Hemos vuelto a las andadas. De un tiempo a esta parte, las motos –mejor dicho, los motoristas- campan de nuevo a sus anchas, a escape libre y tienen al personal despavorido, especialmente por la noche.
Hubo una época en que aquello fue un
desmadre, poco menos que las vías urbanas convertidas casi en circuito. Y
aquello obligó a adoptar por parte de autoridades que recibían las quejas –y
críticas- medidas coercitivas, de control o restrictivas. Se trataba de limitar
los excesos de velocidad y de impedir las molestias que causaban los ruidos
subsiguientes. Hay que dar por hecho que las medidas no gustaban a los
vendedores de motos ni a los conductores. Pero había que concienciar y hacer
ver que los abusos y la irresponsabilidad solo generaban perjuicios.
Pareció que aquello se recogía pero se ha
vuelto a desmadrar. Lo peor es que por algunos o por unos pocos motoristas paga
todo un colectivo. Ahora aprovechan calles o vías urbanas, más o menos largas,
más o menos rectas, para dar gases y acelerar desafiando la conducción
convencional. No es de extrañar, sin exageraciones, que peatones se
sobresalten, otros hagan gestos ostensibles de taparse los oídos y otros, solos
o con menores acompañantes, se apresuren a buscar refugio.
Hemos vuelto a esos momentos peligrosos,
asustantes y desagradables. Y hay que reprobarlo, claro. Primero, apelando a la
responsabilidad de quienes se “lucen” con estos alardes de velocidad y escapes
tan sonoros. Que no están en un circuito, caramba. Después, con iniciativas de
las autoridades locales para impedir una jungla incontrolada. Si ya de por sí,
la convivencia en algunas ciudades se hace difícil, con alteraciones
frecuentes, con riesgos físicos evidentes –no digamos en esas vías auxiliares,
convertidas en atajos-, estos excesos la hacen aún más complicada.
Tendrán que llamar la atención y hasta hacer
pedagogía. Y mejorar la señalética. Unas campañas de sensibilización no
vendrían nada mal. Advertir de las consecuencias que significa conducir una
moto en esas condiciones. Están en juego la seguridad y el confort. Una
permisividad generosa terminarán eliminando esos cualidades o esos derechos.
Los conductores, con sus acelerones, con sus
tubos de escape inadecuados, están causando unos perjuicios considerables e
inquietantes.
Hemos vuelto a las andadas. Y no es plan.
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