sábado, 12 de marzo de 2022

Adiós a Ángel Pageo Rivas

 

La noticia, por inesperada, sorprendió a sus amigos y allegados. Cuando circuló en redes sociales, causó aún más estupor, sobre todo, entre los amantes del arte y de la cultura. Frecuentaba esos ambientes y era corriente verle en actos y performances, donde siempre dejaba su sello.

Falleció en el Puerto de la Cruz Ángel Pageo Rivas, a quien conocimos en una campaña electoral, aunque lo suyo no era la política, según nos confesó, sino ver cómo se transmitía la sensibilidad por hacer llegar la cultura a diferentes capas sociales.

Pageo trabajaba en su casa, silenciosa, pacientemente. Y cuando alcanzaba el final, mostraba ese espíritu crítico e inconformista con su propia obra.

En enero de 2011, presentamos una exposición suya en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC), titulada Danzantes. La obsesión por el movimiento que descubrimos en sus obras inspiró las ideas que reproducimos en este texto de entonces:


Es madrileño pero gusta decir que le concibieron en el Puerto. Es probable que ustedes no le conozcan o le conozcan poco, de modo que, sin voluntad heterodoxa pero rompiendo algún esquema en este tipo de textos, habrá que hilvanar primero algunos rasgos biográficos de Ángel Pageo, para saber quién es este artista polifacético que desde hace unas fechas expone una colección de treinta y dos litografías a la piedra y tres originales serigrafías con el llamativo título Danzantes.

En la academia Artaquio, ahí empezó todo, ahí comenzó a pintar. Después, junto a Federico Ordiñana, en los años sesenta, ya hacía retratos. Con Javier Clavo, autor de los murales del aeropuerto de Barajas y de las esculturas exteriores del Palacio Real, aprendió composición. Después descubrió los montajes y los secretos de los movimientos con Pilar Carpio. Y con la pintora Maruja Mayo, compañera del poeta inmenso Miguel Hernández, ya fue modulando estilo.

Hasta que con Víctor Ochoa, autor de esculturas gigantes -entre ellas, el Kraus del auditorio de Las Palmas de Gran Canaria que lleva su nombre- entendió y adquirió el compromiso con la realidad. Aunque fue Tomás Müller quien le captó en La Gomera, sus primeras estancias canarias. Micky Ostrowski, un tanto asombrado por sus creaciones, le animó y le convenció de que asumiera la técnica digital que ya se imponía para revelar sus fotos de gran tamaño.

Pasó unos años en Indochina, averiguando, investigando. Inquieto, indómito: el arte como gran causa; el movimiento en el arte como notable obsesión. Seducido por lo oriental, en Ramgún, capital de Birmania hasta 2005, a orillas del río Yangon, expuso en Strand Gallery. Y luego, en Bangkok, en Silom Gallery, saboreó el éxito de haberlo vendido todo.


Se plantó en New York. Perseguía las mejores panorámicas con fotos gigantes hasta que convenció con su quehacer en una colectiva de Eden Gallery. Le valió para una posterior individual, vista en South Side de Union Square.

El artista se convierte en un trotamundos cuando entre 1990 y 94 viaja a El Cairo donde es contratado para cuidar y revisar los archivos del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago de la citada capital. Aquí aprendió que la creatividad es sensible, tiene instintos y arterias que responden: “Una fotografía te enseña a pintar. Cuando la vas revelando te encuentras con todas las luces”. La técnica: calcar en papel cebolla y luego, las fotos.

Ángel Pageo ha bebido en las fuentes de Elios Gómez, autor de los carteles de la guerra civil española, o incivil como prefieran. Impactado por su llamativa combinación de los colores negro, rojo y blanco, los trazos de algunas de estas litografías trascienden los influjos del artista que ilustró a los contendientes de entonces en una época en la que menguaba la comunicación a borbotones-


Asimiló, y le pudo, el chillido colorista de Wassily Kamdinski, el ruso precursor de la abstracción en pintura. Y de Miró, de las manchas de luz apreciadas en sus obras, ha interpretado la audacia de algunas formas.


