sábado, 4 de noviembre de 2023

Entretenimiento y activación de la curiosidad

 Se cuenta que el propietario de una sombrerería del Madrid de la época de posguerra pergeñó para su negocio el ingenioso reclamo publicitario que rezaba: «Los rojos no usaban sombrero». Es harto evidente que en aquellos tiempos a nadie le apetecía parecer sospechoso de ser un «rojo», por lo que el reclamo no podía ser más atractivo para sus potenciales clientes.

Desengáñense los que piensen que, tras la portada, este es un libro más sobre la guerra incivil española. Una portada, por cierto, tal como la ha concebido Amelia García, muy sugerente, en la que sobresale aquel mecanismo de las antiguas máquinas de escribir, con su cinta impresora de dos colores, además de dos sellos: uno que dice “Censurado. Prohibido emitir”, y otro, en tinta roja, en el que con letras mayúsculas se expresa con claridad “NO RADIAR”.

O sea, que se dan todos los ingredientes para pensar que este podría ser otro relato, con anécdota coloquial implícita en el mismo título, de la cruel contienda que enfrentó a los españoles durante mucho tiempo y para la que no hubo ni paz ni perdón ni piedad, como había pedido el presidente de la segunda República Española, Manuel Azaña, en aquel célebre discurso pronunciado en el Ayuntamiento de Barcelona, a los dos años del comienzo del conflicto.

Pero, no. El libro es la extrapolación de una tesis doctoral, la del autor, Manuel Herrador Calatrava, máster de Comunicación Audiovisual, titulado universitario en Información Audiovisual, Teoría de la Comunicación y Comunicación Corporativa, en definitiva, doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de La Laguna, quien, con un mensaje cercano y sencillo, logra que “esta obra aporte un impulso de reflexión desde la perspectiva calmada que corresponde a una visión demócrata y moderna, capaz de posicionar adecuadamente los elementos evolutivos de una sociedad que, incluso bajo la imposición dictatorial de un régimen autoritario, ha sabido crecer individual y globalmente”.

Herrador confiesa que su deseo es que el libro resulte una opción más de entretenimiento y de activación de la curiosidad.

No busquen, por tanto, en estas páginas aventuras o recreación de episodios que en el frente, en los edificios que albergaban los estados mayores, en recónditos rincones de la geografía sangrante, allí donde se fraguaba y materializaba la iniquidad de la represión, se sucedieron para dolor o frustración de familias, grupos sociales y personas que ya quedarían, para bien o para mal, marcadas para siempre.

Al contrario, van a encontrar la síntesis de un trabajo riguroso y concienzudo que se adentra en el llamativo universo de la radio, la comunicación y la publicidad de la posguerra española, donde abundaron las circunstancias sociales, políticas, religiosas, costumbristas, recreativas y de otra naturaleza. Herrador escribe que la experiencia ha sido tan emocionante “que ha trascendido de lo objetivamente histórico” para generar en sus adentros un cúmulo de “reflexiones que, formado por una inesperada inercia, ha ido comparando con la realidad social actual”.

El origen, entonces, está en un eslógan publicitario, “Los rojos no usaban sombrero”, ideado y utilizado por el propietario de aquella sombrerería madrileña próxima a la Puerta del Sol. Según cabe imaginar, esa publicidad trataba de animar a los varones a comprar una prenda que los distinguiera de «los rojos», forma despectiva con que fueron llamados los vencidos, fueran estos rojos genuinos (del PSOE o del PCE) o políticos que tenían de rojo lo que muchos otros de cardenal: piensen en Azaña, Casares Quiroga o Giral.

Fue así como una denominación que, procedente de otras circunstancias, no tenía fuera de España ese carácter peyorativo, pasó a adquirirlo aquí, donde el odio a lo rojo llegó a producir episodios delirantes: a una buena señora del pueblo, según cuentan, esposa de un comerciante de hábitos e ideología moderada, se le llevaron, en el fragor sectario provocado por la guerra, los cortinajes de su casa, que ni siquiera eran rojos de verdad, sino, a todo tirar, vino burdeos.

No sabemos si el sombrerero la había visto o el eslógan era solo fruto de su imaginación, pero la anécdota sí que recuerda a una película de 1939, titulada Ninotchka. La trama de esta comedia, dirigida por Ernst Lubitsch, con guión del genial Billy Wilder, y protagonizada por Greta Garbo, narra la historia de la severa agente soviética Nina Ivanovna Yakushova, apodada Ninotchka, encargada de comprobar el progreso de tres afables camaradas, comisionados para vender unas joyas en París, expropiadas a una noble rusa durante la Revolución de 1917.

