La noticia, por inesperada, sorprendió a sus amigos y allegados. Cuando circuló en redes sociales, causó aún más estupor, sobre todo, entre los amantes del arte y de la cultura. Frecuentaba esos ambientes y era corriente verle en actos y performances, donde siempre dejaba su sello.
Falleció en el Puerto de la Cruz Ángel Pageo Rivas, a quien conocimos en una campaña electoral, aunque lo suyo no era la política, según nos confesó, sino ver cómo se transmitía la sensibilidad por hacer llegar la cultura a diferentes capas sociales.
Pageo trabajaba en su casa, silenciosa, pacientemente. Y cuando alcanzaba el final, mostraba ese espíritu crítico e inconformista con su propia obra.
En enero de 2011, presentamos una exposición suya en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC), titulada Danzantes. La obsesión por el movimiento que descubrimos en sus obras inspiró las ideas que reproducimos en este texto de entonces:
“Es
madrileño pero gusta decir que le concibieron en el Puerto. Es
probable que ustedes no le conozcan o le conozcan poco, de modo que,
sin voluntad heterodoxa pero rompiendo algún esquema en este tipo de
textos, habrá que hilvanar primero algunos rasgos biográficos de
Ángel Pageo, para saber quién es este artista polifacético que
desde hace unas fechas expone una colección de treinta y dos
litografías a la piedra y tres originales serigrafías con el
llamativo título Danzantes.
En
la academia Artaquio, ahí empezó todo, ahí comenzó a pintar.
Después, junto a Federico Ordiñana, en los años sesenta, ya hacía
retratos. Con Javier Clavo, autor de los murales del aeropuerto de
Barajas y de las esculturas exteriores del Palacio Real, aprendió
composición. Después descubrió los montajes y los secretos de los
movimientos con Pilar Carpio. Y con la pintora Maruja Mayo, compañera
del poeta inmenso Miguel Hernández, ya fue modulando estilo.
Hasta
que con Víctor Ochoa, autor de esculturas gigantes -entre ellas, el
Kraus del auditorio de Las Palmas de Gran Canaria que lleva su
nombre- entendió y adquirió el compromiso con la realidad. Aunque
fue Tomás Müller quien le captó en La Gomera, sus primeras
estancias canarias. Micky Ostrowski, un tanto asombrado por sus
creaciones, le animó y le convenció de que asumiera la técnica
digital que ya se imponía para revelar sus fotos de gran
tamaño.
Pasó
unos años en Indochina, averiguando, investigando. Inquieto,
indómito: el arte como gran causa; el movimiento en el arte como
notable obsesión. Seducido por lo oriental, en Ramgún, capital de
Birmania hasta 2005, a orillas del río Yangon, expuso en Strand
Gallery. Y luego, en Bangkok, en Silom Gallery, saboreó el éxito de
haberlo vendido todo.
Se
plantó en New York. Perseguía las mejores panorámicas con fotos
gigantes hasta que convenció con su quehacer en una colectiva de
Eden Gallery. Le valió para una posterior individual, vista en South
Side de Union Square.
El
artista se convierte en un trotamundos cuando entre 1990 y 94 viaja a
El Cairo donde es contratado para cuidar y revisar los archivos del
Instituto Oriental de la Universidad de Chicago de la citada capital.
Aquí aprendió que la creatividad es sensible, tiene instintos y
arterias que responden: “Una fotografía te enseña a pintar.
Cuando la vas revelando te encuentras con todas las luces”. La
técnica: calcar en papel cebolla y luego, las fotos.
Ángel
Pageo ha bebido en las fuentes de Elios Gómez, autor de los carteles
de la guerra civil española, o incivil como prefieran. Impactado por
su llamativa combinación de los colores negro, rojo y blanco, los
trazos de algunas de estas litografías trascienden los influjos del
artista que ilustró a los contendientes de entonces en una época en
la que menguaba la comunicación a borbotones-
Asimiló,
y le pudo, el chillido colorista de Wassily Kamdinski, el ruso
precursor de la abstracción en pintura. Y de Miró, de las manchas
de luz apreciadas en sus obras, ha interpretado la audacia de algunas
formas.