Hasta que, por fin, exponiendo por primera vez entre nosotros, descarna su obsesión: la obra en movimiento.


Empleando esta técnica de impresión basada en el principio de que el agua y la grasa no se mezclan, consistente en trazar o transferir a una superficie plana -ya sea una piedra calcárea o una plancha metálica previamente tratadas- un dibujo, un texto o una fotografía, fijando la imagen con un creyón o tinta grasa, que rechaza el agua, Ángel Pageo hace que Danzantes sea eso: puede que un homenaje al arte egipcio, con esa fusión de los cuerpos y los floreros convertidos en seres vivos, pero el tributo a una agitación constante, pese a que resulte complicadísimo plasmar en un solo cuadro los movimientos de un ballet que aparecen captados en varias litografías.

Sobre las líneas coloreadas, en el coronamiento del porche de Deir-el-Badari, en El Amarna-Akenatón que condensa toda la belleza y la majestuosidad del arte de Egipto. El sello de ese arte hace un homenaje étnico. La armónica combinación de la policromía le apasiona sin límites, como el simbolismo del pintor y grabador inglés William Blake, el artista total.

Entre unas cosas y otras, pintar el movimiento: ese es el 'leit motiv' de Pageo. Con sus propias palabras se barrunta la sana obstinación: “Lo estético me repele, te vicias en el perfeccionismo. Y el movimiento se capta o no”.


Entonces, brota Danzantes, donde cada cuadro expresa historias humanas, donde el piano acompaña melodías encadenadas. El autor, cuando repasa sus performances, confiesa que siempre le ha gustado el arte, “pero nunca pensé -señala- que iba a explorar en técnicas dispares y lograr estos acabados o que la gente me iba a pedir o sugerir estas cosas”.

Se nota en la colección que todos y cada uno de los materiales utilizados han sido escogidos de forma minuciosa. Los materiales de trabajo del pintor, genuinos, para que su labor sobre la plancha se transmita con toda fiabilidad al papel. La resistencia a la luz se ha acentuado con la pigmentación especial usada para fabricar las tintas de impresión.

Son los secretos de una buena litografía. Como mandan los cánones, la creatividad del autor ha sido complementada con la pericia y experiencia artesanal del maestro litógrafo, capaz de identificarse con la idea de aquél para obtener las más bellas realizaciones, ahora, por mor de las nuevas tecnologías, sustituido por el láser para manejar el balance de colores. Es una suerte de alianza interactiva de artista e impresor, muy ponderada, por cierto, desde aquella célebre exposición del Instituto Tamarind, perteneciente a la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Nuevo México, en Alburquerque.

Para intentar alcanzar su objetivo, para reflejar o captar el movimiento, Angel Pageo cataliza el arte siempre vivo y nuevo de la litografía, uno de los medios estéticos siempre en juego. Un arte convertido como tal en la Francia del siglo XIX, gracias, entre otras cosas, a la contribución del gran pintor romántico Eugéne Delacroix. Aunque el antecedente, no muy conocido en su época, fueron las litografías taurinas que Goya realizara en Burdeos, allá por 1825.

Ángel Pageo logra unos Danzantes frescos y sutiles. A su ritmo, están sobre papel verjurado, el mismo tipo que utilizaba el alemán Alberto Durero para sus grabados. La estampación de sus colores es tan llamativa como estimable. Es la adecuada para el movimiento anhelado que dinamiza con la soltura de quien se sabe original, de quien no quiere refugiarse en el mecanicismo perfeccionista y prefiere la filigrana o el trazo espontáneo.

Danzantes, en definitiva, es la expresión del creador inconforme, del que se rebela contra sí mismo y del que explora sin descanso en los vericuetos del arte. Es la manifestación de quien, en muy distintos escenarios, con su trayectoria y esta incursión en la litografía, se declara enemigo de lo estático.


Seguirá, seguro, obsesionado por el movimiento”.

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