Muchos de los presentes conocerán el bello poema de Pedro García Cabrera, poeta inmenso, cuando se detuvo en San Juan de la Rambla mientras sus versos dieron la “Vuelta a la isla”.
“Me fui a San Juan de
la Rambla
para hacerme a la
medida
unos zapatos a prueba
de malpaíses y
hortigas.
No unas botas de cien
leguas
para saltar de isla en
isla,
que para andar por la
mar
no hay calzado
todavía.
Sí unas botas
saltamontes,
sin frenos ni
cortapisas,
trabajadas en el molde
de un vuelo de
golondrina,
que no teman escalar
degolladas y colinas,
ni dar muerte a las
alturas
igual que a toros de
lidia.
Botas para perseguir
la liebre de las
ermitas
siempre royendo el
silencio
de violetas lejanías.
Botas para andar de
pie
y a las claras noche y
día,
no acostado de temor,
mendigando y a
hurtadillas.
No botas para morir
en medio de las
jaurías,
sino que le den al
diablo
puntapiés en la
espinilla.
Unas botas que no
sepan
hacer del hombre una
víctima,
volver la espalda ni
huir
ni caminar de
rodillas.
Botas que dejen al
paso
huellas de las que se
diga:
este es el rostro de
un alma
cargado de rebeldía.
No botas para cruzar
el camino de la vida,
a caballo y sobre
rosas,
acobardado de espinas.
Botas que puedan leer
sobre la tierra que
pisan
cómo mueren las
distancias
y se hacen luz las
semillas.
Botas para la ternura
que, cuando besan, se
empinan
igual que los
surtidores,
la libertad y las
espigas.
Botas para caminar
el dolor y la sonrisa,
la sombra verde del
árbol,
la casa y la mano
amiga.
Botas para darse el
gusto
de dar la vuelta a la
isla”.
Cada vez que llama San
Juan de la Rambla, aparece el poeta, siempre tan expresivo en sus metáforas. Hasta
aquí seguimos su estela, cuando próximo ya el otoño, para sumarnos al jolgorio
popular de la que fue una de las principales fiestas del norte de la isla, San
José, para adherirnos a su creatividad festera, con sus variables históricas,
folklóricas y musicales; para ser, en definitiva, un ramblero más en la noche que
quiere obsequiar sus encantos para amenizar el asueto al que se tiene derecho,
máxime después de algunas privaciones o restricciones superadas con resignación
y con voluntad proactiva de refrescar las tradiciones y las expresiones de
identidad.
Permitan que, de aquí en adelante, el mantenedor llame al municipio La Rambla, como fue denominado hasta 1934 y como mucha gente mayor de la comarca y de la isla lo sigue identificando y llamando.
Aunque hablar de San José sea hablar de oficios tradicionales, a imitación del santo patrono, que la gente conoce cariñosamente por el santito: carpinteros, cerrajeros, tejeros, albarderos... Entre tantos oficios artesanos necesarios, el poeta eligió a los artesanos del calzado, porque llegaron a calzar a la isla, de norte a sur.
Venimos gustosamente, cincuenta y cuatro años después de la publicación de aquel poema cuya primera estrofa es reproducida en el monumento erigido en 2018, en memoria de aquellas personas que durante más de medio siglo han venido dignificando y enriqueciendo un oficio. Martín Falcón, maestro jubilado, hijo de zapateros, alude a ello con mesura reflexiva en el trabajo elaborado y editado para youtube en Internet por la asociación cultural ‘Martín Rodríguez’, una colección de lujo titulada ‘Señas de identidad de un pueblo’ con la que el pueblo navega en la red.
Es un tributo, en efecto, a quienes ejercieron la profesión en las primeras décadas del pasado siglo hasta sustentar una referencia de la productividad económica del municipio. Decenas de profesionales repartido por el pueblo, según han contabilizado y transmitido hijos, nietos y allegados: zapatos de La Rambla, lonas de La Rambla, botas y arreglados de La Rambla, las suelas son de La Rambla. Con razón, y sin ánimo despectivo alguno, la llaman “La villa de los zapateros”. La escultura, original de Moisés Afonso, perpetúa la figura del zapatero e inmortaliza aquella estancia poética de García Cabrera. Quedó huella, nunca mejor dicho. Vemos pasar la vida tan deprisa que cuando desaparece uno de los elementos que la caracteriza ni siquiera le concedemos importancia.