Hasta
que, por fin, exponiendo por primera vez entre nosotros, descarna su
obsesión: la obra en movimiento.
Empleando
esta técnica de impresión basada en el principio de que el agua y
la grasa no se mezclan, consistente en trazar o transferir a una
superficie plana -ya sea una piedra calcárea o una plancha metálica
previamente tratadas- un dibujo, un texto o una fotografía, fijando
la imagen con un creyón o tinta grasa, que rechaza el agua, Ángel
Pageo hace que Danzantes sea eso: puede que un homenaje al arte
egipcio, con esa fusión de los cuerpos y los floreros convertidos en
seres vivos, pero el tributo a una agitación constante, pese a que
resulte complicadísimo plasmar en un solo cuadro los movimientos de
un ballet que aparecen captados en varias litografías.
Sobre
las líneas coloreadas, en el coronamiento del porche de
Deir-el-Badari, en El Amarna-Akenatón que condensa toda la belleza y
la majestuosidad del arte de Egipto. El sello de ese arte hace un
homenaje étnico. La armónica combinación de la policromía le
apasiona sin límites, como el simbolismo del pintor y grabador
inglés William Blake, el artista total.
Entre
unas cosas y otras, pintar el movimiento: ese es el 'leit motiv' de
Pageo. Con sus propias palabras se barrunta la sana obstinación: “Lo
estético me repele, te vicias en el perfeccionismo. Y el movimiento
se capta o no”.
Entonces,
brota Danzantes,
donde cada cuadro expresa historias humanas, donde el piano acompaña
melodías encadenadas. El autor, cuando repasa sus performances,
confiesa que siempre le ha gustado el arte, “pero nunca pensé
-señala- que iba a explorar en técnicas dispares y lograr estos
acabados o que la gente me iba a pedir o sugerir estas cosas”.
Se
nota en la colección que todos y cada uno de los materiales
utilizados han sido escogidos de forma minuciosa. Los materiales de
trabajo del pintor, genuinos, para que su labor sobre la plancha se
transmita con toda fiabilidad al papel. La resistencia a la luz se ha
acentuado con la pigmentación especial usada para fabricar las
tintas de impresión.
Son
los secretos de una buena litografía. Como mandan los cánones, la
creatividad del autor ha sido complementada con la pericia y
experiencia artesanal del maestro litógrafo, capaz de identificarse
con la idea de aquél para obtener las más bellas realizaciones,
ahora, por mor de las nuevas tecnologías, sustituido por el láser
para manejar el balance de colores. Es una suerte de alianza
interactiva de artista e impresor, muy ponderada, por cierto, desde
aquella célebre exposición del Instituto Tamarind, perteneciente a
la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Nuevo México, en
Alburquerque.
Para
intentar alcanzar su objetivo, para reflejar o captar el movimiento,
Angel Pageo cataliza el arte siempre vivo y nuevo de la litografía,
uno de los medios estéticos siempre en juego. Un arte convertido
como tal en la Francia del siglo XIX, gracias, entre otras cosas, a
la contribución del gran pintor romántico Eugéne Delacroix. Aunque
el antecedente, no muy conocido en su época, fueron las litografías
taurinas que Goya realizara en Burdeos, allá por 1825.
Ángel
Pageo logra unos Danzantes frescos y sutiles. A su ritmo, están
sobre papel verjurado, el mismo tipo que utilizaba el alemán Alberto
Durero para sus grabados. La estampación de sus colores es tan
llamativa como estimable. Es la adecuada para el movimiento anhelado
que dinamiza con la soltura de quien se sabe original, de quien no
quiere refugiarse en el mecanicismo perfeccionista y prefiere la
filigrana o el trazo espontáneo.
Danzantes,
en definitiva, es la expresión del creador inconforme, del que se
rebela contra sí mismo y del que explora sin descanso en los
vericuetos del arte. Es la manifestación de quien, en muy distintos
escenarios, con su trayectoria y esta incursión en la litografía,
se declara enemigo de lo estático.
Seguirá,
seguro, obsesionado por el movimiento”.
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