Fue en agosto de 2019 cuando se produjo. Aquel fue un afortunado reencuentro con Jesús Gutiérrez Delgado, popularmente conocido por Borbolla, en el exterior de la boutique de su propiedad en las cercanías del refugio pesquero del Puerto de la Cruz. Llevaba meses sin bajar desde su Villa natal pero ya felizmente recuperado de una operación en la rótula derecha, se ayudaba con un bastón aunque seguía conservando el mismo ánimo y el mismo talante que le caracterizaron mientras se dedicaba a sus ocupaciones o mientras hablaba de la evolución del turismo y de fútbol. Fallecía en la tarde del pasado martes. De aquel reencuentro a esta desaparición.
Entonces,
Borbolla preguntaba y preguntaba. Un nonagenario que conservaba la memoria y
que desvelaba los secretos de su convalecencia: frotarse la rodilla con agua
salada que sus descendientes le suben embotellada y con una piedra del muelle.
Es admirable. En vísperas del Celta-Real Madrid televisado, uno de los primeros
encuentros del campeonato, la conversación discurrió amena, evocando episodios
y personajes, lamentando los fallecimientos.
Borbolla,
precisamente, fichó y jugó en el club vigués en la temporada 1949-50. Jugaba de
extremo derecha, demarcación para la que fue descubierto por Chano Hernández
Lorenzo, después de figurar como portero suplente en el Orotava F.C. Cuentan
quienes le vieron jugar que era velocísimo y tenía facilidad para desbordar.
Militó también el C.D. Norte, un proyecto futbolístico de la época para
afrontar mayores empresas deportivas y competir con los equipos capitalinos de
mayor potencial. No prosperó.
Su aventura gallega se completó con el paso por el Lucense y el
Rácing de Ferrol, desde el que retornó a Tenerife ya para dejar la práctica del
fútbol. Perteneció a una de las directivas del C.D. Tenerife que presidía el
industrial José López Gómez, a quien le unía una gran amistad. López siempre
tuvo en cuenta el criterio de Borbolla cuando se trataba de incorporar a algún
jugador de los equipos territoriales.
Fue un placer
conversar desde la privilegiada localización del establecimiento de su propiedad,
frente al Atlántico que sube y baja para dar identidad al Puerto que bulle a lo
largo de todo el año. El fresco de aquel corner gratifica a cualquier hora.
Jesús Borbolla no lo decía pero otro secreto de su juventud era, precisamente,
el aire del muelle portuense.
Ya no lo
disfrutará pero nosotros conservaremos la calidez de sus conversaciones, en las
que siempre brotaban observaciones de un deportista cabal. Uno de sus hijos,
Juan Andrés, nos enseñó a manejar el sistema informático de Diario de Avisos. Lo
agradeceremos siempre.
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