Y hasta aquí venimos, a la plaza de Domingo Reyes Afonso, en San José, donde, al mejor estilo del ingeniero y cartógrafo italiano Leonardo Torriani, se concentran, en una reducida superficie, la propia plaza, la parroquia de San José y la casa consistorial. Este es un lugar destacado e históricamente importante que a lo largo de los años ha sido una suerte de ágora de los vecinos principalmente durante la celebración de estas populares fiestas en honor a San José y que aglutinan en torno a la parroquia a las gentes del lugar y a centenares, miles de personas, venidas de núcleos de población limítrofes cuya inmensa mayoría, dedicada a tareas agrícolas, hace lo que, en un tópico radiofónico, se convierte en un alto en el camino para distraerse, solazarse o divertirse, hasta protagonizar -compartiendo, que es lo importante- celebraciones culturales y lúdicas de gran arraigo.
Precisamente, tal es la importancia de este lugar que la iglesia de San José fue declarada Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de Monumento, por Decreto del Gobierno de Canarias de 9 de mayo de 2006. Incluye una serie de bienes vinculados al Monumento que constituyen el retablo mayor, de autor anónimo del siglo XVIII y principios del XIX; y, sobre todo, la venerada imagen de San José con el Niño, de bulto redondo, siglo XVIII, también autor anónimo.
El sacerdote José Esteban Rodríguez, nacido y criado en el sector, fue, quizás, el personaje más significativo, empeñado, como estaba, en edificar una ermita en la parte alta del término municipal. Aunque no existen referencias datadas, se cree que el impulsor de la construcción fue Juan Antonio Quevedo, sobrino del cura Esteban Rodríguez.
Dos siglos después, la iglesia de San José es elevada, en 1964, a la categoría de parroquia, segregándose de la parroquia de San Juan Bautista.
Un hecho, digamos que anecdótico, en torno a los primeros afanes de la nueva parroquia. Lo relata el profesor e historiador José Antonio Oramas Luis en su obra ‘Cinco siglos en la historia de San Juan de la Rambla’, editada por el Cabildo de Tenerife, el Ayuntamiento ramblero y la actual Fundación CajaCanarias.
Ocurre que, en 1808, el cura de La Guancha, molesto porque el obispo Antonio Tavira había decidido que el sector de Santa Catalina continuase agregado a la parroquia de San Juan, hace los trámites oportunos para que San José sea incorporado a la de La Guancha. Los vecinos, evidentemente, se oponen por lo que el Vicario de la Diócesis manda que se reúnan en la ermita de San José para dar poder a un procurador que vele por sus intereses.
Un apunte final sobre
la plaza. Siempre ha sido el núcleo central de las fiestas. Lleva el nombre de
un ramblero ejemplar, de un vecino que bien merece ser reconocido. Domingo
Reyes Afonso fue concejal en la II República, proclamado como tal un 5 de junio
de 1931. Lamentablemente, falleció cuatro meses después. Luchó como el que más
con tal de recuperar el agua de la fuente de San Pedro, entre otras acciones.
El pleno del Ayuntamiento, en enero de 1932, aprobó la rotulación de la plaza
de San José, con su nombre, y que el sello acreditativo e la designación fuese
costeado por suscripción popular. El nuevo régimen revocó el acuerdo pero en
1988, cincuenta y dos años después, la corporación municipal democrática, en
una decisión de respeto histórico, en un acto de justicia y señorío, acordó
restituir el nombre de Domingo Reyes Afonso para que la plaza recobrase sus
valores.
La curiosidad y el afán periodístico investigador del tratamiento que merecieron algunos hechos noticiosos en el pasado nos llevan a consultar en la hemeroteca aquellos relacionados con la localidad.
Así, en el diario ‘Hoy’, edición del jueves 5 de septiembre de 1935, aparece en la sección “Información de la isla”, un suelto que habla de las fiestas de San José: “Con extraordinaria animación -puede leerse- se celebraron en el pintoresco barrio de San José, de este término, diversos cultos en honor del patrono. Tanto los actos religiosos como los diversos festejos populares se vieron muy concurridos”.
