Los aficionados de Japón que se han venido hasta Qatar han vuelto a protagonizar un hecho absolutamente desacostumbrado. Ya en Rusia, hace cuatro años, dieron un ejemplo de corrección y deportividad. Ahora han vuelto a lucirse. No solo es su equipo, que pasa a octavos de final como primero de su grupo, por delante de España y Alemania, sino su propio comportamiento, ejemplar y encomiástico. Eso de tener organizado un dispositivo de limpieza para cuando termine el encuentro y dejar los graderíos y otras dependencias del estadio como los chorros del oro merece un reconocimiento. Cuando los seguidores de equipos que compiten a escala internacional suelen, al terminar la confrontación, salir en desbandada y conducirse, a veces, de forma incívica y hasta violenta, los japoneses se quedan para limpiar los residuos y desperdicios de donde horas antes gritaban y animaban a los suyos. Qué bien.
Acostumbrados aquí, de unos años a esta parte, a operativos de
limpieza ejecutados al término de grandes concentraciones lúdicas o festeras,
con operarios y maquinaria al cierre de desfiles y cosos, dejando limpias y
aseadas las vías y aceras que cientos, miles de personas, apenas unas horas
antes habían llenado de todo tipo de residuos y desechos -sin que faltasen
ediles o responsables públicos atentos para la foto, posiblemente preavisada-,
encontrar a aficionados de una selección nacional de fútbol recogiendo en las
escalinatas y en los graderíos, al final del partido, los restos de sus
utensilios de ánimo y de sus consumiciones, es toda una llamada de atención,
acreedora, como decimos, de un mención plausible.
Ha sucedido en Qatar. Ahora podemos reproducir lo que escribimos
cuando se registró idéntico episodio al enfrentarse Japón y Senegal. En medio
de la tensión futbolística, los aficionados de Japón, muchos con los colores de
sus banderas o de sus uniformes deportivos, se dedicaron a recorrer las
escalinatas, las gradas y las filas de butacas ya despobladas, recogiendo los
restos, lo inservible: limpiando, en un gerundio.
Ese día, los servicios de limpieza de los estadios respectivos se
habrán sentido agradecidos. No solo porque sus tareas se vieron notablemente
reducidas sino porque seguramente es la primera vez que habrán visto un público
-o una parte de él- tan educada, tan generosa y tan responsable. Seguro que el
precio de la entrada no comportaba tales trabajos, razón de más para agregar
valor a la acción de los aficionados. No todos los que van a un espectáculo
futbolístico actúan como a menudo suelen hacerlo: procurando broncas,
enfrentamientos y hasta lanzando objetos, con evidente peligrosidad para
terceros, igual los propios jugadores y equipos arbitrales.
Un diez, entonces, para los aficionados de Japón. Igual no extraña que los nipones actuaran así, tan solidarios y tan disciplinados ellos, incluso en situaciones adversas
Menuda lección. El Mundial de Qatar, pase lo que pase, también será recordado por este hecho, independientemente de que se repita o no. Una lección que debía inspirar alguna norma de obligado cumplimiento, como por ejemplo, obligar a los seguidores que sean culpables de conductas antideportivas e incorrectas a efectuar este tipo de tareas. ¿No les parece? Claro que entonces, igual la estampa que ponderamos perdería frescura y valor ejemplarizante.
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