La primera referencia que aparece en el almacén de la memoria personal
es la de una página pequeñita de aquellos célebres almanaques coleccionables de
datos futbolísticos titulados ‘Dinámico’, recién llegados de Venezuela, después
del Campeonato Mundial de Chile. Le identificaban como Edson Arantes do
Nascimento, al que pronto decían ‘O rei Pelé’, un jovencísimo triunfador nato
en la cita mundialista anterior en Suecia, cuando lloroso, le llevaban en
hombros para celebrar la primera conquista universal de la ‘canariña’. Dicen
que sirvió para resarcirse de aquel humillante ‘Maracanazo’, contra Uruguay. Aquellas
imágenes de Estocolmo empezaban a dar la vuelta al mundo. En Chile, de nuevo
campeón, aunque se lesionara y fuera sustituido por Amarildo, verdugo de
España, el héroe inesperado.
Y a partir de entonces, la memoria fue haciendo acopio de acciones de un
jugador digno de admiración y al que una extraña tendencia comparativa lo
situaban al nivel de Alfredo DiStéfano, otro mito, otra leyenda. Le rescatamos
en el Mundial de Inglaterra (1966), cuando el bachiller sacrificaba horas de
estudio para ver los partidos televisados de madrugada, en diferido y en blanco
y negro. A Pelé le abatieron, búlgaros y hermanos portugueses le propinaron
unas entradas feísimas, durísimas, muy consentidas por el arbitraje. Claro que
le lesionaron y se le hizo imposible contribuir a un nuevo éxito pues, además,
el campeonato parecía predestinado para los ingleses.
Cuatro años después, en México, aquello fue una gozada. Pedro Escartín
bautizó a la Brasil de 1970, a la sazón campeona y cuya alineación aún
recitamos de memoria, como la “sinfonía fantástica”. Los regates, los quiebros,
los pases, los desmarques, las habilitaciones de Pelé acreditaban el corrido:
seguía siendo el Rey. Aquel engaño --el gol que no fue, lo acuñaron- a Ladislao
Mazurkiewicz es un lance memorable, una pieza de museo. Está en la retina:
atacante y arquero fueron a por la pelota en un mano a mano que ganó el astro
brasileño con un movimiento de cintura, de cuerpo, alucinante. La pelota corrió a la derecha del meta y Pelé
se fue a la izquierda para reencontrarse con el balón. El desenlace de la jugada
aún emociona por su estética. El portero charrúa años después hablaba del lance
con buen humor. “No fue gol y eso es lo que yo quería, que no me hicieran
goles”. Pero el portento de Pelé había quedado más que acreditado. Cuatro
mundiales y tres títulos, casi nada.
El jugador de los mil goles, la leyenda que se forjó en Santos, aún
tenía ganas de seguir jugando. Bueno, no es correcto del todo: una muy mala
situación económico-financiera, cuando ya se había retirado, le obligó a
vestirse de corto nuevamente. Un empresario inglés le hizo una oferta que, tal
como estaban las cosas, no pudo rechazar y firmó con Cosmos de New York: un
contrato de 2,8 millones de dólares en marzo de 1975. Abrió el camino para un
deporte que no era muy popular pero que incorporó luego a otras figuras de
renombre.
Convertido ya en un mito, en 1977, los dos equipos de su vida, Santos y
Cosmos, disputaron el encuentro de su retirada. Tuvimos oportunidad de acceder
a él cuando en representación de la todopoderosa ‘Sony’ visitó la isla para una
promoción comercial de fútbol-sala, en abril de 1981. Pudimos saludarle en el
entonces vetusto aeropuerto de Los Rodeos. Frente a frente en la desaparecida
sala de autoridades. Andábamos en Radio Popular de Tenerife que llevó las primeras
declaraciones en exclusiva. Después compartimos una rueda en el palacio
municipal de deportes de Santa Cruz que, años después, llevaría el nombre de
Quico Cabrera. Pelé, atendiendo una sugerencia nuestra sobre la marcha, accedió
a posar con el periodismo que se concentró, un domingo al mediodía, en el
recinto capitalino. Tiene en su poder el Premio Internacional de la Paz, fue
designado Atleta del siglo en 1980 y ministro de Deportes en 1995.
Horacio Ferrer, escritor, poeta y compositor
uruguayo, nacionalizado argentino, escribió “Balada para Pelé”, un texto que no
solo lo coloca en un pedestal de prestigio entre los autores que han abordado
la literatura de tema deportivo, sino además por su calidad y estilo que
compite con las mejores creaciones que en cualquier etapa se hayan producido
para exaltar al mítico personaje: “La luna era una vela en la favela”, dice uno
de los versos. En el universo histórico del fútbol, Pelé regatea hasta en el
podio de honor. Para eso es ‘o Rei’, ¿no?
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