El director general de Comunicación de Endesa y dircom de Enel Group Iberia, Ignacio Jiménez Soler, escribe que “la desinformación es uno de los temas más serios y graves que tenemos que afrontar, tanto la sociedad como los expertos en comunicación institucional y periodistas. Es un problema crónico que no se va a solucionar”. En su libro ‘La nueva desinformación: veinte ensayos breves contra la manipulación’, concluye que la desinformación significa uno de los mayores desafíos de los últimos años para los países democráticos. Efectivamente, “la enorme y rápida penetración de las noticias falsas en la sociedad provoca desestablización de sistemas políticos, impacta en la manera de consumir, afecta a los estados de opinión y es determinante en el posicionamiento de las organizaciones”.
El
término desinformación se ha convertido en habitual en el lenguaje político y
periodístico, habiéndose incorporado también al acervo popular, en el que
aparece vinculado a la manipulación de los medios, al control de la información
en beneficio de intereses políticos o económicos y a las estrategias de
gobiernos, partidos o grandes empresas para engañar a la opinión pública. Y
así, dicen los diccionarios que desinformación es sinónimo de desconocimiento o
ignorancia y también de manipulación o de confusión. El profesor de la
Universidad Pontifica de Comillas, Andrés Roberto Rodríguez, en su ensayo sobre
‘Historia y comunicación social’ advierte de la desinformación como un fenómeno
de muy reciente conceptualización que, con el paso de los años, “se ha
convertido en un término cliché, al que se recurre para definir múltiples
situaciones, todas ellas caracterizadas por el empleo de la metira, y mujy
especialmente en el campo de la comunicación política”.
La Real
Academia Española de la Lengua, hace unos dos años aproximadamente,
definió desinformar como “dar información intencionalmente manipulada
y al servicio de ciertos fines” y a la desinformación como “el acto de desinformar”. Hay una creencia muy extendida en el sentido
de que
ésta no es más que la falta de información.
Jiménez Soler, doctor en Ciencias de la
Información, considera que es esencial asumir “determinados compromisos y responsabilidades”
para aminorar los efectos de este fenómeno. “Si no aplicamos estas
fórmulas”, advierte, “seguiremos viviendo muchos episodios, que no sólo afectan al plano
geopolítico, sino también a marcas, imagen y reputación”. El
profesor Jiménez argumenta que la desinformación no es nueva, que siempre ha
existido. Y que no tiene un sujeto culpable concreto. Y
explica que “el crecimiento exponencial
de ahora, casi diría imparable, tiene que ver con la proliferación de
identidades digitales y automatización de procesos, que agranda corrientes de
polarización” Concluye que entonces “hay una industria de la desinformación”.
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