Pues nos van a perdonar unos médicos de Estados Unidos que han formulado una petición a los medios de comunicación, consistente en no centrarse tanto en los datos y profundizar más en en la naturaleza de los contagios producido por la COVID-19. Dicen los galenos que es la mejor pauta de modificar comportamientos, como los que se han visto últimamente en concentraciones, fiestas, botellones o ciertos espectáculos algo descontrolados, e incluso a la hora de convencer a los que aún no se han decidido a ser vacunados.
Pero estos profesionales de la medicina deben entender que sin datos no hay solidez informativa, que es imposible trasladar a los consumidores de información una noticia o una entrada que no tenga el apoyo de los datos. La credibilidad depende de las cifras, sobre todo, de las bien manejadas, mucho más si se quiere afrontar planteamientos comparativos. Los números, para bien, son determinantes.
Otra cosa es que de su estudio o procesamiento se llegue a incurrir en la pesadez, la monotonía o el aburrimiento. Todo depende entonces del tratamiento de la información. Creen los médicos que “es más probable que las personas cambien su comportamiento cuando escuchan historias con las que pueden identificarse”.
Bueno, es un criterio respetable. Es cierto que la cobertura de la pandemia ha ido variando en función de su propia evolución y en el contexto de la actualidad. Es innegable que la mayoría de los medios abren o insertan en sus ediciones el dato de afectados o decesos del día anterior, notas informativas de organismos y declaraciones oficiales de autoridades, responsables o científicos. Solo con los números se fija la posición. Si no se profundiza, informativamente hablando, el asunto aburre, genera una mecánica de escaso atractivo. Tengamos en cuenta algunas posibles causas que motivan el abuso del dato o registro oficial: comodidad informativa, precauciones, carencia de imaginación para tratamientos más llamativos…
Pero no se puede informar sin datos. Una vez más se pone de relieve que los hechos son sagrados. Y que dada la heterogeneidad de los públicos a los que se dirigen, hay que obrar con seguridad. Y los datos, aunque recurrentes, no fallan, siempre estarán ahí. La reiteración de su empleo debe ser dosificada, seguro. Pero, en nuestra opinión, es indispensable.
La doctora Nisha Mehta, radióloga, explicaba recientemente al corresponsal principal de medios de la CNN, que “llevamos escuchando muchas de las mismas cosas que hemos escuchado en los últimos dieciocho meses meses”.. Añadió que “no ayuda mucho” concentrarse en un comunicado oficial “que reitera las mismas cosas, porque eso no cambia el comportamiento”.
Por eso, la doctora Mehta llega a confesar que “casi deseamos poder llevar a las personas a las rondas en la UCI con nosotros o guiarlas a la sala de emergencias y hacer que escuchen las historias de las de las personas que están allí”. Para luego incidir: “Es más probable que las personas cambien su comportamiento cuando escuchan historias con las que pueden identificarse”.
Y es que según su testimonio, las personas necesitan ver una mayor cobertura de hospitales que se quedan sin camas y luchan con la dotación de personal. “Esas son las historias que creo que la gente realmente necesita ver”, dijo.
La doctora Mehta reconoció que “muchos de mis médicos expresan su frustración por el hecho de que estamos escuchando muchas conferencias de prensa”.
Nadie lo duda pero son preferibles a silencios y ocultismos. Cuando se escriba la historia de la pandemia, seguro que habrán de tenerse en cuenta los excesos o los abusos que obligaron a los medios de todo tipo a decidir, no improvisadamente, sobre los tratamientos informativos más apropiados.
Y con todos los respetos para los médicos americanos, hay diagnósticos y procesamientos informativos que precisan de esos datos.
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