Parece inaudito ¿no?, pero que prácticamente en un mismo día, a estas alturas del siglo, haya dos intentonas de golpe de Estado, en geografía tan distante como Alemania y Perú, pone de relieve que no estamos exentos de que los populismos combustibles y riesgosos así como algunas acciones incontroladas de iluminados obtengan beneficios allí donde menos se espera. No vale que se diga que los golpes no son como los de antes: la intelligentsia sabe cómo se mueven los mentores, tiene claros sus objetivos, sabe esperar y mueve sus piezas aún conociendo que las posibilidades de prosperar son limitadas. ¿Pero si ocurre lo contrario? ¿Si pillan a la policía o a los servicios de seguridad en un renuncio o un ‘dejar hacer’ que terminan facilitando los movimientos desestabilizadores y conspiratorios? ¿A ustedes les resulta indiferente que un tipo insensato como Donald Trump, que aún se cree en condiciones de volver a aspirar a la presidencia de Estados Unidos, exprese también en público sus veleidades y hasta sus amenazas al funcionamiento del sistema?
Parece, dicho está, que es inaudito. Y
que los afanes que socavan los cimientos democráticos son incesantes. Y no, que
no vengan los que restan importancia, se echan a reír cuando en una
conversación sale este asunto y hasta, muy caústicos, esgrimen que la
institucionalidad, los prebostes y los organismos internacionales no
permitirían que el orden constitucional y legítimo se viera salpicado con
rupturas y fracturas. Si la espiral se desata y no se corta a tiempo, cualquier
cosa puede suceder, no hace falta violencia ni disparos. Ya se verá cómo se
sale, con o sin respaldo social.
Los alemanes, en ese sentido, han dado
una respuesta rápida y terminante. Hay, por ahora, veinticinco detenidos,
pertenecientes a un grupo extremista de derechas que no reconoce la legitimidad
de la República Federal salida de la Segunda Guerra Mundial. Fíjense ustedes, a
estas alturas, tras todo lo que ha ocurrido y después de las alternancias en el
poder político, todavía cuestionan hasta el propio ordenamiento jurídico. Esta
situación nos ha llevado a decir, viendo las tentaciones en nuestro país, que
la democracia es para los demócratas. Ideas coincidentes con las de grupos
neonazis, ansiosos del revisionismo histórico y de los principios
nacionalsocialistas. Todavía les pareció poco.
Y al otro lado, junto a la costa del
Pacífico, el presidente de Perú, Pedro Castillo, lo intentó desde dentro. Quiso
disolver el Congreso y decretar un Gobierno de excepción. Se puso el disfraz
democrático, ese que se usa en situaciones límite para dar idea de la bondad de
las determinaciones, y anunciaría elecciones democráticas al Congreso para
aprobar una nueva Constitución. Castillo, que debe ir acumulando problemas y
tensiones desde que asumió el poder, sabía que se movía en terrenos pantanosos
y revueltos. Era un presidente desbordado y huyó hacia adelante en una suerte
de aventura con tal de su salvación personal. Un disparate: así no se hacen las
cosas. Y si no, que le pregunte a quien ya es compañero entre barrotes, el ex
presidente Alberto Fujimori, cuando su autogolpe en 1992, al cerrar el Congreso
e intervenir el poder judicial. No entienden que son máculas históricas, que
con impulsos de este calibre no se va ningún lado. Y menos desde dentro, donde
jugar con ventaja es tan condenable como si algún país extranjero se entromete
para respaldar una posible –¿posible?- solución.
Que no. Olvídense de aventuras y
desbarres, desbarajustes e irracionalidad, que solo propician salir esposados o
por la puerta trasera. La democracia, allí donde esté, merece otros empeños.
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