En la publicación que llevaba por título ‘El Valle de La Orotava’, en una sucesión de noticias referida como “Cabos sueltos”, se lee: “La fiesta que anualmente dedica el pago de San José la Rambla, a su santo titular, promete estar lucida en el presente año. El domingo 25 del corriente habrá corrida de toros, cucañas, libreas, entremés, fuegos artificiales y globos aerostáticos. Y el lunes siguiente, además de la función religiosa, carreras de sortijas. La banda de música que dirige Antonio cruz concurrirá a dichos actos”.
Habría que destacar en esta noticia lo concerniente a las libreas, el diablo y la diabla, tradiciones que duraron hasta hace unos años y que en San José tuvieron un carácter distinto al de las que se conservan en otros lugares. Se hace referencia, igualmente, a los entremeses, pequeñas representaciones de sucesos locales a cargo de personajes caracterizados de los protagonistas o, incluso, a la forma de las fábulas clásicas, de animales.
En opinión del mantenedor, sería muy interesante recuperar esta seña de identidad de la fiesta de San José.
Por último, ‘Gaceta de Tenerife, Diario católico-Órgano de las derechas’, según consta en su cabecera, dirigido por Adolfo Febles Mora, edición del miércoles 11 de septiembre de 1929, publica en primera página, sección “Lugares de Tenerife”, un artículo titulado “San Juan de la Rambla”, en el que leemos:
“¡La Rambla! ¿Quién no conoce en Tenerife el sugestivo y simpático pueblo? ¿El pueblo de las chicas finas, encantadoras y delicadas en un trato social que admira y entusiasma? Pocos, muy pocos tal vez, ¿no? Pues La Rambla tiene un [sector] como el de San José, tan atractivo y simpático como su casco que no todo el mundo tinerfeño, aunque sí bastante, por haber pasado en él temporadas veraniegas algunas familias de Santa Cruz y La Laguna, principalmente. Y es lástima que el turismo lo desconozca. Y es lástima que tan pintoresco lugar no se admirado y bien visitado por ese elemento acogedor de bellos panoramas. Pero qué lástima también, ¡caramba!, no tener un camino, no tiene, de tráfico rodado. Pero es no tampoco comunicación alámbrica o inalámbrica… es que… ¡Y estamos en pleno siglo XX, cuando el triunfo de la aviación, la radio, la televisión y es cosa corriente en todo el mundo que no sea en este apartado rincón de las ¡ay! Islas Afortunadas.
Bueno: San José está a unos dos mil metros, línea recta de la Carretera General del Norte, Santa Cruz-Buenavista, y a la altura con la playa, de aproximadamente cuatrocientos metros, formado, como si dijéramos, en la prolongación de las faldas del Teide, cuyo señor, por tanto, lo preside, con fondo el mar en un pequeño valle, con unas trescientas casas, en desorden, en forma de anfiteatro y todo él en forma verdura, árboles frutales en gran escala, palmeras, brezos y mil variedades de arbustos, entre ellos los rosales, como asimismo las jaras y los espinos.
Un conjunto, ya digo, que los que supieran cantar a la Naturaleza, -esas fantásticas imaginaciones repletas de entendimiento y refinado gusto para saber apreciar lo que son arte, música…- encontrarían aquí motivos a puñados en variada abundancia para elevar sus endechas de admiración y regocijo a esta obra de Dios y del hombre, pues a ambos corresponde.
La ermita de este barrio, donde se venera a su patrono San José, es una iglesia de regular tamaño que ya la quisieran para sí algunas iglesias parroquiales. Está bien construida y bien atendida. Tiene [el territorio] una hermosa plaza junto a la ermita, de unos seiscientos metros planos, aproximadamente. Toda murada y con bancos, asientos a su alrededor; con buena escalinata por su entrada principal. Forma un cuadrilátero, menos sus ángulos noreste y noroeste, que son en ochava. La alumbra por las noches, durante el verano, una potente lámpara Petromax cuyas irradiaciones alcanzan más allá de trescientos metros. Una plaza que ya quisieran otras localidades”.
En San José, naturalmente, hemos de referenciar las labores de calado, cantadas en una bella y armoniosa poesía de María de los Ángeles Marrero; las veladas, glosadas por Rosario Díaz Llanos, y que comenzaron en 1925; las bandas y asociaciones musicales tan abundantes en el municipio y los bailes, esos que animan cada verano, cada septiembre, cuando los rigores decaen y las brumas y las temperaturas benignas van pidiendo paso.
