, en ese sentido, contundente: “El
incumplimiento de cualquiera de las reglas puede dar lugar a la
suspensión o revocación del pase permanente del periodista”.
Así
se zanja un incidente que, teniendo como marco las limitaciones a la
libertad de expresión y las limitaciones para que los profesionales
de la información ejerzan su trabajo, ha hecho tambalearse al
mismísimo presidente de los Estados Unidos. Habrán valorado sus
asesores el alto coste de actitudes así. Cabe interpretar que la
Casa Blanca se ha rendido, aunque se guarde alguna carta para
prevenir nuevas situaciones. Con la libertad de expresión no se
juega.
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