 

El cine no es otra cosa que una historia contada de una forma visual, por lo que los guionistas utilizan muchas veces elementos visuales que sinteticen, de una forma metafórica, el devenir de la trama ante nuestros ojos. En el caso de Ninotchka ese elemento es precisamente el relato de un sombrero en tres actos.

Aquí, según describe Daniel McEvoy en el digital ‘Información’, en el primero, Ninotchka ve un sombrero en un escaparate junto al hotel Ritz. Para ella ese sombrero es el símbolo del capitalismo, por lo que, volviéndose hacia sus camaradas exclama: «¡Cómo puede sobrevivir una civilización que permite a sus mejores llevar eso sobre sus cabezas!».

Pero, la segunda vez que ve el sombrero, ya no hace ningún comentario, sino que se limita a emitir varios chasquidos con la lengua. Es obvio que el gesto aún denota cierta desaprobación, pero ya no es tan contundente y categórica como la primera vez.

Concluye McEvoy que a la tercera, una vez despojada de sus complejos bolcheviques, la escena nos muestra cómo abre un cajón, extrae de él el sombrero y se lo pone. La fuerza de la metáfora es absolutamente magistral. Lubitsch nos podía haber contado como la protagonista va abrazando poco a poco los principios del capitalismo, pero eso hubiera sido muy corriente. Él lo hace a través del sombrero, que todos identificamos inmediatamente con el sistema que al principio detestaba la soviética, pero que acaba abrazando.

Manuel Herrador confiesa lo complejo que fue crear y realizarse con libertad en el ámbito de la comunicación, la radio, la publicidad y, en general, todo el entorno audiovisual. Lo condensa en el epílogo de su obra cuando revela que la creación de una base de datos que aglutina la totalidad de los ejemplos de audio y video que han servido de referencia a lo largo del libro, en los diferentes epígrafes posicionados en una plataforma global de acceso libre y gratuito -y cuyo objetivo exclusivo es el académico, documental y de consulta- permitirá a futuras generaciones interesadas en la comunicación y la publicidad acceder a las producciones que sirvieron de base para lo que, técnica y creativamente, hoy disfrutamos.

El apego del autor al medio radio se plasma cuando valora que, profesionalmente, se comportó como “un marco aglutinador de los procesos de interrelación entre todos los agentes intervinientes en el proceso de la producción publicitaria”.

La situación social y económica de la España de la época, así como las coyunturas empresariales, la evolución de las marcas comerciales, los estilos creativos de persuasión, la categorización de tendencias, los valores y los principios morales impuestos, los desequilibrios en los comportamientos sexistas, de género y machista, el adoctrinamiento institucional, la influencia social del progreso económico o las limitaciones tecnológicas del ámbito analógico frente a nuevo mundo digital, van sucediéndose en el recorrido analítico de la radio y la publicidad de la época a través de su programación y de sus mensajes comerciales y dentro de las circunstancias políticas que la controlaban y la fiscalizaban.

Después de consignar un reconocimiento a los profesionales del sector audiovisual, el autor llega al final de su obra -editada por Idea Ediciones- fruto de una exhaustiva dedicación investigadora y de la rigurosa recopilación de documentación audiovisual -buena parte de la cual está incluida en el libro, incluyendo la posibilidad de consultarla a través de los enlaces aportados- convencido de que las realidades concretas que ha podido constatar a través de testimonios y consultas despertaron una mayor admiración personal hacia los compañeros y profesionales de toda condición que, a menudo sin ser conscientes de ello, trabajaron con denuedo para dignificar el medio y las tareas de las que se ocuparon en medio de limitaciones y proscripciones.

Tiene toda la razón Herrador cuando escribe, en la última página, que “una vez más, queda patente que cualquier esfuerzo por conocer nuestro pasado ayuda a comprender mejor el porqué del presente y, adicionalmente, a atisbar parte del futuro del que, en buena parte, somos responsables”.

Ahora, cuando la inteligencia artificial empieza a poblar y abrir fuentes del conocimiento, cuando la radio camina cada vez con más seguridad con pasos de podcast  y cuando el streaming hace que todo esté al alcance y nadie se pierda nada, este libro de título con reclamo para sondear o imaginar en otra materia, en el metaverso, pone de relieve que hubo una época en la que las adversidades fueron derribadas con imaginación, creatividad y constancia, mucha constancia.   

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