El dinamismo de un municipio se mide, entre otros factores, por la presencia de sus agentes sociales que integran un tejido que ha de caracterizarse por la pluralidad de sus cometidos o actividades. En La Rambla es para sentirse orgullosos: en un registro de ámbito estatal al que se accede desde la dirección asociate.es, hay un buen número de asociaciones que es indicador de la sensibilidad de sus vecinos, sobre todo para actuar colectivamente y de forma solidaria. Sería larga la enumeración: basta con decir que refleja un espíritu inquieto y participativo, el mismo que distingue a quienes se dedican con tesón, en ensayos, citas y convocatorias, a cometidos artísticos y creativos, a hacer del municipio, en definitiva, un núcleo efervescente de actividad, el que ya barruntara Oramas Luis, cuando en su obra ‘Cinco siglos de historia de San Juan de la Rambla’, habla del primer teléfono instalado en 1932 y de la llegada de la luz eléctrica. “Hubo que esperar -escribe el autor- a que se electrificara toda la isla y aprovechar que los cables de alta tensión pasaban por aquella zona. Se proyecta en 1956, se consigue en 1958, pero solo para una parte de estos barrios pues quedan fuera La Vera y Las Rosas, que al fin la alcanzarían en 1968”.
Oramas fue siempre optimista y lo refleja en sus páginas: “Hoy todas estas tierras que abarcan la parroquia de San José tienen un futuro prometedor, con buenas comunicaciones y una gran actividad comercial y agrícola… Es preciso -añade- que su historia sea completada y ampliada, estudiando las costumbres, folklore, fiestas, tradiciones, personajes y todo aquello que convenga al mejor conocimiento de una zona tan poco investigada…”.
Un futuro prometedor que también se vive a ritmo de reclamos como el baile a cuya cita acuden gentes del lugar y de otras latitudes, conocedoras del sano ambiente que lo caracteriza.
El baile, en efecto, responde a la necesidad de los seres humanos de crear con sus cuerpos una serie de imágenes y percepciones en sí mismos y en los demás para dar a entender una idea. La profesora colombiana Verónica Ochoa Patiño señala, en un trabajo dedicado a interpretar el baile como una representación social y práctica saludable, que “al conservar la intención de comunicar, el baile se convierte en una acción cargada de sentido, mediante la cual se expresa algo ante los demás: la forma de vida, los pensamientos y las emociones; las costumbres y los saberes de los antepasados o, simplemente, la expresión de una necesidad lúdica”.
Sépanlo entonces quienes también vienen a San José en busca de diversión rítmica y danzarina: el baile también es improvisación y espontaneidad, especialmente cuando se trata de la expresión de las emociones, como cuando la persona baila por alegría, por diversión -ya lo hemos dicho- o por desfogue de energía.
Sepan los jóvenes -por seguir a Ochoa Patiño- que “el baile es un vehículo de sueños, emociones y sentimientos, que hace posible el encuentro con un proyecto tangible, no ausente ni alejado de la realidad. Los mayores -los ancianos, dice la investigadora- lo asumen como una forma de estar activos físicamente: al sentir mejoría en su salud física y mental, consideran el baile una actividad de placer, importante en medio de su cotidianeidad. La danza aparece como vehículo de identidad y reconocimiento dentro de la comunidad”.
Los ecos de la orquesta resuenan en La Rambla y en los territorios próximos, a diestra y siniestra, hacia el mar y hacia las cumbres. Es la música de la fiesta, de la alegría, de la estación que se resiste a marchar. Es la que también distingue al quehacer del municipio para dar sentido a los versos de Juan Varona, hijo de otro Juan Varona que, por cuestiones políticas vino desterrado en el siglo XIX, que Oramas Luis recoge en su obra ya aludida:
“Son tan hermosas sus
noches
y tan bellas sus
mañanas;
son sus campos tan
floridos
y tan límpidas sus
aguas,
que más que pueblo
parece
una mansión encantada
a quien benéfica diosa
solícita cuida y
guarda.
Siempre grato tu
recuerdo
permanecerá en mi
alma.
¡Bendita mil veces
seas
mi siempre querida
Rambla!”
Gracias, dice
finalmente el mantenedor. Por la invitación, por acompañarles y por perseverar
en el progreso y los avances sociales del municipio.
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