Fue a principios de 2022 –nos parece recordar- cuando un médico valenciano jubilado, de 78 años de edad, ponía en jaque a la todopoderosa banca española, cuando, bajo el título ‘Soy mayor, no idiota’, promovió una iniciativa que consistía en reclamar una atención presencial y más humana para los mayores. A la semana de ponerla en marcha, ya había recopilado más de doscientas mil firmas. Y es que a medida que los bancos avanzaban en sus planes de digitalización, los mayores se sentían más desplazados y vulnerables. Gestiones cotidianas como hacer un ingreso, sacar dinero o abonar algún impuesto les supone un quebradero de cabeza. Con un tesón admirable, el médico, Carlos San Juan, logró que la recibiera la ministra de Economía y que ésta dispusiera las primeras medidas para que cambiara la situación, en tanto que la Asociación Española de Banca (AEP), por medio de de su portavoz, José Luis Martínez, reconocía el problema (acaso una de las expresiones más claras de la brecha digital) y avanzaba la aplicación de las primeras medidas para mitigar los efectos del problema.
Difícilmente se encuentran en este país
antecedentes de que una lucha en solitario tuviera en un breve lapso de tiempo
unos efectos tan positivos. Su empeño fue ejemplar.
Como ahora, coincidiendo con el final
del verano, ha sido la valentía con que Mariano Turégano, un anciano de 82 años
de San Sebastián de los Reyes, ha denunciado públicamente la situación de la
residencia donde vive. Aseguró que la comida era deleznable y que las altas
temperaturas, dentro de las estancias o habitaciones, generaron la
deshidratación de algunos usuarios que hubieron de ser hospitalizados.
Y otro caso: Tomás X, usuario de la
residencia de Arganzuela, también de 82 años, ha denunciado las condiciones en
las que viven los internos del centro gestionado por la consejería de Políticas
Sociales de la Comunidad de Madrid cuyos responsables, en su defensa, alegan un
mal comportamiento del usuario contra los trabajadores y hasta su
comportamiento violento en algunas incidencias.
Cada una de estas situaciones,
seguramente multiplicadas en nuestro país, tiene sus peculiaridades. Las de
atención a la salud y de asistencia sanitaria son más complicadas aún. La
senectud es un período difícil de la vida y requiere comprensión y mucha
destreza para sobrellevar sus servidumbres y sus circunstancias. Pero hay que
ponderar el esfuerzo y la entrega de quienes se resisten a resignarse, a
dejarlo todo. Por eso dijimos que había conductas ejemplares que merecen ser
ponderadas.
Lo escribió Serrat en uno de sus
poemas, ‘Llegar a viejo’: “Si fuesen poniendo luces/ en el camino a medida/ que
el corazón se acobarda/ y los ángeles de la guarda/ diesen señales de vida.../
Quizá llegar a viejo/ sería más razonable/ más apacible/ más transitable…”.
Un respeto, pues, a quienes todavía
lucen ese espíritu luchador y combativo. Y todos los estímulos posibles a
quienes no se resignan. Merecen una alta consideración. Son un ejemplo.
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