Aquella vez el periodismo le ganó al fútbol.
Se disputaba un España-Japón del
Campeonato Mundial en Qatar pero en la sede la Asociación de Periodistas de
Tenerife (APT) habíamos unos cuantos, junto a la familia Zurita, y algunos
jubilados supervivientes, que nos agrupamos para arropar a José Luis Zurita,
profesor de la Universidad de La Laguna, autor de una exhaustiva investigación
que condensa más de medio siglo de la historia de un periódico efervescente que
se ganó lo de entrañable porque aquel era un periódico en el que convergían
factores para sentirlo como propio, hecho con probado entusiasmo y con afán
periodístico por excelencia. Algo de artesanal también tenía. El espíritu de
superación hacía lo demás.
Quienes acudieron a la presentación del
tomo se sintieron atraídos, querían experimentar como una suerte de diario
redivivo. Por eso el periodismo superó al fútbol en directo y porque encendía
algo más que las llamas de la nostalgía: allí envolvían los testimonios de la
modernidad, las reflexiones de nuestro tiempo y las impresiones que animan a seguir
profundizando en en el ejercicio de una profesión que quiere más y que se
enfrenta a problemas de una actualidad que la condicionan pero no la aniquilan.
Porque el periodismo es sangre que corre por las venas, fluye sin reserva ante
las adversidades y se empeña en mejorar o superar los inconvenientes y los
fenómenos nocivos de nuestro tiempo.
“Nuestro primer olor a Redacción
–escribimos en el prólogo de esta edición del Gobierno de Canarias- lo
saboreamos en la sede de Suárez Guerra, recién producida la mudanza desde el
callejón El Combate, aquel nombre tan guerrero, donde Serafín, pese al
traslado, siguió sirviendo cortados, cañas y medias de papas con carne.
Estábamos ya en los años setenta del pasado siglo. Subir las escaleras y
acceder a la Redacción, ahora que este ejercicio memorístico se va desgranando,
fue emocionante. Era la primera maniobra de aproximación a la realidad físicva
periodística que fortalecía la vocación. Olía a nuevo, a mesas y sillas recién
abiertas y colocadas, a paredes pintadas y también a tinta que venía desde
algún lado. Al fondo, el inconfundible tableteo de los teletipos”.
Aquellos, claro que sí, fueron “años
inolvidables, pletóricos de experiencias, cuando entendimos lo que era el
pisotón, llamado también exclusiva; el reclamo de los titulares basado en la
originalidad; la veracidad y el respeto como premisas de cualquier texto; la
necesidad de esmerarse para asumir responsabilidades y la importancia de
cumplir adecuadamente con horarios, turnos y cometidos. En ese sentido, aquel
vespertino que tenía un público fiel y era preferido por la calidad de autores
y colaboradores que aparecían en sus páginas, con un ejercicio pluralista,
apegado al modelo interpretativo hasta donde se podía llegar, era una auténtica
escuela de periodismo”.
Las palabras del presidente de la
Academia Canaria de la Lengua, profesor Humberto Hernández; y del autor,
también profesor lagunero, José Luis Zurita; estaban impregnadas de sapiencia y
rigor. De amor por la obra bien hecha. Fue el de ambos un mensaje consistente,
digno del mejor quehacer de investigación y de porfía periodística para
condensar una trayectoria histórica, con sus avatares, su sufrimiento, sus
peculiaridades y su anecdotario.
La obra, en definitiva, de más de
seiscientas páginas, “es un estudio tan esmerado como riguroso y bien
documentado de la trayectoria de aquel vespertino que ocupó un lugar destacado
en el quehacer y la convivencia insular de más de medio siglo”.
Y aquella noche del mundialista
España-Japón sirvió para ganarle al fútbol televisado.
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